viernes, 30 de septiembre de 2016

LA RESPONSABILIDAD ES NUESTRA



Al ser libre nuestros actos dependerá de nuestra elección. Podemos decidir hacer esto o lo otro, pero siempre seremos nosotros los responsable, porque la última decisión es nuestra. En eso consiste el ser libre. No tanto en hacer lo que quiero, me apetece y gusta, que lo que debo y es correcto y bueno.

Hoy el Evangelio nos sitúa en varias ciudades que fueron agraciadas con la Palabra y el Mensaje de Jesús. Corazín, Betsaida y Cafarnaúm fueron lugares privilegiados por la Palabra de Jesús, y lugares donde Jesús hizo muchos milagros. Sin embargo, sus corazones permanecieron cerrados a su conversión. Hasta tal punto que Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. 

Lo mismo ocurrió en Cafarnaúm, y también, refiriéndose a ella dijo:Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!  Cafarnaúm, donde Pedro tenía su casa. ¿Podemos imaginar la oportunidad de esos pueblos? Sin embargo permanecieron cerrados a su Palabra. Jesús se lamenta y sufre por la pobre respuesta de esos pueblos. Pero, ¿no ocurre hoy lo mismo? ¿Cuántos de nuestras ciudades levanta la mirada al Señor? Amigos nuestros; nuestros propios hijos; hermanos y muchos conocidos y desconocidos que hay escuchado la Palabra de Dios viven al margen de ella. Tal y como si no la hubiesen oído. Quizás nunca han hecho caso ni la han escuchado prestándole atención.

Pidamos la capacidad de advertir que no hay otra fuente de felicidad sino la que viene de la Palabra de Dios. Y que los caminos de este mundo son caminos equivocados, espejismos de felicidad y caminos de perdición. Por eso, levantemos la mirada hacia el Señor y abrámosle nuestros corazones.

jueves, 29 de septiembre de 2016

LA VERDAD TE LLEVA A DIOS

(Jn 1,47-51)

Quien es sincero, sencillo y humilde no podrá falsear la vida. Siempre vivirá en presencia de la verdad y no esconderá sus fracasos, sus debilidades y pecados. Se mostrará tal cual es, y eso se llama personalidad. Y eso quiere significar que siempre se intentará mejorar, porque la humilad busca la verdad y descubre la mentira. Otra cosa es que no se pueda, pero para eso aparece el Espíritu de Dios, que nos dará lo que falte para cumplir su Voluntad. 

El episodio del Evangelio de hoy nos pone delante de esa realidad. Natanael no cree que de Nazaret pueda salir el Mesías esperado, y, por supuesto, no cree que Jesús sea el Mesías prometido. Sin embargo le asombra lo que Jesús le dice cuando le ve llegar: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Y Natanael queda admirado hasta el punto de responder: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Y Jesús ante tal respuesta sincera le promete que verá cosas mayores. Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». 

¡¡Veremos cosas mayores!! Indudablemente, ¡cuántas cosas nos quedan por ver y asombrarnos! No podemos imaginar cuantas cosas nos tiene Dios preparadas. Sería imposible para nosotros poder imaginarlas. Ni tan siquiera imaginar la figura de los ángeles y arcángeles. Por eso, por la fe, nuestra muerte debe suponer un momento emocionante y glorioso, porque es la hora en que conoceremos todo lo que el Señor nos ha preparado para que vivamos eternamente en su presencia.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

DENTRO DE TU CORAZÓN

(Lc 9,57-62)

El Señor tiene su guarida en tu corazón. Ahí se ha quedado y espera que tú lo atiendas y lo hagas tu Rey. El Señor aguarda a que tú y yo le hagamos dueño de nuestras vidas. Por eso nos dice en el Evangelio de hoy: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».  

Muchos de nosotros ponemos muchas cosas antes que el Señor. Muchos de nosotros gastamos nuestro tiempo en cosas que anteponemos al Señor. Decimos que seguimos al Señor, pero el día lo preparamos según nuestros planes y proyectos, y lo que sobra se lo dedicamos al Señor. Por eso, a otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios».

Quienes se alejan del Señor y ponen otras cosas como prioridades están ciegos y muertos. Por eso Jesús habla de dejar que los mismos muertos entierren a sus propios muertos. Todo lo que está fuera del Señor es ceguera y muerte, y la muestra más palpable es ver cómo está el mundo que nos rodea. 

También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». No podemos seguirle si tenemos otras cosas en nuestra vida. Seguir al Señor exige total y plena libertad para estar en todo momento en su presencia y a cada instante glorificándole en todo nuestro hacer, sentir y ser. 

Seguir al Señor es ser consecuente, fiel y responsable toda nuestra vida con nuestro compromiso bautismal. Vivir la Vida de la Gracia es manifestar en todo momento que somos hijos de Dios y estamos llamados a la Vida Eterna por el amor y para amar.

martes, 27 de septiembre de 2016

LLEGA LA HORA

(Lc 9,51-56)


El tiempo, un misterio, guarda nuestra vida como si de una caja de raudales se tratara. Pero sabemos que, gastado, tendrá que salir, pues le ha llegado su hora. Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, se ha sometido voluntariamente al tiempo y espacio humano. En todo igual al hombre, menos en el pecado. 

Por su propia Voluntad ha querido guardarse en esa caja del tiempo humano, donde a cada uno le llega su hora. Y a Él, sometido y despojado de su Divinidad y Privilegios, también le ha llegado su hora. La hora de la Redención por y para nuestros pecados, y también la hora de nuestra salvación. Y, llegado el tiempo, envía mensajeros por delante en su subida a Jerusalén.

Mientras hace una parada en el camino. Concretamente en Samaría, y advierte que es bien recibido. Enterados los samaritanos que se dirige a Jerusalén no le acogen. Proyectan sus luchas con los israelitas y eso afecta a Jesús y sus discípulos. Estos enfadados quieren vengarse y contrarrestar con fuego esas desavenencia. Pero Jesús les ríe y pone calma. 

Pocas veces se enfada Jesús, para que en esta ocasión regañe a los apóstoles por sus actitudes de venganza. Jesús no ha venido a luchar contra los que no le aceptan, sino a perdonar misericordiosamente a todos aquellos que aceptan su Misericordia y perdón. Y a transformarnos nuestro gruñir, enfado y deseos de venganzas en suaves y dulces miradas de amor y misericordia.

