lunes, 16 de enero de 2017

VIVIR EN CONSTANTE RENOVACIÓN

El ayuno era una práctica frecuente dentro de las costumbres de los judíos. Un acto de piedad más que lo practicaban en ciertos momentos y para ciertas misiones o fiestas como expresiones de duelos, de penitencia y preparación...etc. Les extraña mucho que Jesús no inculque el ayuno.

Y Jesús les responde dándoles razones fundamentales. El esposo está con ellos, y la esposa, el pueblo de Israel, ahora el pueblo de Dios, no necesita ayunar cuando está con el Esposo. El esposo, según la expresión de los profetas de Israel, indica al mismo Dios, y es manifestación del amor divino hacia los hombres (Israel es la esposa, no siempre fiel, objeto del amor fiel del esposo, Yahvé). Es decir, Jesús se equipara a Yahvé. Está aquí declarando su divinidad: llama a sus discípulos «los amigos del esposo», los que están con Él, y así no necesitan ayunar porque no están separados de Él (Comentario: Rev. D. Joaquim VILLANUEVA i Poll (Barcelona, España).

Jesús da un giro y un sentido nuevo a esta práctica del ayuno. El ayuno fortalece la oración y sirve para prepararnos para la lucha y el combate contra las tentaciones de la vida diaria. Jesús ayuna en el desierto como preparación a su vida publica. El ayuno como instrumento de preparación para estar fortalecido en la oración y en el desapego. Por eso, Jesús nos habla de renovarnos y nos pone el ejemplo del paño viejo puesto en el nuevo: 
«Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos».

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