domingo, 30 de abril de 2017

SIEMPRE ES DOMINGO

(Lc 24,13-35)
Aquel domingo de Resurrección se ha detenido y se ha hecho Eterno. Siempre es Domingo, porque Jesús Vive Eternamente. Sin embargo, muchos hombres lo han matado perdiendo la fe y rechazando su invitación a la vida. Quizás nosotros mismos nos identificamos con los de Emaús. Los de Emaús del regreso, aquellos para los que todo había acabado.

¡Qué pobre es la vida sin esperanza, cuyo destino está pensado que termine con la muerte! ¿Es éste un mundo válido y que vale la pena vivir? ¿No hay contradicción entre lo que sentimos dentro de nosotros mismos y lo que esperamos encontrar? Si anhelamos la vida y la eternidad, ¿cómo que nos resignamos a morir? ¿Nos parece mucha exigencia la Cruz? ¿No la descubrimos en la familia y en nuestros hijos? ¿No estamos dispuestos a sacrificarnos y hasta dar la vida por nuestros seres queridos? ¿Y cómo no por alcanzar el gozo y la felicidad plena? ¡No sólo para nosotros, sino para todos!

¡No!, no nos valen los de Emaús. No nos valen en su regreso. Queremos identificarnos con ellos a partir del encuentro con aquel desconocido y su actitud de compartir con él y escucharle. Porque, también a nosotros nos está preguntando y respondiendo, y enseñando todo lo que dicen las Escrituras. 

La cuestión es preguntarnos si realmente le escuchamos hasta el punto de que se encienda nuestro corazón. O simplemente seguimos empecinado con lo mismo y huyendo del compromiso del amor. La cuestión es revisarnos y abrirnos a su Palabra. Una Palabra resucitada, que nos acompaña y nos alienta en el camino. Una Palabra de Esperanza, que nos lleva a pasar por el compromiso de la Cruz, pero que en ella se experimenta liberada y salvada.

sábado, 29 de abril de 2017

DESCANSADOS EN TI, SEÑOR

(Mt 11,25-30)
La sabiduría no está en este mundo, pero son muchos los que así lo creen y la buscan en él, incluso utilizando al Señor. Y es un grave error, porque aquí en este mundo no se encuentra. Todos esos esfuerzos van mal encaminados, son erróneos, confunden y dispersan.

Todo lo que hemos recibido nos viene de Dios, de lo alto y a quién Él se lo quiera dar. Se la esconde a los soberbios y se la da a los sencillos y humildes. Para Dios nada hay imposible, por lo que todo lo que haga y quiera se hará. Sin embargo, para nuestra razón sí. Luego, ¿cómo queremos entender a Dios y explicárnoslo con nuestra razón limitada? Ahí se esconde nuestra grave error.

Posiblemente, ese sea nuestro mayor pecado, querer dar razones del misterio de Dios con nuestra limitada razón. Necesitamos, por eso, la fe y la confianza en Dios, que nos salva. En Él descansamos y apoyamos, porque, Él, es nuestra sabiduría y nuestra esperanza. Todo nos es regalado, nos viene del Señor, pues a Él se lo ha entregado su Padre, a quien sólo conoce Él..

Se hace, pues, necesario descansar en el Señor, que es manso y humilde, y en el que nosotros, pobres pecadores, debemos mirarnos. Dejémonos iluminar por el Espíritu Santo, de donde nos viene toda Luz y Sabiduría. Y, abriéndonos aceptemos su Palabra llevándola a la vida, para, desde Él, ser también luz y camino para otros.

No busquemos la Luz en los libros ni en las palabras, y menos en los hombres. Busquemos en el Espíritu Santo poniéndonos en sus Manos, porque toda sabiduría nos es dada por el Señor, cuándo, dónde y cómo Él quiera y en quién Él quiera. Somos pobres, sencillos y humildes siervos y esclavos suyos, que estamos a su servicio y fieles a sus mandatos.

viernes, 28 de abril de 2017

CONFIADOS POR LA FE

(Jn 6,1-15)
Sabemos, o debemos saber, que todo depende del Señor, y es Él quien hace todo. Pero eso no nos exime de esforzarnos y poner todo lo que está de nuestra parte. El Señor sabe lo que nos hace falta y lo que realmente necesitamos. Y, para Él, todo es posible. Pero, quiere contar con nosotros y comprobar nuestra fe. En esa actitud debemos de esforzarnos y trabajar con confianza y confiados en Él. Es nuestra fe la que nos salva y hace el milagro.

