martes, 10 de noviembre de 2015

HACER LO QUE DEBEMOS SIN ESPERAR RECOMPENSA

(Lc 17,7-10)


Muchas veces pensamos que merecemos recompensa por hacer las cosas bien. Entendiendo por bien actuar según la justicia, la verdad y la honradez. Y es que no descubrimos que ya hemos sido recompensados con la salvación Eterna. Porque Jesús murió en la Cruz para la redención y el perdón de todos nuestros pecados.

Lo que procede ahora es actuar como Dios manda, y darle gracias por todo lo que nos ha dado. Estamos vivos. Hemos recibido el don de la vida, y se nos da el Infinito Amor de Dios, que nos salva y nos hace eternos. ¿Cómo nos atrevemos a creernos merecedores, y a exigirle a Dios esos derechos?

Y ocurre que muchas veces recriminamos al Señor que no nos atiende, o que no nos ha dado aquello que le hemos pedido. Y nos creemos con derecho de enfadarnos y hasta rechazarle. Es como si pretendiéramos que, sentados a la mesa, Él nos sirviera. Pidamos perdón al Señor por nuestra ignorancia y osadía.

Esa es la intención que el Evangelio de hoy nos quiere descubrir, la necesidad de darnos cuenta que tenemos que servir de manera gratuita y desinteresada. No hacemos nada por lo que merezcamos recompensa, porque ya nuestro Padre del Cielo nos ha recompensado con todo lo que nos ha regalado. Somos siervos que debemos actuar sin ánimo ni esperanza de recompensa, porque ya el Amor de Dios nos llena de gozo y satisfacción.

Servir por amor es servir en la alegría y en el gozo de la plena felicidad. Y eso lo experimentamos cuando lo vivimos en la familia. Los padres, no sólo dan, sino se dan por amor a sus hijos, y en ese dar y darse encuentran la verdadera felicidad. Y es que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor Infinito y gozoso, por lo que nuestro mayor anhelo es llegar a identificarnos con Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.