Y lo hará en la medida que tú y yo nos dejemos modelar por sus Manos de Alfarero Omnipotente y le demos posada en nuestro corazón. Abramos, pues las puertas de nuestros corazones para que el Señor haga noche en nosotros y nos lo arregle.

lunes, 26 de septiembre de 2016

COMPARACIONES Y PRIVILEGIOS

(Lc 9,46-50)

Todos buscamos los mejores puestos. Quien dice que no, posiblemente miente, pues es una inclinación que está genéticamente impregnada en nuestra sangre. Y para desapegarla necesitamos la Gracia, pues solos estamos vencidos. Pero, nos ocurre también que, a pesar de buscar lo mejor, también protestamos porque lo que tenemos en relación con otros. ¡Y Dios me libre que me pase algo malo! Protestamos y nos creemos con derecho.

La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos refleja muy claro estas actitudes nuestras. El ejemplo de Job es una advertencia a no actuar así y confiar en la Misericordia, Generosidad y Amor de Dios.

Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:
Desnudo salí del vientre de mi madre
y desnudo volveré a él.
El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó;
bendito sea el nombre del Señor.
A pesar de todo, Job no protestó contra Dios.

La reflexión es clara: ¿Es esa nuestra actitud ante las adversidades de la vida? ¿Buscamos los últimos puestos con la intención de servir y no lucirnos? ¿Proponemos el Mensaje y damos testimonio de él sin más intenciones? ¿Nos abrimos al amor venga de dónde venga?

Pidamos al Espíritu de Dios que nos dé la sabiduría y la serenidad de, como el santo Job, ver con paciencia y confianza la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas.

domingo, 25 de septiembre de 2016

IGUALDAD Y DESIGUALDADES

(Lc 16,19-31)
Nos ocurre que nos quejamos de tanta miseria. Incluso envidamos a aquellos que son ricos o que han heredado riquezas de sus padres. Nos parece injusto y nos quejamos de esta vida de desigualdades. Mientras unos sufren, otros lo pasan en abundancia y en banquetes y fiestas. No parece eso justo. ¿Dónde está Dios?

La parábola que hoy nos cuenta el Evangelio deja las cosas en su sitio. Las desigualdades tienden a igualarse. Llegará el momento que todos serán igualados y aquellos que han recibido sus bienes, si no los han aprovechado, se quedaran sin nada. Es la historia del rico epulón, hombre dedicado a banquetearse y regalarse fiestas y diversiones. Hombre dedicado a pasarlo bien.

Y no por eso hombre malo. No hace daño, ni mata ni roba. Es más, invita y lo pasa bien en banquetes y fiestas. Pero pasa del pobre Lázaro, tumbado a su puerta y carente de todo. Ansiaba comerse las migajas de pan que se caían de la mesa. Nadie le tenía en cuenta y aquel hombre rico pasaba de él. Ese fue su pecado, la omisión. Y la reflexión que nos interesa a nosotros discernir y rumiar.

También nosotros tenemos omisiones. No se trata de no hacer ni de incumplir, sino de hacer el bien sobre todo en aquel que lo necesita. Se trata de repartir, compartir los bienes que tenemos. No sólo de dinero, sino de tiempo, de disponibilidad, de cualidades, de muchas cosas que podemos hacer y aliviar la vida de los que carecen de todo.

Ser discípulo de Jesús no es simplemente ser un hombre bueno en el sentido negativo, es decir, no matar, no robar, no mentir, no hacer daño a nadie, sino que también hay un sentido positivo: hacer y compartir tu bien con los que no tienen; dar de lo que tienes a aquellos que lo necesitan, que muchas veces puede ser un consejo, un acompañar, un servir o solucionar algún problema. 

Ese fue el pecado de aquel hombre rico, pasar de los demás. Pidamos que estemos siempre dispuestos a solidarizarnos con los más necesitados y pobres.

sábado, 24 de septiembre de 2016

LA PASIÓN DE JESÚS

(Lc 9,43b-45)

Jesús, admirado por sus milagros y palabras no puede ser maniatado ni condenado. Los discípulos eufóricos con Jesús no entienden que le pueda pasar algo, y menos lo que les dice: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».  

Ni se les pasa por la cabeza que pueda ocurrir eso. No llegan a entender que a Jesús, un hombre que hace el bien y obra milagros, le puedan mal tratar y condenar. Incluso, les da miedo preguntarle, pues no quieren enfrentarse con la realidad. Se sienten tan bien con Jesús y no pueden entender que a una persona como Él le pueda ocurrir algo semejante como condenarle. 

Pero, Jesús no les engaña y les dice la verdad, pues Él es precisamente el Camino, la Verdad y la Vida. Y les quiere meter en la cabeza lo que le va a pasar: "Meteos bien esto en la cabeza".  ¿No nos pasa a nosotros lo mismo? ¿No va esta pregunta  también para nosotros? ¿Entendemos la Pasión y Muerte de Jesús? ¿Y entendemos que también nosotros tenemos que añadir a su Pasión la nuestra, para que alcance, por sus méritos, no por los nuestros, valor eterno?

¿Y cuál es mi pasión? ¿Y cuál es mi cruz? Supongo que aquella que no queremos aceptar, la de cada día y la que rechazamos cuando nuestros planes son otros. La que cargamos con nuestras vanidades y egoísmos, adornándolas con nuestras comodidades, pasiones y ambiciones. Se hace difícil entender a Jesús y también compartir su manera de entregarse a la muerte. Pero Él tiene Palabra de Vida Eterna y la ha vencido Resucitando.

Contamos con ventaja. Los apóstoles no la entendían, pero tampoco podían imaginar nada. Nosotros sí, quizás no lo entendamos, pero sabemos, por los apóstoles y la Iglesia que Jesús ha Resucitado.

viernes, 23 de septiembre de 2016

LO DE CREER, HAY MUCHOS



Son muchos los que dicen creer. El hecho de mantener las tradiciones e ir a misa supone que en el fondo de cada persona subyace la fe. Quizás una fe adormecida, más muerta que viva, pero fe. Porque de no ser así difícilmente la gente se acercaría a la Iglesia ni tampoco bautizarían a sus hijos. Y, hoy, en la actualidad hay muchos bautizos que yo confirmo, porque doy catequesis a los padres y padrinos. Y sólo en mi parroquia hay una media entre diez y quince bautismos mensuales.

Ahora, la cuestión es preguntarnos por esa fe. Es la pregunta que hace Jesús a sus apóstoles en el Evangelio de hoy: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Y podemos aproximarnos a la respuesta. La mayoría diría que cree en un Dios, pero no tanto en los curas o en la Iglesia. Muchos no sabrían distinguir entre curas e Iglesia. Muchos menos hablarían de Jesucristo, porque ni lo conocen. Habrán oído algo, pero nada más.

Pero, aparte de todas esas opiniones y expresiones de una fe débil, enferma o diluida, ¿tú que piensas? Esa es la pregunta que nos dice Jesús. Tú, que me conoces y me sigues, ¿qué dices de Mí? Sabemos por el Evangelio la respuesta de Pedro, pero también sabemos que fue inspirado por el Espíritu, pues muy seguro no parecía estar cuando poco después le negó tres veces seguidas. Eso dejar ver nuestra debilidad y nuestras dudas humanas. La fe es un don de Dios.