Hoy hay muchos panes y peces que repartir. No sabemos cómo hacerlo, pero eso no nos debe dejar pasivos, lánguidos y perezosos, sino todo lo contrario, animarnos y esforzarnos en hacer y poner todo lo que esté a nuestro alcance. Hoy, incluso, nos rechaza el pan espiritual que les damos. Organizamos encuentros, charlas y provocamos circunstancias para hablar y conocer al Señor, pero la respuesta es siempre la misma. Vamos los que ya estamos y queremos e intentamos seguirle. No se suman ni responden nuevos hermanos en la fe.

Y eso nos desanima en muchos momentos y nos tienta a dejarnos ir. Pero no debemos dejarnos vencer. Confiemos en el Señor. Él sabrá repartir su Pan espiritual y saciar a todos aquellos que le busquen y tengas sed y hambre de su Amor. El hombre es libre y dueño de hacer lo que quiera, pero, se supone, que buscará la felicidad y la verdad, porque están escrita dentro de su corazón. En esa búsqueda encontrará al Señor, porque es el único que le salvará.

Sin embargo, hacemos las cosas de forma desinteresada y sin buscar resultados. Porque ellos pertenecen a Dios. Así como Jesús, el Señor, se esconde y desaparece cuando descubre que le buscan para hacerle Rey, impresionados y asombrados por sus prodigios y milagros. Por lo tanto, no miremos los frutos, sino tratemos de cultivarlos y ponerlos en Manos de Dios. Él es el verdadero autor y dueño de todo.

jueves, 27 de abril de 2017

MIRANDO A LO ALTO

(Jn 3,31-36)
Cuando vives con la mirada en lo alto, tus pasos y tu corazón palpitan de otra forma. Se nota y los que lo notan advierten algo diferente en su forma de mirar las cosas de aquí abajo. Muchos, en su afán de justificar su sorpresa, justifican esa actitud de angelismos y de tener los pies fuera de este mundo. Algo tendrán que decir para justificar sus posturas y sus formas de actuar en la vida.

Las cosas de este mundo son caducas, y aquí poco hay que mirar y decir. Todo está dicho y, de la misma forma que aparecen, desaparecen. Lo que pueda dar de alegría y gozo es efímero y no permanece. Nada se sustenta en el tiempo. ¿De qué, entonces, vale sujetarse a las cosas de este mundo? 

En la medida que pasa el tiempo nos vamos dando cuenta del camino que hemos elegido Hace poco una persona comentaba que miraba ahora la muerte de otra forma y, quizás, sus palabras escondían la tristeza de no estar conforme con la forma que había vivido. Otro, confesaba que cada noche reflexionaba sobre si sería esa la última, y se confesaba creyente, pero no practicante. Sin embargo, ninguno trata de indagar y buscar y, sobre todo, cambiar el rumbo de su vida.

Nunca es tarde para salir de las curvas de nuestra vida y tomar el atajo recto y derecho que conduce al verdadero camino. Nunca es tarde, porque Dios, tu Dios y el mío, nos espera. Pero eso te exigirá levantar la mirada y ponerla en lo alto. Porque sólo de lo alto viene la Verdad y la Vida, y Él, enviado por el Padre de lo alto, es el único y verdadero Camino que debemos seguir para alcanzar la vida eterna.

Levantemos la mirada y escuchemos la Voz que nos habla de lo alto, porque sólo Él tiene autoridad y nos trae la Voz del Padre, por el que es enviado. Y todos los que en Él creen tendrán vida eterna.

miércoles, 26 de abril de 2017

SAL Y LUZ

Mt 5, 13-16
Es posible que muchos de nosotros no seamos sal, es decir, no tengamos esa característica de transmitir aquello que creemos, ni tampoco dar ese olor que contagia y atrae. Es posible que pasemos por nuestra vida de forma insípida e irrelevante.Y no se trata de alcanzar notoriedad, ni tampoco de destacar, sino de ser lo que estás realmente llamado a ser, hijo de Dios.

Muchos, a la hora de referirnos a Dios nos confesamos creyentes, pero no practicantes. Decimos que creemos en Dios, pero nuestra vida la configuramos y la vivimos según nosotros. Luego, ¿qué Dios tenemos dentro de nosotros? Nos contradecimos y auto engañamos. Porque las prácticas obedecen a un compromiso con ese Dios. No las prácticas que tú quieras, sino las que Él te manda. Por lo tanto, para creer, primero hay que conocer.

