lunes, 21 de marzo de 2016

SE LES VENÍA EL TINGLADO ABAJO

(Jn 12,1-11)


Estaban decidido a quitar a Jesús del medio y todo lo que pudiese recordarle y servir de testimonio. La Resurrección de Lázaro también les molestaba. Unos días antes de la celebración de la Pascua, estando Jesús en casa de Lázaro, al que había resucitado, se congregó mucha gente allí para ver a Jesús, pero también porque querían ver a Lázaro, el resucitado por Jesús.

Y, claro, todo esto molestaba a los sumos sacerdote que advertían como muchos judíos se les iban y creían en Jesús. Nos cuesta mucho dar el brazo a torcer y abandonarnos en las Manos del Señor. Incluso viendo sus obras nos resistimos a creer en el Señor. Queremos imponer nuestros criterios y nuestra fe, y también nuestro dios, el que nosotros mismos hemos creado.

Todo esto nos descubre la necesidad de la Gracia de Dios, porque es Ella la que nos transforma y nos convierte nuestro corazón apegado a las cosas terrenas y caducas. Un corazón endurecido que necesita la Gracia de Dios para ser transformado en un corazón tierno, generoso y misericordioso. Un corazón capaz de guardar silencio antes las acciones bien intencionadas de los demás y sumarse a las buenas intenciones que otros propones.

Judas, que presenciaba como Marta perfumaba los pies de Jesús con un perfume caro, dijo: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Nuestras protestas, muchas veces, no se corresponden con una buen intención, sino que la hacemos pensando en nuestro propio interés, por envidia u otras razones mal intencionadas. A veces ni sabemos por qué las hacemos. Algo superior a nuestras fuerzas nos impide callarnos o aceptarlo, y sumarnos positivamente, pues lo importante es la intención que sale del corazón, aunque la obra no sea lo suficientemente buena o no salga bien.

Pidamos al Señor estar siempre vigilante y dispuestos a serenarnos, para estar en disposición de discernir lo bueno de lo malo asitidos por el Espíritu Santo.

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