lunes, 25 de julio de 2016

SIN CRUZ SE DESDIBUJA LA RUTA DEL CAMINO

(Mt 20,20-28)

La Cruz, nuestra propia Cruz sirve de brújula y orientación en el camino de nuestra vida. Ella, la Cruz, nos va marcando y afirmando el sentido y la ruta por donde debemos de ir dando pasos. Si desaparece la Cruz, nos quedamos en blanco, desorientados y perdidos.

La Cruz nos orienta, porque cuando la adversidad se hace presente se pone a prueba nuestra longanimidad y la prueba de nuestro amor. Porque sin Cruz el camino se vuelve cómodo, ancho y espacioso, y todo entra con facilidad. Es la puerta ancha de la que también nos hablará el Señor.

El amor se prueba en la adversidad. O dicho de otro modo, sin pruebas adversas que exijan sacrificios y renuncias difícilmente se descubrirá el verdadero amor. Porque en la abundancia, comodidad y buenos tiempos todo es favorable para amar, y eso invita al amor fácil, al amor interesado, al amor que practicamos todos sin excepciones. Sin embargo, a la hora de proponernos servir, todo cambia de color y el camino se vuelve cuesta y exige humildad, renuncia, sacrificio y dolor. Es la Cruz que hace su presencia y marca el verdadero camino de salvación.

Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

Y desde entonces esa es nuestra Cruz, el servicio y la entrega, de manera especial, a los más pobres y desfavorecidos. No es pequeña, sino grande nuestra Cruz, y no podemos cargarla nosotros solos. Lo haremos si vamos descansados y apoyados en el Señor. Porque Él así lo ha hecho y nos ha dado ejemplo. Jesús va por delante enseñándonos el camino y ayudándonos a recorrerlo.

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