La fe y las prácticas no son lo mismo, pues hay quienes practicamos, pero lo hacemos como rutina y sin coherencia, pues nuestra vida, luego, va por otro camino. Sólo cuando la fe y la vida van de la mano, las prácticas son consecuente con esa fe, y eso se nota. Es entonces cuando tu sal empieza a salar tu propio mundo por donde te mueves y llegas. El gusto y el sabor se esconde detrás de tus obras, que dependerán de tu fe.

Una fe que se apoya en la acción del Espíritu Santo, porque si vas de tu mano, caerás y perderás el norte de tu vida. Sólo en las Manos del Espíritu podrás encontrar el Camino, la Verdad y la Vida. Y en esa lucha y esfuerzo, tu vida se hace también luz, pues tus pasos y tus actos van dando testimonio y alumbrando el camino que lleva al Dios en el que crees. Tu fe enciende tu vida y la hace testimonio para que otros puedan ver también el camino del amor.

No es cuestión de salar y alumbrar, sino de vivir en el esfuerzo de dar sabor a todo aquello que nos rodea en la esperanza de imitar a Xto. Jesús, y de que, ese nuestro esfuerzo, con nuestras pequeñas y humildes obras sean luz y testimonio para que otros, viéndolas, se muevan a hacer lo mismo.

martes, 25 de abril de 2017

ID POR TODO EL MUNDO...


La Misión está clara: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».  Son Palabras del Señor y no dan lugar a dudas.

Es verdad que, hoy, no se dan estos signos tan especiales que se descubren en el Evangelio, pero, en aquellos que creen y viven su fe coherentemente se hace presente la acción del Espíritu Santo y se siguen dando señales providenciales y verdaderos signos de acompañamiento del Resucitado. La vida de la santa Madre Iglesia está llena de verdaderos hijos en los que se manifiestan verdaderos signos milagrosos que se hacen visibles en sus vivencias de fe.

No se trata de hablar porque sabemos más, ni porque nuestra palabra es palabra de sabiduría. Se trata de hablar por boca del Espíritu Santo. Se trata de hablar por obediencia y en Nombre del Señor, y confiados en su Palabra. No se trata de mi palabra, sujeta al error, sino de la Palabra del Señor que es Quién me manda y Quién tiene Poder para dar la Vida. 

Porque es de eso, precisamente, de lo que se trata. De la Vida o la muerte. Nuestra palabra no es una palabra más ni una palabra cualquiera. Es la Palabra de Dios puesta por el Espíritu Santo en nuestros labios. Es Palabra de Vida Eterna; es Palabra de Salvación. Porque en Él creemos, y a Él nos confiamos poniéndonos en sus Manos.

¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).

lunes, 24 de abril de 2017

BUSCANDO LA LUZ EN LA OSCURIDAD

(Jn 3,1-8)
Vivimos en la oscuridad. Nuestra vida camina en la noche, porque el mundo en el que vivimos está dominado por las tinieblas que se mueven en la oscuridad. Así, Nicodemo, magistrado judío, estaba sometido a la oscuridad, al miedo de que fuese descubriendo buscando la Luz en Xto. Jesús, el Señor.

Sin embargo, él reconoce que Jesús viene de Dios: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él». Pero tiene miedo de verse con Él a la luz del mundo, y acude a verlo por la noche, escondido en la oscuridad. Quizás nos ocurra a nosotros algo parecido, pues experimentamos miedo de confesarlo delante de nuestros amigos y nuestro círculo y ambientes. Queremos buscar la Luz, pero no salimos de la oscuridad mundana. Nos da miedo romper con ella.

Sólo hay una forma de hacerlo, y es renacer de lo alto. Morir a las tinieblas del mundo, sepultándonos con Jesús en la muerte, para renacer con Él a la nueva Vida que nos da el Bautismo al configurarnos con Xto. Jesús como profetas, sacerdotes y reyes.  Por el Bautismo morimos al pecado que no esclaviza y renacemos limpios de él a la Vida nueva del Espíritu. Eso es nacer de lo alto, morir a la carne, para vivir al Espíritu por la Gracia de Dios recibida en el Bautismo.