Porque no tenemos capacidad para poder entender el Misterio de Dios, pero en Jesús, su Hijo, podemos verle, escuchar su Palabra y alimentarnos de su Espíritu. Los apóstoles le vieron y compartieron con Él un tiempo, hasta su Muerte en la Cruz. Y nos han dejado su Vida, Obras y su Palabra. Y, por ellos, creemos en el Señor y depositamos en Él toda nuestra confianza y fe. 

Le pedimos que nos la aumente, nos la afirme y nos dé la fortaleza de su Gracia, para que, viviéndola podamos llevarla también nosotros a todos los lugares en los que nos movemos y vivimos.

jueves, 22 de septiembre de 2016

LA PRESENCIA DE JESÚS SE HACÍA NOTAR

(Lc 9,7-9)

No pasaba desapercibido Jesús. Su presencia armaba líos, discusiones y tensión. Para unos era un profeta; para otros era la solución a sus males; otros se maravillaban de sus Palabras y promesas, pero otros se preguntaban qué hacer para quitarlo del medio, porque les estropeaba sus planes. De cualquier forma, Jesús no pasaba indiferente y su presencia se hacía notar.

Herodes no era menos. Estaba inquieto, curioso e interesado en saber de ese Jesús. Y le buscaba para conocerle. Sin embargo, su búsqueda no era una búsqueda seria, profunda y trascendente, sino una simple curiosidad por descubrir de donde venía tanto alboroto y tanta fama. De querer presenciar esos milagros que de Él se decía.

 Y cuando le ve se decepciona ante la imagen de sencillez, humildad y ternura que ve en Jesús, y la respuesta de silencio que recibe ante sus preguntas y curiosidades. Jesús no advierte en él ningún interés sincero y verdadero, más lo delata como un corrupto y depravado. Había sido él quien mandó a decapitar a su primo Juan el Bautista, y Jesús no le acusa.

¿Qué nos ocurre a nosotros? También nos decepciona Jesús. Ahora no podemos verle en carne y hueso, pero le tenemos más cerca y a cualquier momento y hora. Está entre nosotros cuando nos reunimos en su nombre y en todas aquellas personas que sufren y están necesitadas. Está en el Sagrario, donde podemos ir a verle y adorarle. Sólo, quizás, nos falta la fe.

Aprovechemos estos momentos para pedírsela y abrirnos a ella, porque este mundo, suficiente y prepotente se niega a verle. Creyéndose sabios están ciegos y víctimas de sus propios errores.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

DESCUBRE TU ENFERMEDAD Y PODRÁS SER CURADO

(Mt 9,9-13)

Cuando haces mal, ¿qué sensación te queda después? Seguro que alegre y regocijado no. Puedes ser que trates de aparentar, pero en lo más profundo de tu corazón hay dolor y arrepentimiento. Porque no te gustaría que, otro más fuerte que tú, te lo hiciera a ti. El mal no deja buenas huellas de gozo y alegría, y nadie, por lo menos en principio, quiere hacerlo. Otra cosa es que nuestra condición de pecador nos haga caer en él.

La experiencia nos ayuda a comprender nuestras equivocaciones y también nuestros pecados. Sin estar enfermo no valoramos el valor del médico. Después de experimentarnos curados damos importancia a aquel que nos ha curado. El médico es importante. Sus conocimientos y esfuerzo nos ayudan a estar saludables. Pero, si nos consideramos saludables no necesitamos del médico, ni tampoco le damos importancia. Claro, que cuando llegue la enfermedad nos acordaremos de él.

Nos suele pasar eso con respecto a Jesús. El Señor no quiere sacrificios ni heroicidades. Con Él se basta. El Señor es Misericordioso, y gracias a su Misericordia estamos vivos y sostenidos en la esperanza de Vivir Eternamente en plenitud. Por lo tanto, Jesús, nuestro Señor, viene a curar a los enfermos, porque reparte perdón y misericordia. Y sólo los que se consideran enfermos experimentan la necesidad de aceptarla y pedirla.

Mateo, considerado un publicano y pecador no gozaba de buena fama. Erudito formado en economía realizaba el oficio de recaudador y no era bien visto. Sin embargo, Jesús se fija en él y le llama. Y lo sorprendente es que Mateo le sigue. Y no sólo le sigue sino que se convierte, es decir, cambia de vida y de actitudes. Mateo se deja curar por Jesús abriéndole su corazón sucio para que Él lo transforme en un corazón limpio.

La pregunta viene sola: ¿Y nosotros, tú y yo, nos dejamos curar nuestro corazón, contaminado por el mundo, poniéndolo en Manos de Jesús, que viene a perdonarnos misericordiosamente? 

martes, 20 de septiembre de 2016

JESÚS SE HACE HOMBRE PORQUE LA VIRGEN ACCEDE A LA VOLUNTAD DEL PADRE

(Lc 8,19-21)

Bien sabe Jesús que su Madre es la primera que cumple la Voluntad de su Padre, y lo sabe porque su presencia allí es gracia al Sí de su Madre al anuncio del Ángel  san Gabriel enviado por su Padre. Por eso no tiene ningún reparo decir: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

Porque lo que nos une y hermana es la fe, y la fe supone escuchar la Palabra de Dios y llevarla a la vida. Por eso, la respuesta de Jesús tiene todo el sentido del mundo y la alabanza a su Madre, en lugar de parecer lo contrario, porque es ella la primera cumple esa Palabra.

Ahora, importa preguntarnos, ¿y nosotros? ¿Cumplimos esa Palabra de Dios que también, se supone, escuchamos? Porque esa es la cuestión y la consecuencia de nuestra fe. Porque no nos vale decir ni escribir, tal y como yo hago, que creemos si luego no, al menos nos esforzamos, en hacer esa Palabra vida en mi vida.

Y oír supone acercarnos a la Palabra, porque no se escucha lo que no se tiene cerca. Y eso nos compromete a reflexionarla, porque escuchar no es simplemente estar en silencio, sino el esfuerzo de entenderla, o pedir luz para eso, y también el esfuerzo de rumiarla y reflexionarla. Y también compartirla con todos los demás, porqué en ese compartir está la riqueza y toda la Luz que el Señor, en medio de todos, nos alumbra y nos ilumina.

De ahí la necesidad de esforzarnos en nuestros propios comentarios y compartir. O simplemente orar y pedir luz, porque quizás tu luz puede alumbrar el camino a otro.

lunes, 19 de septiembre de 2016

QUIEN DA LUZ, RECIBIRA MÁS LUZ

(Lc 8,16-18)

Supongo que esa sera la consecuencia lógica de: "porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará". Y es que el hombra pasa su vida buscando tener. Tener más dinero; tener más fama; tener más prestigio; tener más bienes...etc. Tener y tener, la canción lo deja bien claro:  "el que tiene un peso, quieres tener dos..."

