jueves, 26 de mayo de 2016

CONFESAMOS NUESTRA CEGUERA

(Mc 10,46-52)

Si, Señor, ¿qué sacamos con negar nuestra ceguera?, nada de nada. Sólo lograremos engañarnos y seguir ciegos. No vemos tu presencian entre nosotros, pues nuestra ceguera no nos permite verte. Pero sabemos que andas en cada uno de aquellos que sufren, que son injustamente tratados, que son explotados, excluidos y necesitados. Sin embargo, permanecemos ciegos ante esa realidad.

Somos muchos los Bartimeos de este mundo que no vemos ni tampoco gritamos llamándote. Posiblemente veamos lo que no interesa ver. Tenemos ojos para las cosas que nos estropean la vista y terminarán por dejarnos ciegos para siempre. Buscamos soluciones ópticas para ver mejor, pero esa no es la verdadera luz que necesitamos para alumbrar nuestro camino. Eres Tú, Señor, la Luz que debemos buscar y para ello necesitamos, como Bartimeo, esperar, ser paciente y gritar cuanto Tú pases por mi camino.

Se me nublan las ideas, y hasta la lengua se me paraliza. Estoy, no sólo ciego, Señor, sino también paralítico y, a pesar de tu presencia en los desvalidos y pobres, mi corazón permanece pasivo, quieto, adormecido y sin saber qué hacer. Quiero ver como Bartimeo para saltar repentinamente y presto a tu llamada, y con tu Gracia y tu Fortaleza llenar mi corazón de alabanzas y agradecimiento a tu Persona en el servicio a los demás.

Pero, ¿cómo hacerlo? Quizás necesito dar algún paso que me comprometa y me empuje a estar más cerca de la realidad humana, del sufrimiento de muchos que no tienen donde descansar ni donde apoyarse y sentir la estima y el aprecio de experimentarse como persona. Por eso, Señor, sigo gritando cada día para que despierte en mí esa hambre de servir y de darme a aquellos que lo necesitan.

Abre mis ojos, Señor, y dame la fortaleza de dedicar parte de mi vida a servirte en aquellos en los que Tú estás esperándome.

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