Y es que sólo la Gracia de Dios nos limpia y nos transmite la fuerza necesaria para vencer el poder de la carne y del pecado, que impera en este mundo. Por eso, de la carne nada bueno sale, sólo del Espíritu de Dios puede venirnos la limpieza de nuestro corazón y la fortaleza para, muriendo a este mundo, nacer a la Vida nueva de la Gracia.

domingo, 23 de abril de 2017

TESTIMONIO Y PRUEBAS

(Jn 20,19-31)
Es curioso, pero observemos como el Señor lo primero que hace es presentar sus Manos y Costado para que los apóstoles comprueben llagas y herida sufridas en su Crucifixión. Prueba evidente que deja al descubierto la incredulidad de los apóstoles. El orden de sus apariciones se inicia con la paz. Es decir, no hay por qué asustarse. Soy Yo, el Señor, he Resucitado. Y presenta las pruebas de sus heridas.

Detrás de esos signos y pruebas se esconde también las nuestras. ¿No tendremos nosotros que presentar las nuestras? Pruebas de amor y de entrega. Y esas pruebas dejaran también marcas en cada uno de nosotros. Nuestros propios sufrimientos y adversidades. Por eso, quienes buscan la felicidad en este mundo se equivocan, porque en él no está. Pero, también se equivocan aquellos que buscan en Jesús el pasarlo bien y el vivir confortablemente. La Cruz no promete eso, sino el sacrificio de dar tu vida por amor ofreciendo, por los méritos de Xto. Jesús, la salvación verdadera y eterna a todos los hombres.

El camino de esta vida es un camino purificador. Y se purifica en la medida que se limpia, se despoja y descontamina de todas sus impurezas. Y eso supone lucha, dolor, sufrimiento y muerte. Sólo detrás de esas cruces se atisba la luz del verdadero gozo y felicidad, que tendrá su plenitud en el otro mundo. Ese mundo del que Jesús nos habla y al cual pertenece.

Y, para ello, les da la fuerza y el poder del Espíritu Santo con el que perdonar o retener nuestros pecados. Está constituyendo su Iglesia, apoyada en la roca de Pedro y sus hermanos, fortalecidos con la acción y el poder del Espíritu Santo. Porque hay muchos Tomás en este mundo, que se empeñan en creer bajo el silogismo de su razón. Y a Dios no se descubre sólo por la razón. Es verdad que nos puede ayudar, pero el Misterio está por encima de eso. Necesitamos la fe, que nos viene de y por la Gracia de Dios.

«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Tenemos el testimonio de los apóstoles y, a través del tiempo, el de la Iglesia. Creamos en la Palabra de Dios, porque es Palabra de salvación y vida eterna.

sábado, 22 de abril de 2017

JESÚS, EL RESUCITADO

(Mc 16,9-15)
Jesús inicia la confirmación y testimonio de su Resurrección. Ha resucitado, pero no le creen, ni siquiera sus mismos amigos y discípulos. María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios, es a la primera que anuncia su Resurrección, pero, comunicado a los discípulos, no le creen. Luego se manifiesta a los de Emaús y estos, de regreso, a Jerusalén, tampoco son creídos. Están derrotados, fracasados y llenos de oscuridad. 

¿Y nosotros, mil novecientos ochenta y cuatro años aproximadamente después, cómo estamos? ¿Creemos? No hay duda que partimos con ventaja, porque tenemos el testimonio de todos ellos, y el de la santa Madre Iglesia, que lo ha guardado, custodiado, proclamado y transmitidos hasta nuestros día. Y continúa haciéndolo.

Sin embargo, experimentamos dudas, miedos y vacilaciones ante el compromiso de seguirle plenamente. Muchos por respeto humano e intereses nadamos entre dos aguas. Otros, asediados por nuestras debilidades, temores y pecados encendemos una vela al diablo y otra a Dios. Jesús se nos presenta personalmente. No quiere que nuestra fe se debilite y nos anima a descubrirle. Ante la perplejidad negativa, cerrada y tozuda de los apóstoles, se les presenta a los once reunidos en el Cenáculo. Y les echa en cara su dureza de corazón por no creer a aquellos que les habían visto. Y les envía a proclamar el Evangelio a todo el mundo.

Un Evangelio que trae una buena noticia. Un mensaje de salvación, de liberación, de triunfo sobre la muerte. Un mensaje que anuncia un Resucitado que testimonia el triunfo sobre la muerte y el amor del Padre a los hombres, a los que les promete también la resurrección por los méritos de su Hijo Jesús Resucitado para Gloria del Padre.

viernes, 21 de abril de 2017

BUSCANDO CÓMO PASAR EL TIEMPO

(Jn 21,1-14)
Hay momentos que no sabemos qué hacer. El tiempo nos pesa y cada segundo nos parece una eternidad. Nuestras esperanzas no terminan por encontrar el camino, la paz y el lugar de la meta. No sabemos a dónde ir. Estamos perdidos y nos sumergimos en la pesca, en el deporte, en el alcohol o, quizás, la droga. Buscamos justificaciones que nos den esperanza y nos autoengañamos. Distorsionamos la realidad.

