domingo, 5 de marzo de 2017

UN CAMINO DE PRUEBAS

(Mt 4,1-11)
Toda nuestra vida es un camino de pruebas. De pruebas de amor, o lo que es lo mismo, de pruebas donde afirmamos que estamos dispuestos a amar. Y eso significa que hacemos el bien y buscamos la verdad. Y lo hacemos por encima de sentimientos de rechazos, de gustos, de apetencias o de egoísmos. Lo hacemos porque queremos corresponder voluntariamente al amor que el Señor nos tiene y a su Infinita Misericordia, por la cual, nos mantenemos en la esperanza de salvación eterna.

Y ese camino de pruebas no termina. Se materializa cada día en una lucha en pleno desierto. El desierto de nuestra vida, donde nos tienda el mundo con sus ofertas y placeres. Un mundo que materializa todo lo que toca hasta el punto de convertir las piedras en panes. Un mundo materialista donde el consumo es la promesa del bienestar y el confort. Un mundo donde impera la ley de la abundancia para unos, mientras que otros carecen de todo. Un mundo indiferente al dolor de los que sufren y padecen.

Y también nos tienta el poder. La ambición de ser poderosos y poner a los demás a nuestros pies. Una ambición que nos tienta a postrarnos ante el poder del demonio para ser también nosotros poderosos como él. Tentanciones de ser más fuerte para imponer nuestros ideales e ideologías. Tentaciones donde impera la ley del más fuerte y donde se someten los débiles por los fuertes y poderosos.

Poderosos que exhiben sus cuerpos que venden por la fama, por y para el deleite, la exhibición y provocación, para la esclavitud, para el someter a otros con tu arrogancia y tu poder fascinador. Una tentación de la carne donde manda el cuerpo y se vive para el cuerpo, para la moda, para la silueta, para el estilo, para el gozo corporal. Un mundo ciego, perdido, que adora a ídolos materiales que no oyen, ni ven y son caducos.

Y ante todo esto, tus pasos por ese desierto, espejismo de oasis, sufren y padecen cada día esas tentaciones que te hablan de falsa felicidad y caduco gozo. Y tratan de vendar tus ojos y someter tu voluntad y maniatar tu corazón para esclavizar tus ansias de libertad. Y tus medicinas invencibles son la oración, el ayuno y la limosna. Es decir, la oración, el despojo de todo aquello que trata de sedarte y hundirte en el gozo y el placer olvidándote de los que sufren, y el compartir con los que lo necesitan.

1 comentario:

  1. Es fuerte el contraste entre la Primera Lectura y el Evangelio.El Señor nos pone a prueba. Él nos conoce y sabe lo que nos conviene.
    En el paraiso, Adán y Eva no superan la tentación del diablo; mientras que Jesús, en el desierto, vence la triple tentación.
    En el paraiso no carecían de nada; desobedecen porque quieren ser como Dios. Jesús, no tiene alimento, está solo y no tiene poder; pero rechaza todo lo que le ofrece el diablo porque se alimenta de la Palabra y de la Presencia de Dios.
    Si nos unimos a Jesús, también nosotros podemos vencer totalmente a las fuerzas oscuras que ,por todos los medios tratan de alejarnos del Dios de la vida: la ambición, el dominio sobre los hermanos, la manipulación de la religión en beneficio propio. Con Jesús, también nosotros podemos permitir a Dios que cure nuestro ego. Con Él podremos cruzar sin miedo los desiertos de nuestra vida; porque Él nos capacitará para vencer toda tentación que se presente.¡Llévanos al desierto, Señor, que tu Presencia nos seduzca y que tu Espíritu nos fortalezca!

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