lunes, 19 de octubre de 2015

LA REALIDAD DE LA VIDA

(Lc 12,13-21)


No hace falta imaginar ni suponer, ocurre a menudo y, sin embargo, el hombre no reacciona. Hace poco tiempo, unos meses, falleció un hombre cuya vida estuvo siempre dedicada al trabajo. Poseía bienes y que acaparaban toda su atención. Ni siquiera conocía el mundo. Ahora, ya fallecido, su fortuna la disfrutan otros, o continúa el mismo camino.

La pregunta está en el tejado, ¿vale la pena atesorar riquezas en este mundo? El Evangelio de hoy nos presenta este problema y esta situación real de la vida de cada día. Hay muchas fortunas inútiles guardadas y almacenadas, que permanecen pasivas sin utilizarse para el bien de los hombres. Simplemente, duermen en y para la codicia de sus dueños, que ni la disfrutan ni dejan que otros lo hagan.

La cuestión es que esa fortuna no ha valido para nada, ni el trabajo gastado en ella, tampoco. Porque al final, su dueño ya no vive en este mundo, y sólo le queda el otro. Y el otro, los bienes y riqueza no son importantes, sino el amor. Dependerá la riqueza de amor que lleves para que seas bien tratado y aceptado en ese gozoso mundo que será para Siempre.

Por lo tanto, la enseñanza del Evangelio de hoy es: la mejor riqueza que vale la pena atesorar es la riqueza del amor. Un amor que nos exige libremente servir y estar en disposición de compartir y utilizar toda nuestra riqueza: talentos, dones, cualidades, bienes...etc., para el disfrute y beneficio de aquellos que lo necesitan. Ese es el verdadero Tesoro por el que vale la pena luchar.

Pongamos nuestra vida en Manos del Espíritu, y abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, para que sepamos atesorar verdaderos tesoros, que nos sirvan para la verdadera vida, la que es para siempre en plenitud y junto a nuestro Padre Dios.

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