Porque lo real es que Jesús está vivo. Ellos, los apóstoles no lo sabían, pero nosotros, ¡por ellos! lo sabemos. Ya lo dijo Pablo en 1ª Corintios - 15, 1-8 -. Por eso, quizás, Jesús en estos cincuenta días, después de su Resurrección, se les aparece varias veces a los suyos para animarle, clarificarles sus torpes cabezas y prepararles para el mensaje de salvación. 

Esta vez se les aparece en el lago Tiberíades. Habían salido a pescar, algo así como para matar el tiempo y aplacar su resignación. Al amanecer, después de no haber cogido nada, vieron a un hombre en la orilla, pero no sabían que era Jesús. «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 

Quizás, leer detenidamente con los ojos del alma este Evangelio nos puede, también a nosotros abrir los ojos. Quizás, comprendamos que también nosotros podemos echar, como Él nos dice, nuestras redes a la derecha de nuestra barca. La derecha de nuestra vida es el camino bueno, que, de torcido y perdido, se ha enderezado y ha encontrado el Camino, la Verdad y la Vida. Hágamoslo con detenimiento y disponibilidad:
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres...

jueves, 20 de abril de 2017

RUMIANDO LA EXPERIENCIA DE EMAÚS

(Lc 24,35-48)
Todavía estaban saboreando y compartiendo aquella experiencia emocionante que había encendido sus corazones, cuando se presenta Jesús delante de ellos y les dice: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo».

Nosotros, que quizás ponemos dificultades y tenemos dudas, pensamos que si Jesús se nos apareciera nuestras dudas quedarían disipadas. Sin embargo, lo probable es que no sea así, y que como los apóstoles quedemos sobresaltados y asustados. Y que Jesús tenga que mostrarnos más cosas para que nuestras mentes, tercas y obstinadas, puedan asimilar tal sobresalto. No estamos preparados para digerir la presencia de Dios y eso nos indica y demuestra que es mejor seguir sus indicaciones y ponernos en sus Manos.

Necesitamos tiempo y hechos para comprender la Divinidad de nuestro Señor Jesús y la veracidad de su Resurrección. Pero, sobre todo, admitir que en nuestras pequeñas y limitadas cabezas no cabe el comprender la Resurrección. No pasa nada. Simplemente que somos pequeños, criaturas y salidos de Él. Luego, seremos como Él quiera. 

Donde debemos pararnos es en el Amor que Él nos tiene y nos demuestra. Tampoco lo entendemos, pero si podemos razonarla y, desde lo que sentimos en el nuestro propio, experimentar que el amor nos hace felices y nos asemeja, aunque a infinitos años luz, a Él. Eso nos debe bastar para creer en su Resurrección. Su Palabra es Eterna y nos aclara todo, porque todo en Él se cumple: Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas». 

miércoles, 19 de abril de 2017

¿ARDE TU CORAZÓN CON LA PALABRA?

(Lc 24,13-35)
En muchas ocasiones he experimentado emoción, gozo y alegría al escuchar la Palabra de Dios. Arder mi corazón es experimentar ese gozo y alegría dentro de mí. Seguro que tú también lo has sentido. Todos tenemos experiencia de experimentar, valga la redundancia, la presencia interior del Señor dentro de nosotros. Son las apariciones que Jesús nos ofrece para que, como los de Emaús, reaccionemos a su Palabra y encendamos la llama de nuestra fe.

Pero, también hemos experimentado que ese gozo y alegría se disipa lentamente en la medida que nuestros corazones se van endureciendo con nuestras dudas y las cosas de este mundo. Hasta, es posible, que tú y yo hayamos pensado que Jesús era ese líder que esperábamos para que arregle las cosas de este mundo tal y como nosotros lo entendemos. Y nos hemos desilusionado, porque nuestra vida sigue igual, e incluso a peor. Asentimos y pensamos que Jesús no nos aporta ni nos soluciona nada. Y nos vamos, regresamos a nuestros ambientes y a nuestros hábitos y costumbres pasadas. Todo sigue igual.

Se necesita volver y regresar a la comunidad. Se hace necesario el regreso a Galilea, al origen de la Palabra, a la renovación de nuestros corazones, a los hermanos, a la fe compartida. Porque, cuando compartimos nuestra fe nos fortalecemos; porque cuando compartimos nuestra fe, Jesús se hace presente; porque cuando compartimos nuestra fe arde nuestro corazón y experimentamos sed del Señor. Esa sed que nos mueve a buscarle y a entregarnos, partiéndonos y repartiéndonos, tal y como Él nos ha enseñado.

