martes, 30 de agosto de 2016

LA AUTORIDAD DE JESÚS

(Lc 4,31-37)

Jesús habla con total seguridad. Es el Hijo de Dios y se sabe enviado por el Padre. Sus Palabras son seguras, firmes y confiadas en la predilección del Padre. Y no se queda en la Palabra, sino que trasciende a la curación. En esta ocasión expulsa a un espíritu inmundo. Asombra y deja admirados a todos aquellos que le escuchan.

Jesús tiene algo diferente a los demás. Sus conocimientos no le vienen de estudios o preparación, sino de su propia Divinidad y de su conocimiento del Padre. Sabe lo que tiene que decir en cada momento y busca mover el corazón del hombre hacia su salvación. Porque ha venido a salvar, no a condenar. Sabe con que locura el Padre ama a los hombres, y conoce la misión que le ha sido encargada. Y voluntariamente, enviado por el Padre, asume esa misión, que cumple de forma admirable.

¿Tenemos nosotros la capacidad de asombrarnos como aquellos judíos contemporáneos de Jesús? ¿O, por el contrario, nos resulta indiferente hasta el punto que no le escuchamos? Ni que decir tiene que, para asombrarse, como ocurrió con aquellos judíos, es necesario primero escuchar y conocerlo. ¿Estamos nosotros en esa tesitura? Porque, quizás, lo primero que debemos hacer es ponernos en actitud de escucha y de acercamiento.

Sólo en atenta escucha podemos dejarnos asombrar por la Palabra de Jesús y admirarlo. Sólo se puede entender aquello que se conoce, y para entender y admirar a Jesús hay que experimentarlo y conocerlo. Y permanecer cerca de Él para, dejándonos tentar por sus Palabras, experimentar el gozo y la paz que buscamos, equivocados, en las cosas de este mundo. 

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