jueves, 12 de enero de 2017

YO TAMBIÉN QUIERO QUEDAR LIMPIO

(Mc 1,40-45)
Mi lepra, quizás, sea más difícil de quitar, porque es lepra de la fe. Una fe débil, desesperanzada y que no espera. Una fe que pide respuesta rápida, casi instantánea y satisfactoria. Una fe que no deja que actúen en ella, sino que es ella la que quiere actuar. Una fe que roza la desconfianza y se auto engaña justificándose.

Cuántos leprosos hay en este mundo. ¡Y parecía extinguida la enfermedad! La lepra sigue vigente, quizás disfrazada y con otro rostro. Pero sigue vigente. Pero el problema no es la enfermedad en sí, sino la desidia y desconfianza que se cuela dentro de nosotros. Porque no podemos creer si no nos agarramos a la Palabra y a la escucha atenta.

Jesús, el Señor, se ha quedado en la Palabra. Nos habla cada día, pero el problema es la falta de escucha. Pero también se ha quedado en la Eucaristía. Está con nosotros. Nos habla y se hace alimento espiritual para fortalecernos y curarnos, no en un momento de nuestra vida, sino a cada instante, a cada suspiro, a cada paso. Sí, quedaremos limpios agarrándonos a su Palabra de cada día. Hoy nos escucha, nos espera y nos responde.

Nos responde como no puede ser de otra forma, "Sí, quiero", e igual que aquel leproso, quedaremos limpios. Ahí entra nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza. Pensemos que el Señor nos pide fe, y esa fe nos exige fiarnos, perseverar y ser paciente. Pero sobre todo, esperarle. Esperarle hasta que Él decida regresar o hasta la última gota de nuestra sangre. Y seremos limpios. El Señor no nos falla. Somos nosotros los que fallamos.

Tengamos paciencia, y, sobre todo, fe. Una fe que nos levante el ánimo, que suavice nuestro corazón, que nos dé sabiduría para escuchar la Palabra de cada día, y para que, abandonados a la acción del Espíritu Santo seamos dóciles y fieles a sus mandatos.

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