Quien da más de lo que tiene, recibirá más. Más reconocimiento; más estima; más prestigio; más fama; más paz y amistad, y más amor. En resumen, será más feliz y más rico en valores que perduran y permanecen en el corazón llenándolo de gozo y plenitud. Porque la luz es para derramarla sobre todos los hombres y alumbrarlos. Dejará de ser luz si se esconde debajo de la mesa o permanece oculta en las sacristías y dentro de la Iglesia. La luz cumple su función cuando alumbra.

¿Y nosotros, somos luz? Posiblemente queramos serlo, pero quizás no alumbramos como nos gustaría. El mundo nos seduce, nos tienta y nos impone. Experimentamos miedo, respeto humano, vergüenza y también ignorancia. No sabemos qué hacer ni cómo hablar. Y dejamos mucho que desear con nuestro ejemplo. Pero, enseguida nos surge este interrogante: ¿Acaso no sabía nuestro Padre Dios quienes somos? ¿Acaso no sabía nuestro Padre Dios de nuestras debilidades, de nuestras limitaciones y fracasos? Luego, si lo sabía, ¿cómo es posible que pone tanta responsabilidad sobre nuestros hombros y espera frutos de tan poca cosa?

Sólo hay una respuesta: Dios lo sabía y lo sabe. Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, y sabe lo que nos ha encargado. Porque todo lo hace Él. Sólo nos pide nuestro entusiasmo y nuestra confianza; sólo nos pide nuestra voluntad y libertad, y también nuestros pecados. Él lo transformará todo si nosotros somos capaces de ponernos en sus Manos. Él es el único Sembrador y Labrador, y nos deja que le acompañemos en el cultivo de nuestra propia tierra, pero siempre injertados en Él.

Por eso, quienes se atreven a dar Luz confiando en Él y adheridos a la acción del Espíritu Santo, recibiran más y más. Más luz, más amor y más gozo y felicidad eterna.

domingo, 18 de septiembre de 2016

LAS ASTUCIA ES IMPORTANTE

(Lc 16,1-13)

La vida, mejor, el mundo está estructurado para que con tu trabajo puedas conseguir lo que necesitas para vivir. Somos seres humanos y necesitamos materia para vivir. El trabajo es la forma de conseguir el dinero para obtener con él todo lo que necesitas. Sin embargo, hay un peligro, que hagas del trabajo, y del fruto que se desprende de él, tu dios, y consagres tu vida a adorarle para tu disfrute personal y egoísta.

Esa es el mensaje esencial de este Evangelio. No se trata de condenar el dinero ni tampoco la riqueza, y mucho menos el obtenerla, sino el destino que se le pueda dar. El amo exalta la astucia del aquel injusto administrador, no por cómo actúa, sino por su afán y picardía para conseguirse un nuevo empleo. Vivimos estas actitudes humanas cada día. El panorama político español nos puede servir de ejemplo, pues hay muy astutos políticos que se parecen mucho a este administrador injusto. Trabajan buscando su provecho sin pensar en el de los españoles que representa. Ni siquiera en su propio partido.

Jesús echa en falta la astucia de los hijos de la luz, pasivos y maniatados ante las dificultades que las diversas circunstancias de la evangelización les presentan. Y la ausencia de su testimonio en los ambientes que se mueven. Los que te rodean deben saber por qué actúas de una forma determinada y descubrirlo en tu imagen y en tu rostro. Un creyente no puede ir triste ni desesperado por las cosas que suceden en su vida.

Es verdad que no damos ejemplo, y yo el primero, pero debemos irnos convenciendo que el Espíritu está con nosotros y nos echará una mano para, si no arreglar la situación, si para soportarla y aceptarla con resignación evangélica y esperanzada.

Porque nosotros, los creyentes en Jesús de Nazaret, creemos en la Resurrección. Primero en la de Él, y luego en la que Él nos ha prometido a todos los que le siguen y le creen. Por lo tanto, nada nos debe de desesperar, sino animar a actuar con honradez, con justicia y con ánimo de dar testimonio cada vez que se presenta la ocasión. La astucia nos sirve para aprovechar el instante propicio para poner hilo directo con el amor del Señor y el mensaje de salvación.

sábado, 17 de septiembre de 2016

SEMBRAR - MORIR - DAR FRUTOS

(Lc 8,4-15)


Toda la vida empieza por nacer, para luego crecer y desarrollarse y dar frutos. Digamos que la consecuencia de vivir es dejar huella, es decir, dar frutos. La vida es un don de Dios, que si se corta o mata dejará de dar esos frutos que de ella se espera. Porque ninguna otra lo hará por ella.

Sembrar es una constante en la vida, pero la siembra es el comienzo de la misión que, luego madurando dará los frutos que tiene asignado. Pero, la siembra tiene sus peligros y dificultades. Depende del lugar, el ambiente, la tierra, el agua, los cuidados y muchas otras cosas. Hoy, Jesús, con una claridad meridiana y una paciencia infinita nos explica y enseña el camino de la semilla sembradora y sus peripecias en orden a cumplir su misión, tal es la de dar frutos.

La semilla se siembra, pero no todas caen en buen lugar o buena tierra. Unas quedan al borde del camino, son pisadas y comidas por los pájaros. Otras caen en tierra pedregosa y secas por falta de humedad mueren. Otras caen en tierra llena de abrojos y ahogadas por estos, perecen. Y, ¡por fin! otras caen en tierra buena y fértil y agarradas a su raíz, que entierran profundamente, crecen, maduran y dan frutos.

Ocurre así en la vida. Unos escuchan la Palabra, pero lo hacen con indiferencia, mirando más al mundo que nos seduce. Llega el diablo y se los lleva con él. Otros escuchan la Palabra con alegría y entusiasmo, pero se quedan en la superficie, no profundizan, y el menor zozobro los tambalean y abandonan. Hay otros que escuchan y acogen bien la Palabra, pero también escuchan al mundo. Tratan de estar bien con dos señores, y terminan por servir al más cómodo y apetecible. Eligen la puerta ancha y espaciosa.

Sin embargo, hay otros, los de la tierra buena y fértil que escuchan la Palabra, la aceptan, la acogen, la guardan, la hacen suya, la reflexionan y meditan, y tratan de llevarla a sus vidas cada día perseverando en ella. Así, en esa medida, dan frutos. 

