martes, 2 de agosto de 2016

TAMBIÉN NOSOTROS NOS HUNDIMOS

(Mt 14,22-36)

La duda hunde nuestros pies en la aguas; la duda hace tambalear nuestra poca fe incipiente y débil; la duda necesita la Mano de Jesús para afirmarse y ponerse de pie. Todo eso fue lo que le sucedió a Pedro en aquel mar de Galilea, pero que también nos sucede a nosotros en cualquier lugar donde estemos. Nuestra barca puede sentirse amenazada por las turbulencias y tempestades de la vida y amenazarnos con hundirnos si no tenemos la Mano amiga de Jesús para, agarrados a Él, resarcirnos y levantarnos.

No hay duda, necesitamos la fe, porque es, precisamente la fe la que derriba y vence a la duda. Cuando y donde hay fe desaparece la duda. Somos hijos de la duda y necesitamos agarrarnos a la Mano del Señor para vencerla y enterrarla. Necesitamos dar un paso hacia delante. Pedro lo hizo, y obedeció la llamada del Señor. Esa es la consigna y el riesgo: obedecer al Señor y confiarnos a su Palabra.

Luego, nuestra debilidad se pone de manifiesto y nos hundimos. Somos débiles y tropezamos, pero cuantas veces tendamos nuestra mano al Señor, Él tendrá la suya dispuesta a tenderla y sostenernos. Así nos lo ha enseñado Jesús cuando nos habló de la parábola del hijo pródigo. Jesús nos descubre que la Voluntad del Padre es salvarnos y que su Mano está siempre tendida. Sólo necesitamos arrancar de nuestros labios la súplica de salvación y seremos salvados.

La violencia del viento y las tempestades nos asustan, y nos dan miedo. Pensamos que Dios no está o que nos ha abandonado, o que no nos hace caso. O peor, que nos hemos portado mal y nos rechaza. Y la vida se nos pone cuesta arriba y nos sentimos hundir en la tragedia de nuestra vida. Pues, Dios está ahí, y espera nuestro grito de salvación, tal como hizo Pedro, para tendernos su Mano y salvarnos.

No perdamos esa fe. Es más, pidámosle que nos la aumente y sostengámonos nuestras manos agarradas al timón de nuestra barca para que, cuando la tempestad nos pueda, la Mano del Señor nos salve.

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