martes, 27 de octubre de 2015

LA VERDAD SE HARÁ GRANDE

(Lc 13,18-21)


El hombre busca la verdad, quiere que se haga justicia, pero es débil y se deja dominar por su egoísmo. La prueba es que, cuando hablamos de nosotros mismos, nos describimos como hombres buenos, cumplidores, justos y serios. ¿No es así? Nadie habla mal de sí mismo, aunque después, aplicarlo y llevarlo a la vida sea otra cosa.

Realmente esos son nuestros deseos, pero la realidad es que fallamos y nuestra voluntad y fortaleza son debilitadas por las tentaciones y la avaricia con la que nos seduce el mundo. Ese es el problema del ser humano. No hay otro. Y sabemos, por experiencia, que la verdad, aunque lenta y despacio, termina por imponerse y emerger. Es lo lógico y de sentido común. El hombre acaba por darse cuenta que lo mejor y lo bueno es hacer las cosas bien, en orden a la verdad y la justicia. La vida no es sino una lucha entre el bien y el mal. Y el corzón nos dice que terminará por ganar el bien. Sucede hasta en las películas.

Por eso, la vida ha ido de menos a más; de ser muy injusta a ser más justa; de inmadura a ir madurando. Hoy, mirando atrás, experimentamos lo mucho que se ha crecido. Muchas actitudes del pasado, hoy, serían imposible que se vivieran. No sólo en adelantos técnicos, sino también morales han madurado y crecido en el corazón del hombre. Diríamos que, por la Gracia del Espíritu Santo, van descubriéndose y emergiendo de lo más profundo del corazón humano.

Es verdad, que también crece la cizaña, el mal, y contagia y estropea mucha semilla, pero, profetizado está, que los poderes del infierno no prevalecerán contra el poder de la Iglesia (Mt 16, 18).

Es lo que Jesús nos dice hoy: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

Hoy no parece que esto se vaya a cumplir, pues ocurre lo contrario. El mundo está estropeado tanto físicamente como moralmente, y, quizás, más espiritualmente. Pero la Palabra de Dios siempre se ha cumplido y se cumplirá. Jesús es la prueba y el testigo fiel. En Él todo se ha cumplido, hasta su Resurrección, y en El todos los creyentes tenemos puestas todas nuestras esperanzas.

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