Sí, no nos quedemos en el camino. Volvamos a Galilea, porque allí está el Señor. Lo encontraremos en su Palabra, en sus Obras y junto a los hermanos. Vivamos en esa actitud y con esa esperanza confiando que el Señor se nos hará presente al partir el pan.

martes, 18 de abril de 2017

VER, CREER Y PROCLAMAR

(Jn 20,11-18)
El resultado de la fe es creer y proclamar. Porque cuando se ve, hay dos opciones: creer y proclamar. Si no crees, seguramente es que no has visto bien; si no proclamar, podemos decir lo mismo. Porque no se puede afirmar tener fe y no dar testimonio de ella. Esconderse es manifestar que tu fe no es firme y segura.

Es posible que nos encontremos entre estos. Tú mismo puedes saberlo, y tus obras dan testimonio de ello. Es innegable que cuando se tiene fe se contagia de esa fe. Al menos se transmite, aunque no llegue a contagiar ni a dar frutos. Y es mejor síntoma experimentar que tienes deseos de búsqueda, que dentro de tu alma hay sed transcendente y que caminas en esa búsqueda. Porque, si realmente buscas, el Señor, como a María Magdalena, se te presentará.

« Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’». Son las palabras que Jesús dijo y encargó a María Magdalena que dijera a sus hermanos. También podemos recogerla para nosotros y hacerlas nuestra. El Señor sube a su Padre, pero también nos habla de que es nuestro Padre, y de la misma manera de nuestro Dios. Ahora, ¿cómo nuestro Padre y nuestro Dios no nos va a resucitar, por los mérito de su Hijo, el amado y en quien se complace? - Mt 17, 5 -.

La Resurrección del Señor es nuestra esperanza y nuestra salvación. También nosotros resucitaremos, porque para eso ha venido el Señor y ha, muriendo, Resucitado. Para que todos los que han creído y creen en Él resuciten también. Vayamos, pues, a Galilea a encontrarnos con el Señor. La Galilea de nuestra vida, de nuestras familias, de nuestros trabajos, de nuestros ambientes, de nuestras circunstancias, de nuestras comunidades, de nuestras parroquias, de nuestros hermanos.

Porque cada vez que hagamos algo bueno por los que lo necesitan estaremos abrazando al mismo Señor y encontrándonos con Él.

lunes, 17 de abril de 2017

VOLVED A GALILEA

(Mt 28,8-15)
Sabemos muy bien donde está Galilea y que allí se desarrolló gran parte de la proclamación del mensaje de salvación. Pero, ¿dónde está Galilea en nuestra vida? ¿A dónde acudir? ¿Dónde nos convoca y nos llama Jesús para que le veamos? ¿Acaso tendremos que ir a Galilea también nosotros? Nos ayudaría mucho meditar y reflexionar sobre este particular.

Porque, Galilea, es el lugar de la proclamación. Es el Mensaje con mayúscula y el origen de la Verdad. Es allí, en los Evangelios proclamados por Jesús, donde encontramos el Camino, la Verdad y la Vida. Es decir, donde nos encontramos con Él. Es allí donde le podemos ver y hasta tocar. Reflexionar, leer y escuchar su Palabra cada día y tratar de vivirla es encontrarnos con el Jesús Resucitado, que Vive y nos habla directamente en cada momento.

¿Y cómo actuar? ¿Qué realmente hizo Jesús, además de proclamar su Palabra? Dice el Evangelio que pasó por este mundo haciendo el bien y curando todas nuestras dolencias y enfermedades. Está claro, no debemos complicarnos la vida. Se trata de vivir las obras de misericordia transmitidas y proclamadas por la Santa Madre Iglesia. Tanto las corporales como las espirituales. Esa fue y es la manera y el testimonio que nos deja Jesús tras su Palabra. Si no creéis en Mí, creé al menos en mis Obras -Jn 10, 38-. Es ahí, en esa forma y actitud de vivir donde le encontraremos, y donde también le abrazaremos -Mt 25, 35-.

Y, por último, también le buscaremos en la comunidad. En el grupo de amigos y discípulos que vivieron junto a Él en Galilea, que hoy para nosotros está en la asamblea Eucarística. En la comunidad parroquial, en el grupo donde compartes tu fe. Porque es ahí donde se te hace presente el Señor cuando te entregas, te partes y repartes entre los hermanos, soportándolos, aceptándolos, sirviéndolos y haciendo posible que tu amor sea compartido, repartido y entregado.

