lunes, 4 de julio de 2016

PLANTA ESA FE EN MI CORAZÓN, SEÑOR.

(Mt 9,18-26)

No cabe ninguna duda que a todos nos gustaría tener la fe de aquel magistrado o aquella mujer. Sin embargo, la fe está en nosotros cuando nos esforzamos en seguir a Jesús. Es posible que a quien le interesa, el Maligno, nos haga creer que no tenemos fe, pero la realidad es que si tenemos. Y lo primero es darle gracias a Dios por ese hermoso regalo.

Posiblemente, nuestra fe sea muy pequeña o tenga lagunas, hasta el punto de no pedir las cosas con la seguridad de que nos serán concedidas, o como los protagonistas del Evangelio de hoy. Sí, es necesario pedir que nuestra fe aumente y que crezca hasta el punto de que sea el Señor quien realmente viva en nosotros. Es de sentido común que nuestro Padre Dios nos dará todo aquello que pidamos y que realmente sea bueno para nuestra salvación.  Porque lo malo será para perdernos y nuestro Padre ha venido y quiere salvarnos. Por lo tanto, nunca nos dará algo que pueda ser malo y nos aleje de la salvación. Nos dejará libres para que optemos por lo que queramos, pero siempre nos dará lo que nos conviene y nos sirve para salvarnos.

Hay mucha gente enferma por las que rezo todos los días, y muchas han muerto ya. Podría preguntarme si es que Dios no me hace caso o pensar que a todos no conviene la curación. Supongo que Dios sabe lo que hace y lo que nos conviene. De cualquier forma, los que hoy son curados, mañana volverán a estar enfermos y en algún momento tendrán que morir. Lo verdaderamente importante es que Dios nos salva definitivamente y eso es lo que importa, el resultado final.

Porque de nada nos sirve curarnos o resucitar ahora si nos perdemos después. Por eso, Señor, ponemos toda nuestra confianza en Ti y nos fiamos de tu Palabra. Y te pedimos y seguiremos pidiéndote para que nuestra fe sea cada día más plena y firme en tu Palabra.

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