Pidamos la sabiduría y la humildad de escuchar la Palabra y disponer nuestra tierra para que, fertilizada por la Gracia del Espíritu Santo, sea transformada en tierra buena y fertil para dar muchos y buenos frutos según la Voluntad del Señor.

viernes, 16 de septiembre de 2016

EL PAPEL DE LAS MUJERES

(Lc 8,1-3)

También el Evangelio remarca el pasaje de un día normal en la vida de Jesús: En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Esa era la forma de proclamar y extender el Reino de Dios, ir proclamándolo por  ciudades y pueblos. Y no iba sólo, sino acompañado de los doce y algunas mujeres. Sí, las mujeres también han tomado parte importante en la evangelización, y hoy continúan haciéndolo. El hecho de que Lucas lo anote y lo señale descubre que ha de tener su importancia. Y realmente la tiene.

Hoy, muchas parroquias están pobladas de mujeres. Eso lo constato yo que soy uno de los pocos hombres que milita en mi parroquia. Cuando hacemos alguna reunión constato que la mayoría son mujeres. Hombres se pueden contar con los dedos de una mano y sobra. Yo y alguno más. Y esta es la tónica general en casi todas las parroquias de mi isla. Creo que en otras parroquias del archipielago y peninsula hay algo más de hombres, pero por lo general abundan las mujeres.

Supongo que si se les ordenara se acabaría el problema de pocos sacerdotes en la Iglesia, pero por alguna razón Jesús escogió sólo a doce hombres para fundar su Iglesia. Es extraño que Jesús de pensar que también las mujeres, no añadiera a algunas a esa tarea evangelizadora. Podemos pensar que la época no lo permitía, ni lo comprenderían, pero Jesús no se paraba, de pesar que tenía que ser así, en no hacerlo. Su denuncia con la ley del sábado, el repudio de la mujer...etc., nos lo dejan ver.

De cualquier manera, la mujer, bendita mujeres, hacen una labor encomiable y hermosa dentro y fuera de la Iglesia. Son, como los hombres, muy importantes para, entre todos proclamar el Reino de Dios.

jueves, 15 de septiembre de 2016

HASTA LA ÚLTIMA HORA

Jn 19, 25-27


María acompaña a su Hijo hasta la última hora. Y la última hora es la Cruz. Porque Jesús había venido a morir en la Cruz; porque Jesús había entregado su Vida al Padre para que, enviado por Él, nos rescatara, con su Pasión y Muerte, de la esclavitud del pecado. María también hace ese recorrido de su propia pasión y dolor, que le hacen morir a sí misma para entregarlo como corredentora con su Hijo.

Es otra de las virtudes de María, su Fidelidad. No sólo abrió su corazón con su Sí, sino que se entregó en plena fidelidad al cumplimiento de su palabra. María sigue a Jesús hasta el pie de la Cruz, y como Madre, llora y sufre con su Muerte. Y, en silencio, confía y espera la hora de la resurrección. No se adelanta, sino espera que el Padre glorifique al Hijo para su propia Gloria.

Jesús, la Resurrección de Jesús es la Gloria del Padre, porque en ella se cumple su Misión salvífica y con ella nos salva del pecado y de morir a la Gracia de Dios. Y María acompaña toda esa Gloria en silencio, con humildad, abierta y dispuesta, sufriendo y doliéndose de no entender los caminos del Padre. María deja su voluntad para hacer la Voluntad del Padre. María, pozo de sabiduría del Espíritu Santo, que nos enseña el camino, por la Cruz, hacia Jesús.

Hoy, día de los Dolores, nos fijamos en los sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida por haber aceptado ser la Madre del Salvador. Y por las incomprensiones de todos aquellos que le rechazaban o que, por miedos, le dejaban sólo y abandonado. María, en pie, resistió como Madre todos esos embates y siguió, frente a las adversidades, al pie de la Cruz junto a su Hijo.

Fijémonos en María, para que, arrimados a ella como hijos, seamos, por su intercesión, capaces de seguir a Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida que, en ella se nos reveló a todos los hombres.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

DE SER JUZGADOS, EL RESULTADO SERÍA CONDENACIÓN

(Jn 3,13-17)

No vino Jesús a juzgarnos, porque de ser así, pocas esperanzas tendríamos. Nuestros pecados nos delatan y nos condenan. No tenemos escapatoria. Sin embargo, por la Misericordia de Dios, algo que nos cuesta entender, porque no nos cabe en la cabeza, Jesús, el Hijo de Dios, fue enviado a este mundo, no para juzgarnos, porque entonces no tendríamos remedio, sino para salvarnos.

Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

Esa es nuestra esperanza, la Misericordia de Dios. Jesús, por su Pasión y Muerte en la Cruz, nos rescata y somos salvados. Somos salvados si creemos en Él y compartimos nuestra propia cruz, la de nuestra vida, con la del Señor. Desde la muerte de Jesús en la Cruz, la Cruz, valga la redundancia, se convierte en signo de salvación. Así ocurrió en el desierto con la serpiente de bronce, signo y figura de salvación de la Cruz de Xto. Jesús.

Indudablemente, nunca entenderemos la locura de Amor del Padre, hasta el punto de enviar a su único Hijo, nuestro Señor Jesús, a una muerte de Cruz para rescatarnos y salvarnos. Es un misterio que nos deja perplejos, que no merecemos y que no alcanzamos a comprender. Sólo nos queda el reconocerlo, el depositar en Él nuestra confianza y la esperanza de una vida nueva en su presencia.

Ese sentimiento es el que nos acerca más a su Persona. Porque nuestro corazón siente y percibe lo que Él nos dice y proclama. Buscamos la felicidad y la eternidad, y es eso lo que Él, nuestro Señor, viene a proponernos y a entregar su Vida para que lo consigamos. Gracias, Señor, a pesar de nuestra incapacidad para entenderlo. Gracias por tu Amor y tu Misericordia.

martes, 13 de septiembre de 2016

LA CALLE, LUGAR DE ENCUENTRO

(Lc 7,11-17)
Es seguro que en casa no te vas a encontrar sino con aquellos que viven contigo o alguna visita. Es lógico y de sentido común que la calle es el lugar donde se produce el encuentro con los otros. Y el camino el espacio donde se propicia el cruce con los otros. En ese cruce hay un intercambio, una mirada y una posible relación.

Eso fue lo que le ocurrió a Jesús aquel día: En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. 

Ni que decir tiene pensar que, de no pasar Jesús por allí, no se hubiese producido ese cruce o encuentro. Y es el encuentro lo que da lugar a la compasión. Jesús, sabe la situación que vive la pobre viuda. La pérdida del hijo la deja desamparada y a merced de lobos y miserias. Y Jesús se compadece: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Varias lecciones se desprenden de este pasaje evangélico. Por un lado, la calle. Necesitamos salir, caminar y ver. Cada cual con los pies y las oportunidades que pueda. No significa esto que haya una sola forma de salir a la calle y caminar. Quizás, también ésta, la de Internet, sea una forma nueva adaptada a estos tiempos, que nos permite estar en contacto, aunque no físicos, con mucha gente.

