lunes, 29 de agosto de 2016

CONSECUENCIAS DE DECIR LA VERDAD

(Mc 6,17-29)


Bien es sabido por todos que vivir consecuentemente con y al hilo de la verdad comporta problemas y peligros. Posiblemente lo sabemos por experiencia, pero también por otros muchos que conocemos y que han llegado a entregar su vida por defender la verdad. Eso sucede a cada instante en el mundo de la fe. Son muchos los cristianos que mueren por confesar su fe y perseverar en ella.

Jesús, el Señor, murió y entregó su Vida por confesar la Verdad. Él, precisamente, es el Camino, la Verdad y la Vida, y su Palabra molestaba a todos los que querían vivir en la mentira. Tal como Herodías y su hija, y el mismo Herodes. Es lógico suponer que aquel día, cumpleaños de Herodes, el ambiente estaba rodeado de un perfume alcohólico y la euforia y apariencias yacían desenfrenadas y sometidas a las pasiones y egos personales.

Herodes cayó en la trampa, y obligado por su irracionalidad y promesa sentenció la muerte de Juan Bautista. Todo porque denunciaba el egoísmo y la mentira; las pasiones y el desenfreno; la ambición y el poder. Podía ser hoy mismo, porque, hoy, también mueren muchos porque hablan de verdad y justicia, y denuncia a muchos que se apoderan de la verdad con mentiras y someten a los pueblos con poder e injusticias. Está a la vista de todos.

Decir la verdad cuesta, porque decir la Verdad es hablar de Jesús. Porque sólo Él la defiende y la proclama. Entregó su vida de forma voluntaria por amor. No lo hizo por interés ni por poder o ambición. Sólo por Amor. Un Amor gratuito, desinteresado, sin contraprestaciones ni condiciones. Un Amor por ti y por mí. No por nuestro valor ni mérito, porque no valemos ni los tenemos, sino por Amor. Realmente, un Misterio que se renueva cada día en cada Eucaristía. 

Y en donde nosotros, en Él, podemos alimentarnos y llenarnos de su Gracia para confesar también la Verdad. Con nuestras vidas y palabras, conscientes de que, como Él, daremos Gloria al Padre y, en Xto. Jesús, resucitaremos para la eternidad.

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