sábado, 18 de febrero de 2017

¡¡¡TRANSFIGURADO!!!

(Mc 9,2-13)
Hacía falta una prueba para despertar la esperanza y el ánimo en los apóstoles. Sobre todo en los más inquietos o destacados. La Transfiguración es uno de los momentos sustanciales e importante del la Vida de Jesús. Es una prueba palpable de su Divinidad. Da a conocer su Resurrección, pues se aparece Moisés y Elías conversando con Él. Y si esos personajes están con Él, es de suponer que han resucitado. Luego, la conclusión es clara.

Su transfiguración es un toque de ánimo a aquellos discípulos que se debatían en la incertidumbre y la duda. Es la vitamina que refuerza nuestra fe. La transfiguración es la llamada del Padre que nos recuerda que su Hijo, transfigurado, es el enviado, el Mesías que salvará al mundo. La transfiguración es el descubrimiento del rostros de Jesús. Es la insistencia del Padre para que pongamos toda la atención necesaria en escuchar a su Hijo: «Este es mi Hijo amado, escuchadle».

Quizás exijamos nosotros que el Señor se transfigure de nuevo. Quizás pidamos pruebas de ánimo y señales que nos alienten. Pero, perdamos la exigencia de fiarnos y poner toda nuestra fe en su Palabra y promesas. Lo tenemos delante de nuestros ojos, y miramos para otro lado. Queremos que nos sorprenda y buscamos acciones notables. ¿Es qué, como aquellos de su tiempo, pensamos que el Señor tiene que estar  repitiendo sus actos? ¿Es qué no tenemos fe en su Palabra y el testimonio de los apóstoles?

Su Obra, aquí en la tierra, está consumada y nos toca ahora, a nosotros, abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos acompaña para irnos revelando e iluminado sobre todo aquello que no hemos entendido y que nos falta por entender. Nuestro entendimiento es limitado y corto y no vemos más allá de lo que tenemos delante. 

Necesitamos destellos de luz para poder comprender y entender. Y quizás este, la Transfiguración, es uno de esos momentos que el Señor nos deja para que podamos entender que va a suceder más adelante.

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