De cualquier forma, la primera lectura de Pablo a los Corintioos 12, 12-14. 27-31a nos aclara mucho el tema. Pidamos a Espíritu Santo que nos dé la sabiduría y fortaleza para entender y hacer.

lunes, 12 de septiembre de 2016

UNA PALABRA TUYA BASTARÁ PARA SALVARME

(Lc 7,1-10)

Todos los días se repiten estas palabras en la consagraión Eucarística: "Señor, no soy digno de que entre en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme". Son las palabras que aquel centurión mandó a decir a Jesús por medio de unos amigos cuando Jesús se dirigía a su casa: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Hay que tener fe para enviar a decirlas. Hasta tal punto que admiraron a Jesús que exclamó:  «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Hoy se repiten innumerables veces en cada Eucaristia celebrada esta célebra frase. Tu Palabra, Señor, basta. Y así es y así debe ser. 

Pero la fe no es algo que se adquiere o se aprende. La fe es un don de Dios que se nos da gratuitamente, como todo lo que hemos recibido de Dios, y en la medida que también la buscamos. Porque, aquel centurión, primero había escuchado los prodigios y milagros de Jesús, y segundo, puso toda su atención para encontrarlo y, encontrado, envío mensajeros para solicitarle el favor para su siervo.

Se nos viene una pregunta: ¿Buscamos nosotros a Jesús? ¿Y lo hacemos con fe y la seguridad de que nos escuchará? ¿Creemos que nos podrá solucionar lo que le pedimos? Aquel centurión lo creyó y tuvo la respuesta afirmativa de Jesús. Porque el Señor no nos falla, pues ha venido para eso, para salvarnos. ¿Cómo no nos va a salvar?

domingo, 11 de septiembre de 2016

LA ESENCIA DEL AMOR

(Lc 15,1-32)


El amor no es para darlo sólo a los que te corresponden o te obedecen, pues ese amor es fácil y no necesita ningún esfuerzo. El amor se descubre en la exigencia, en la necesidad, en la pobreza y hasta en la desobediencia. El amor es para darlo a los pecadores, a los que, precisamente, no aman y necesitan de conversión para amar. No tendría sentido ninguno amar a los que te aman.

Y no se entiende lo que murmuran los fariseos y escribas cuando ven a Jesús entre los publicanos y pecadores. No se entiende porque son ellos lo que lo necesitan y a los que viene Jesús. No son los que tienen amor los que lo necesitan, sino aquellos que están marginados, que viven en el desamor y el pecado. Sin embargo, las apariencias engañan, y, quizás, los que se creen más limpios, están más sucios. 

De cualquier manera, la parábola de la oveja perdida deja muy claro el sentido del criterio de Dios. Son los necesitados los preferidos de Jesús y los que necesitan de su Amor. Por eso, habrá más alegría por la conversión de un pecador que por noventa y nueve justos que no la necesitan. Porque esa es la misión, redimir a los pecadores. Y ese es el secreto, la Misericordia de Dios. Gracias a ella estamos salvados.

Dios nos ama misericordiosamente, hasta el punto de, no mereciéndonos el perdón, recibirlo. Experimentar ese agradecimiento nos acerca al Señor y nos descubre su Amor. Jesús nos lo describe magistralmente en la parábola del Padre misericordioso. Conocerla, meditarla y reflexionarla es vital para entender como nos ama Dios. Un Padre que nos busca, nos espera, nos atiende, nos deja en plena libertad, pero se preocupa por nuestra elección y lejanía, y aguarda esperanzado que nos demos cuenta y le entendamos. Y nos aguarda con paciencia esperando nuestro regreso.

Tengamos mucho cuidado de adherirnos a la actitud del hermano mayor. Son, quizás, los fariseos y escribas de nuestro tiempo, los que murmuramos el amor del Padre. Podemos, sin darnos cuenta, estar en esa actitud, acomodados, instalados y creídos que somos los buenos hijos y los merecedores del amor del Padre.

sábado, 10 de septiembre de 2016

FRUTO BUENO, ÁRBOL BUENO

(Lc 6,43-49)


Es de sentido común que lo bueno procede de lo bueno, y viceversa, de lo malo, lo malo.  Los buenos frutos se cultivan con y en la tierra, rica en abonos y mezcladas con buen estiércol. Y, las malas, están rodeadas de malas tierras y sin el abono necesario para e buen desarrollo y crecimiento de las semillas en ella plantada.

Siempre me he preguntado que no hay frutos malos, porque parto de que Dios, nuestro Padre, no puede crear nada malo. Y si todo ha sido creado bueno y en orden al bien del hombre, algo tuvo que haberlo estropeado. El pecado. El pecado tiene el poder al ser libre el hombre, y, por esa libertad con la que puede elegir, puede ser engañado y seducido por el demonio. Señor del pecado y príncipe de este mundo.

De tal manera que, sometido y dominado bajo su poder, el hombre da la espalda a Dios y establece el mal en el mundo. Es difícil entender la soberbia y el cinismos de muchos que su perdición no tiene cura, y nada se puede hacer en su recuperación, porque son árbol de mala planta y no tienen cura. (Eclesiástico 3, 17-18. 20-28).

De esta forma y por esta causa, hay árboles malos y buenos. Árboles que dan buenos frutos y malos que los dan malos. Y todo depende del cuidado que cada uno dedique a sí mismo, a su propia tierra sembrada con la Palabra de Dios. Es lo que nos dice Jesús hoy en el Evangelio cuando nos habla de aquellos que se le acercan y se esfuerzan en vivir su Palabra. Construyen sobre roca, porque viven cada día de la oración y la escucha de la Palabra, poniéndola por práctica, al menos intentándolo, y alimentándose en la Eucaristía.

Por el contrario los que se alejan son los que cierran sus oídos a la Palabra y viven según sus pensamientos e impulsos construyendo sus vidas sobre arenas que al menor contra tiempo se remueven y se derrumban hundiéndose en la perdición. Tratemos de construir nuestra vida según la Palabra de Dios, dejándonos invadir por la acción del Espíritu Santo.

viernes, 9 de septiembre de 2016

LA SANTIDAD ESTÁ CERCA

(Lc 6,39-42)

Muchas veces damos y damos vuelta buscando la manera de convencer, de persuadir o de inquietar sin resultado ninguno, y nos desesperamos o desanimamos. No nos damos cuenta de nuestro error, porque el ejemplo y testimonio no lo tomarán sino aquellos que buscan y quieren dar testimonio de la verdad.

Indudablemente que hay ejemplos buenos, pero también malos. Aquí hablamos de los buenos, porque son los que el hombre busca y quiere. Nadie quiere ser víctima de lo malo, ni tampoco hacer daño, aunque tomado por el Maligno y contagiado por el mal, su corazón malintencionado de pecado, origina y causa daño. 

