sábado, 25 de marzo de 2017

LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO

(Lc 1,26-38)
La máxima aspiración de un creyente en Jesús de Nazaret es ser revestido de la Vida de Gracia. Esa Vida de Gracia que nos hace santos e hijos de Dios Padre y herederos de su Gloria. No hay dicha mayor. Y, María, su Madre, es visitada por el Ángel Gabriel con esa noticia: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 

¡¡Cuán grande es María!! ¡La criatura elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo! ¡¡No hay mayor Gracia ni mayor privilegio!! 

Supongo, espero y creo que Dios nos ha revestido a todos nosotros, sus hijos, de la Gracia necesaria para poder llegar a Él. No sería lógico ni de sentido común que no fuese así, porque, de no serlo, estaríamos perdidos y sin ninguna esperanza. Entonces nuestra vida quedaría a la deriva, sin rumbo y sin sentido. Tenemos, pues, lo necesario para, injertados en Él, llegar a Él.

María y Jesús, las mayores criaturas sagradas elegidas por Dios, inician, podemos decir, el camino de nuestra salvación. Por y con la encarnación, anuncio del Ángel Gabriel a María, da comienzo la obra plena de salvación del hombre. En el Vientre de María, Fuente de Gracia, Dios da el pistoletazo, en términos más coloquiales y humanos, su obra salvadora. El Hijo de Dios Vivo toma naturaleza humana para, abajándose y despojándose de todo privilegio, encarnarse en un hombre como nosotros menos en el pecado.

Es un acontecimiento milagroso observar como ya, en Isaías - 7, 10-14.8,10 - se proclama la señal de que la Virgen está en cinta. ¿No es esa una verdadera señal de la Divinidad de Jesús? ¿No es señal del poder de Dios el nacimiento de Juan el Bautista siendo su madre una mujer ya mayos? ¿Cómo es posible que muchos se resistan a reconocer en Jesús al Mesías e Hijo de Dios?

No fue, aunque en la lejanía nos parezca fácil, para María y José, creer en la Palabra de Dios. Los acontecimientos apuraron la situación y el camino se puso duro y costoso. Incluso, mucho más que para nosotros hoy, pues, por entonces, no había sido revelado el rostro visible en Jesús del Padre Dios. Precisamente, María, era la escogida a prestar su vientre para que el Hijo se encarnarse.

Y, a pesar de todo, María y José creyeron y confiaron en la Palabra de Dios. ¿Qué ocurre con nosotros? ¿También nosotros nos fiamos de la Palabra de Dios? Gastemos un poco de nuestro tiempo en reflexionar sobre eso.

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