Vayamos, pues, a nuestra Galilea en busca del Señor, porque allí nos encontraremos cada día con Él, Vivo y Resucitado en todos aquellos que le esperan y creen en Él. ¡Alabado y Glorificado sea el Señor!

domingo, 16 de abril de 2017

EL EVANGELIO DE JUAN LO DICE CLARO

(Jn 20,1-9)

La espera debe ser tensa y también desilusionada. Muchos discípulos se habían escondido y otros se disponían a regresar a sus lugares de orígenes. La sensación era de fracaso, de resignación y de abandono. Al parecer todo había terminado. No esperaban nada, al menos no se habían enterado de lo que iba a acontecer. Sin embargo, nosotros si lo sabemos, precisamente por ellos. Y a ellos damos también las gracias, porque gracias a la Iglesia, que ellos en el Espíritu Santo han sostenido y transmitido, nosotros, hoy, conocemos que Jesús, el Hijo de Dios, ha Resucitado.

Son las mujeres la que dan la voz de alarma. Precisamente las mujeres, las más débiles, las que no tenían ni voz ni voto en aquella cultura. Dios toma siempre lo más débil. Y, Juan y Pedro, sorprendidos, "pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos", corrieron despavoridos hacia el sepulcro. Y el Evangelio de Juan lo narra así: "Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó".

Comentaba antes que nosotros sabemos el desenlace. Y eso supone cierta ventaja, pero también una dosis de fe bien alta, porque no le vemos ni le experimentamos tan directamente como ellos, sin embargo tenemos el testimonio de sus palabras y sus experiencias. Y también de tanto otros que les creyeron posteriormente y lo han experimentado en sus vidas.  

Sin embargo, nosotros tenemos muchas razones para abrir nuestros corazones y dejar entrar la Luz que nos inunda y cantamos en el salmo 117, porque, en Jesús se cumple todo lo que ya se había sido profetizado, antes de su venida, en su misma venida y durante su vida, y después de su muerte. La Resurrección es el culmen de la promesa y glorificación del Padre: "Este es mi Hijo amado, mi predilecto, escuchadlo".

sábado, 15 de abril de 2017

SÁBADO SANTO




Es sábado y Jesús ha muerto en la Cruz. Todo está consumado. Y nosotros desorientados. Hace días, concretamente el diez de abril, reflexioné sobre esa ventaja, ver aquí, de que todos nosotros sabemos más, Y eso, que pasa desapercibido, tiene vital importancia. Porque nosotros hoy, apoyados en esa esperanza, vivimos estos días con expectante ilusión y vitalidad sabiéndonos invitados y llamados a la Resurrección con el Señor Jesús.

Por eso, a pesar de celebrar unos días de luto, lo vivimos con gozo y alegría porque sabemos y creemos que Jesús, el Señor, está Resucitado. Y cada día actualizamos ese Sacrificio en la Eucaristía, que hoy, precisamente, para recordar el momento de su muerte, no celebramos. Sin lugar a dudas, la Resurrección es nuestra fiesta y nuestra esperanza, en ella descansa y se apoya nuestra fe.

Por todo ello, pasamos este día y mañana sábado en expectante espera, hasta la madrugada del domingo, momento glorioso cuando celebraremos su Resurrección, y con ella, la nuestra también, por lo que pedimos al Espíritu Santo, enviado a acompañarnos hasta ese momento, que nos fortalezca y nos dé la fuerza que necesitamos para sostenernos en la Gracia y la presencia del Señor.

viernes, 14 de abril de 2017

VIERNES SANTO

Hoy es el día clave, el día de la muerte del Señor, pero el día donde nuestra fe cobra todo su sentido y su esperanza. Porque, gracias a la Muerte del Señor, toda nuestra vida se ilumina y se llena de esperanza de resurrección en el Señor. Porque quienes creen en su Palabra vivirán para siempre. No podía ser de otra forma, estaba escrito y profetizado que Jesús, el Señor, moriría y, al tercer día, Resucitaría. Y la profecía se ha cumplido. Jesús, el Señor, ha vencido la muerte. ¡Bendito sea Dios!

Si este día no existiera, la vida y la fe del cristiano no tendría sentido. La Cruz, a partir de la Resurrección queda configurada como signo de salvación de todos los cristianos, porque es en ella donde, los que creemos y seguimos a Jesús quedamos, configurados con Él, crucificados y muertos para resucitar también en Él al final de los tiempos, en su segunda venida.

