sábado, 17 de octubre de 2015

EL SEÑOR VIGILA MIS PASOS

(Lc 12,8-12)


Nada de lo que hagamos aquí, en la tierra, mientras caminamos por nuestra vida, queda sin recompensa. Dios nuestro Padre lo ve todo, y nos premiará lo bueno y olvidará, perdonándonos, lo malo. Porque es un Padre Infinitamente bueno y, sobre todo, Misericordioso.

No cabe duda que la Misericordia de Dios está apoyada en nuestra fe. Sin fe no conseguiremos el perdón de Dios. Necesitamos creer en Él para recibir su Misericordia. No se entendería de otra forma. ¿Cómo vamos a ser perdonados por alguien en el que no creemos? Eso supone y significa que tampoco creemos en su poder. Menos aun que pueda perdonarnos.

Ya le ocurrió eso con los que presenciaron la curación del paralítico, o la conversación con la mujer adultera que le perfumaba los pies. En ambos casos, Jesús, les perdonó los pecados. Y la fe en Él no la podemos comprar, ni adquirir en algún lugar, ni hacer oposiciones o méritos, ni por preparación y formación, ni herencia. La fe es un don de Dios gratuito y regalado por Él.

A nosotros sólo nos cabe el pedírsela y esperar. Eso sí, abrir nuestro corazón a su Gracia y dejarnos invadir por la acción del Espíritu Santo. A pesar de nuestras dudas y razonamientos, como el mundo, y que mi razón diga lo contrario. 

Es cuando, en las dificultades, peligros y adversidades, el amor, y por tanto, la fe, se descubren y viven dentro de nosotros. Y es, entonces, cuando el Señor actúa y nos invade con su Gracia, llenándonos de fe. Somos sus siervos y estamos postrados a sus pies y en súplica constante mendigando la fe. El Señor nos la regala dónde, cómo y cuándo quiera.

Ocurre que en esos momentos nos llenamos de valor y fortaleza, y experimentamos ese impulso que nos invita a dar la cara por el Señor, capaces de hablar a los demás e impartir catequesis, visitar cárceles y proclamar con nuestra vida y palabra que el Señor vive, nos ama y nos salva. Y también experimentar que nuestras palabras, inspiradas por el Espíritu Santo brotan como escritas por Él, de nuestro corazón.

No quiero terminar sin citar un comentario, que viene en las lecturas de la Eucaristías de cada día, del libro "Orar y celebrar", que dice así textualmente:
No os preocupeis de lo que vais a decir. Al menos sabemos -yo estoy convencido- que el Espíritu Santo interviene en nosotros cuando más lo necesitamos y cuando menos nos los esperamos. Todos hemos notado la presencia del Espíritu en nosotros. Algunos hemos  sentido su presencia cuando hablamos. Otros lo notamos en el teclado del ordenador (del cual yo soy testigo que lo experimento) que guía nuestros dedos al escribir. El Espíritu Santo se hace presente de múltiples formas. No lo dudemos. Está aquí, a nuestro lado, porque a través de la Iglesia lo hemos recibido desde el bautismo y nos acompaña a lo largo de la vida.

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