La santidad está cerca, porque cerca está el ejemplo de nuestro bien obrar. La cosa es simple, tratar de obrar siempre bien. Es decir, buscando el bien, sin mala intención y no queriendo para otros lo que no deseas para ti. Pero no sólo quedarse ahí, sino también tratar de hacer todo el bien que puedas en todos los instantes de tu vida y en todas tus relaciones. Hay mucho bien para hacer, y mucho depende de tu bien obrar. 

Muchas cosas no se harán si no las haces tú. Son las que a ti sólo te corresponden, tal y como ocurrió con aquellas cinco vírgenes necias, despreocupadas e insensatas que olvidaron sus alcuzas de aceite y perdieron la oportunidad de entrar por la puerta a la llegada del Novio. Pero procede ir bien acompañado y discernir de quien podemos dejarnos guiar. Para eso se necesita mucha humildad y dejarnos quitar la viga de nuestros propios ojos para, con nuestro ejemplo, ayudar a limpiar la brizna del ojo ajeno.

No hay que buscar ni desesperar, sino hacer lo que está bien, o, al menos lo que creemos que está bien. El Espíritu Santo sabe de nuestras intenciones y de nuestra rectitud. Posiblemente estemos equivocados, pero Él, que ve hasta lo más profundo de nuestro corazón, sabrá limpiar las vigas que nos impiden ver y ayudar a despejar las briznas de los ojos de nuestros hermanos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

MARÍA, EN EL PLAN DE DIOS

(Mt 1,1-16.18-23)

No cabe ninguna duda que Dios tenía un Plan, y ese Plan Divino se fue cumpliendo en el tiempo, y continúa todavía su camino. Tendremos que suponer que, si somos parte de ese Plan, Dios tendrá también su plan particular con cada uno de nosotros. Y que, como María, tendremos también nuestro papel en el camino de nuestra vida. 

Hoy, a través del Evangelio, observamos como hubo muchas generaciones: el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. 

Hay un largo recorrido hasta llegar a María. Y en ese recorrido hay personajes de todo tipo, de la casa hasta extranjeros, y de todas condiciones, hasta prostitutas. Rut y Rahab (cf. Mt 1,5), extranjeras convertidas a la fe en el único Dios (¡y Rahab era una prostituta!), son antepasados del Salvador.

María tuvo también que pasar lo suyo y aceptar el Plan de Dios no fue cosa fácil, pues tuvo sus dificultades e incomprensiones, empezando por el mismo José. Y no parece tan difícil explicarlo, o contemplarlo desde la distancia y la lejanía y fuera del contexto cultural de la época. Pero, tuvo que ser una decisión llena de dificultades y dudas. Y muy difícil de tomar. Eso engrandece a María y la llena de Gracia por la Misericordia de Dios.

Y realmente todo ha sucedido como Dios tenía pensado. ¿Y todavía queremos pruebas para creen en el Señor? Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: "Dios con nosotros" Is 7, 14.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL CAMINO: LA POBREZA



Ser pobre no consiste esencialmente en no tener nada o muy poco. Se puede tener la vida llena de bienes y riquezas, pero un corazón pobre y disponible a darse y dar. Es verdad que la tentación es un peligro y que, casi siempre, la riqueza coincide con el alejamiento de Dios. Porque Dios se presenta en su Hijo, nuestro Señor Jesús, pobre y humilde.

Pero, sin dejar que la riqueza sea un peligro y una tentación, no por principio tiene que ser mala ni signo de no tener un espíritu pobre y generoso. De hecho, Jesús tuvo amigos que estaban bien establecidos, pero que tuvieron un corazón pobre y humilde. Porque lo importante no es lo exterior sino el interior. Los globos no vuelan por el color que tienen, sino por el contenido de lo que llevan dentro. Así también nosotros no somos mejores o peores por lo que tengamos externamente, sino por lo que sientan y viva nuestro corazón.

Las bienaventuranzas son un camino de esperanza en la pobreza. Pero en la verdadera y única pobreza, en la del espíritu. Porque siendo pobre seremos todo lo demás. Es decir, tendremos hambre y sed de justicia; lloraremos con aquellos que sufren; soportaremos insultos y odios por el nombre de Jesús; nos daremos cuenta donde realmente se encuentra la felicidad y buscaremos el verdadero Reino de Dios, que no está aquí ni en las cosas de este mundo, sino en Él.

No es buena señal pasarlo bien y cómodamente. No porque eso sea malo, sino porque mientras haya personas que sufran y lo pase mal, nosotros tendremos que ayudarles y aliviarles el camino. Porque eso es lo que hace Jesús con cada uno de nosotros, y nos invita a hacer nosotros lo mismo. La recompensa vendrá después para unos, y los malos tiempos para otros, que sólo se han preocupado egoístamente de vivir pensando en ellos mismo.

Pero lo peor es que ya no hay tiempo para más, porque a partir de ese momento el tiempo deja de ser tiempo y se convierte en eternidad.

martes, 6 de septiembre de 2016

Y CONSTITUYÓ SU IGLESIA

(Lc 6,12-19)

¿Cuál fue el objetivo de constituir un grupo que continuara su labor? ¿Cuál fue la misión encargada? Porque el hecho de agruparlo en torno a sí mismo tenía una intención, cual es la de proclamar la Buena Noticia de salvación que traía de parte de su Padre. Y así nace la Iglesia. Es pues de sentido común que le diese a su Iglesia, a través de Pedro, el poder de atar o desatar aquí en la tierra como en el Cielo.

Posiblemente, Jesús elige de acuerdo con su Padre. Pasa primero, previo esos momentos importantes de elección, la noche orando, y elige a los apóstoles. No fue una elección aparentemente a dedo, sino que fue concensuada con la Voluntad del Padre que lo había enviado.

Posiblemente, tú y yo también hemos sido creados para una misión. Y una misión pensada por el Padre, que espera ver cumplida y vivida por cada uno de sus hijos. Pero una misión que nos toca a nosotros descubrir en la oración de día a día y en la apertura a la acción del Espíritu Santo. Porque Jesús, abierto a su acción, siguió los impulsos que el Espíritu, desde su nacimiento en el seno de María, y pasando por su Bautismo en el Jordán, le impulsaba a cumplir.

Ese es el camino que Jesús nos ha trazado con su propia Vida. Camino de donación y de entrega, en el Espíritu, a los demás. Un Espíritu Santo que nos fortalece, que nos ilumina, que nos refuerza la voluntad y esperanza para continuar subiendo la montaña de nuestra propia pasión y muerte a los pies de la Cruz de Xto. Jesús.

