miércoles, 30 de diciembre de 2015

DE SORPRESA EN SORPRESA

(Lc 2,36-40)


La vida de Jesús, desde el instante de su nacimiento, es un libro abierto que proclama su Divinidad y su Grandeza. Y también la Misión para la que ha nacido. Los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño. 

Todo se produce de forma que proclama las maravillas del nacimiento del Niño Dios. Hoy, el Evangelio, nos narra la presencia de la profetisa Ana. Una mujer mayor que, en un momento de su vida, decide dedicar el resto de su vida a Dios con ayuno y oración. Está en constante vigilancia a la espera de su venida. Y tiene su premio, pues experimenta la dicha de, como Simeón, de descubrir la presencia de Dios en Aquel Niño que tiene delante de sus ojos.

Y esa debe ser nuestra constante, estar pendiente del Señor. En la parábola de las vírgenes prudentes y necias, el Señor nos descubres cual debe ser nuestra actitud. Quizás, Ana, es una de esas vírgenes prudentes que está vigilante y pendiente de la venida del Señor. Y, llegado el Novio, escucha su voz y encuentra la puerta abierta.

No perdamos el tiempo de nuestra vida con cosas superfluas y caducas. Estemos atentos y vigilantes porque el Novio llegará cuando menos lo esperamos. Ana nos da hoy ejemplo con su vida y nos demuestra que la recompensa llegará. El Señor se hará presente.

Jesús, al calor de sus padres, José y María, van cumpliendo todo lo prescrito según la ley del Señor, y creciendo en sabiduría y fortaleza, pues la Gracia de Dios estaba sobre Él.

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