sábado, 21 de mayo de 2016

BUENAS INTENCIONES

(Mc 10,13-16)

La pureza está muy relacionada con la infancia. Los niños son puros y bien intencionados. Sus ruindades y pillerías están cargadas de inocencias y se corresponden  con una etapa concreta de la vida en el periodo infantil más que la propia malicia del hecho intencionado.

Los niños son obedientes, dóciles en cumplir lo que se les dice y maleables a ser formados. Claro, que de no encauzarlos pueden desbocarse como estampida de caballos, pero con buenos pastores, que continúen la labor de los padres en la familia, se pueden encaminar y orientar a entrar por la puerta estrecha, La puerta que conduce a la salvación.

Hoy Jesús nos dice: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él».

Y es que los niños están dispuestos siempre a cambiar, a dejarse invitar y aceptar el entrar en el Reino de Dios. Es la infancia una etapa de bendición, donde el corazón infantil está fresco, tierno y abierto a la pureza, a la bondad, a la ternura y al perdón. Un corazón disponible a la verdad y al amor. Y esas características generales del corazón joven son las que tenemos, los que ya hemos pasado por ahí, que mantener y sostener de forma perseverante los adultos. 

Porque nuestro corazón ha sido niño y, pasando por la juventud, se ha hecho adulto. Y en ese tiempo se ha endurecido y se ha llenado de pecados y malas intenciones. Y contamina todo lo que toca. Por eso debemos regresar al primer amor de niño, y perseverar en mantenernos frescos, tiernos y abiertos a la Gracia, para, no sólo vivirla, sino también transmitirla a los que ahora, siendo niños, crezcan y perseveren en la Gloria de Dios.

Pidamos ese don, para que nuestras vidas sean ejemplos para los niños y, como niños, estemos preparados en el momento de nuestra hora.

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