Seamos fieles a esa Iglesia que, fundada por nuestro Señor Jesús, continúa hoy su misión evangelizadora proclamando la Buena Noticia de Salvación a todos los hombres que aspiran a vivir en plenitud de gozo la vida eterna.

lunes, 5 de septiembre de 2016

ACECHANDO A JESÚS

 (Lc 6,6-11)

Igual nos ocurre a muchos de nosotros, estamos al acecho de encontrar el mínimo fallo en la Iglesia, en algún compañero, en cualquier sacerdote o seglar que nos ayude a justificar nuestro razonamiento de rechazo al Señor. No pesemos que eso ocurrió sólo en el tiempo de Jesús. Quizás ocurre ahora mismo en algunos o muchos de nosotros. Miramos la forma y el menos fallo para justificarnos y dar razón a nuestros juicios.

En aquel tiempo ocurría que muchos acechaban a Jesús, sobre todo en sábado, porque su doctrina gustaba y asombraba a todos aquellos que la escuchaban. Y es que Jesús lo hacía con autoridad. La autoridad que viene de Aquel que cumple lo que dice. Porque su autoridad le venía de arriba, del Padre que le había enviado. Jesús, el Hijo de Dios Vivo.

Su sabiduría maravillaba, y conociendo las intenciones de los que le acechaban, Jesús, mandó lo siguiente: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

Ahí se esconde el pecado: ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús. Es decir, taparon sus oídos y no escucharon las Palabras de Jesús. Se cerraron al bien y al sentido común. Pusieron la ley antes que el bien del hombre. Y, en lugar de abrir su corazón y reconocer su equivocación y que la ley está para servir y no para someter, se ofuscaron y rechazaron la verdad y la justicia prevaleciendo las malas intenciones y sometiendo al hombre al mal.

Pidamos que alejemos de nosotros estas malas intenciones, y que busquemos siempre el bien del hombre poniendo la ley para su servicio.

domingo, 4 de septiembre de 2016

JESÚS, EL PRIMERO Y LO PRIMERO

(Lc 14,25-33)

En nuestro seguimiento a Jesús no puede haber otro antes que Él. Sería imposible seguirle si Él no fuese el primero. Porque, seguirlo pudieras, pero no como Él quiere ser seguido. Si te fijas y nos fijamos todos, Jesús no nos da parte de su Vida, sino que la entrega toda. Se da el mismo entero, haciéndose pan y partiéndose para que todos podamos comerlo y alimentarlo. ¿Cómo se va a conformar con recibir un poco de ti y no todo tu ser?

¿Y cómo puedes seguirle si no lo haces desde toda tu persona, todas tus fuerzas y todo tú mismo? Es de sentido común que seguir a Jesús es ponerlo en el centro de tu vida y posponer todo lo demás. Así nos lo dice en el Evangelio de hoy domingo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.»

Está claro. Eso no significa que tengamos que abandonar a nuestras familias: padres, madres, hermanos, esposa, hijos...etc. Se trata que delante de ellos está el amos a Jesús, su elección y seguimiento. Y si hay algún obstáculo, entre ellos los nombrados, que nos ponga dificultad para seguirle, debemos dejarlo para seguir a Jesús. Y así ha sucedido en algunos casos particulares de santos que se han tenido que enfrentar a sus familias para optar el camino de seguimiento a Jesús.

Viajar siguiendo a Jesús, no es simplemente acompañarle, sino participar y vivir en el camino con Él sus mismas emociones y compasiones de amor con los demás. Seguir a Jesús es comprometerse con amarle amando a los que tienes a tu lado y cerca de ti, y también a los que la vida te va presentando en tu propio camino. Seguir a Jesús es sentirte samaritano como el samaritano, valga la redundancia, de la parábola que Jesús nos dijo.

sábado, 3 de septiembre de 2016

NUESTRAS PROPIAS LEYES

(Lc 6,1-5)


Decimos que creemos y realmente es así. Pero esa fe que procesamos no incide seriamente en nuestra conducta ni en nuestra forma de vivir. Nuestras leyes, las que nos parecen justas y convenientes, son las que aceptamos y tratamos de vivir, pero no las que el sentido común muchas veces nos indica o corrige.

Muchas leyes, impuestas por los hombres siguen sus intereses, o son consecuencias de sus prepotencias, orgullos y soberbias. No tienen sentido común y benefician a unos pocos. Lo del sábado, de lo que habla hoy el Evangelio, es un claro ejemplo de lo que decimos. No tiene ningún sentido anteponer la ley al hombre, porque es al hombre a quien sirve la ley y para la que se crea. Luego, siempre y ante todo tiene que estar primero el bien del hombre y la ley a su servicio y protección. 

Es notorio y descabellado pensar que el sábado esta limitado, o que el Señor nos pide sacrificios. Jesús, el Señor, ha venido a darnos gozo eterno, aunque eso pase por compartir nuestra propia pasión y muerte en este mundo, tal y como le ocurrió a Él, y que a pesar nuestro nos llegará. Pero, mientras podamos disfrutar vivamos la alegría en paz y en su Voluntad.

Porque el Señor está con nosotros y quiere nuestra alegría y salvación. Claro es que el mundo, demonio y carne son nuestros enemigos, y nos tienta para que nos perdamos y, ofreciéndonos espejismos de felicidad, trata de engañarnos y alejarnos del Señor. Tratemos de vivir en la presencia del Señor y seguir su Palabra, que es la Ley del Amor.

viernes, 2 de septiembre de 2016

CADA INSTANTE LLEVA SUS AFANES

(Lc 5,33-39)

No es cuestión de hacer una sola cosa, ni tampoco estar con el martillo todo el día. La vida es una sucesión de instantes, y cada instante lleva su afán. Ora contemplación, ora trabajo, ora distracción o alegría, ora descanso. En cada momento nos aplicamos a lo que toca.

Lo importante es dar a cada hora su aplicación. Un tiempo para rasgar y otro para coser. Lo disparatado sería que al tiempo de coser, rasgáramos, y al de rasgar, cosiéramos. Y eso es lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy: « ¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».

No busquemos la tristeza, porque habrá momentos tristes. Eso sin ninguna duda. Cuando haya momentos de alegría, aprovechémoslo, porque también llegaran los tristes. Sabemos que el verdadero camino pasa por la pasión y muerte, tal y como sucedió con Jesús. Y que ese es el único camino de salvación. Por lo tanto, la vida nos pondrá a cada uno en su hora y su momento.

Conocemos nuestro camino de cruz, pero eso no es obstáculo para alegrarnos en los momentos de alegría. Porque la Cruz es camino de salvación, de gozo y de paz. Por lo tanto siempre tendremos motivos para, aun en el dolor, experimentar alegría, paz y gozo. Porque, lo importante, Jesús está siempre con nosotros.