No hay día más misterioso, triste y glorioso a la vez que despierta el domingo con la explosión de jubilo y de alegría en y por la Resurrección del Señor. Se ha vencido a la muerte y, por el amor, la vida florece y renace a una vida nueva, la Vida Eterna en plenitud. ¡¡Bendito Viernes Santo!!

Por eso, los cristianos, unidos en una misma fe y confiados a y en la Palabra del Señor, nos abandonamos en el Espíritu Santo entregándonos a una vida de Cruz, para morir crucificados en la entrega, servicio y por amor en Él. 

Pidamos fuerza, valentía, sabiduría y perseverancia para no desfallecer en el camino, y juntos, unidos a y en la Iglesia, sepamos recorrer el camino de nuestra vida con entereza, dignidad, entrega, servicio y amor por la Fuerza y la Gracia de y en el Espíritu Santo.

jueves, 13 de abril de 2017

LAS IDEAS CLARAS

(Jn 13,1-15)
Jesús tenía todo muy claro. Sabía a lo que había venido y conocía su misión y la Voluntad de quien lo había enviado: sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.  

Instruye a los discípulos y les muestra lo que quiere que hagan. Esa expresión de inclinarse y lavar los pies representa la máxima expresión de humildad y servicio. No se puede decir más claramente ni de forma más expresiva. Conocía el momento y sabía que su hora tocaba a su fin en este mundo. Entonces, amó hasta el extremo de entregar su propia vida por el rescate y el perdón de todos los hombres.

Simón, como siempre, se mostró disconforme y protestó por ese rebajamiento de Jesús. No lo entendía. Igual puede sucedernos a nosotros ahora. No entendemos muchas cosas y nos rebelamos y protestamos. Ante esta actitud debemos reflexionar y confiar en lo que nos dice Jesús: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde».  Y Pedro, como también nosotros ahora, se resiste a dejarse lavar por Jesús. Nos cerramos a la acción del Espíritu Santo y no dejamos que nos limpie y purifique.

Sin embargo, la reacción de Pedro, tanto en el momento de las negaciones, como ahora, es contundente, de total arrepentimiento y entrega, veamos: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza».

Esa debe ser nuestra actitud y entrega. ¡Señor, aquí estamos para que nos limpies, no sólo los pies, sino también todo nuestro cuerpo y hasta nuestro endurecido y calloso corazón.

miércoles, 12 de abril de 2017

CUANDO EL RUIDO NOS PUEDE

(Mt 26,14-25)
No conviene alejarnos del perfume y del ambiente cristiano, porque, aflojada la voluntad quedamos a merced de la voluptuosidades del mundo. Y poco le cuesta seducirnos y convencernos de que aprovechemos los placeres y comodidades que nos ofrece. El demonio está al acecho de nuestros bajones y sabe como atacarnos y alejarnos del Señor.

Debemos alimentar nuestro amor al Señor y, en la comunidad, nos fortalecemos, sobre todo cuando compartimos. Busquemos lugares y espacios de silencio, de paz y de escucha. El Señor nos busca siempre y nos habla directamente a nuestro interior. Ese desasosiego que experimentamos por entretenernos, por pasarlo bien y divertirnos nos traiciona y nos engaña. Y nos pone en las manos del demonio, que tratará de llevarnos a su terreno para embaucarnos y despistarnos.

Esforcémonos en buscar al Señor y tratemos de escucharle. Abramos nuestro interior y dejémosle entrar en nuestro corazón. Ganaremos fortaleza y sabiduría para, reforzando nuestra voluntad, permanecer fiel y a su lado, alejado de todo peligro. Él nos habla constantemente y nos da señales para el camino. No cerremos las puertas de nuestro corazón y mantengámonos expectante a su Palabra.

Seamos transparentes y revestidos de buenas intenciones. No tratemos de escondernos ni de esconder nuestras actitudes e intenciones. Tengamos confianza en la Misericordia del Señor y abramos nuestro interior, sin tapujos ni escondites, ni segundas intenciones. Él sabrá limpiarnos, acogernos, perdonarnos, danos esperanzas y llenarnos de su Gracia para que encontremos el verdadero camino de la verdad y el gozo eterno.

Pidamos que el ruido de este mundo no nos pueda y nos aleje del Señor. Pidamos la fortaleza y la luz que no llene de sabiduría para mantenernos siempre en la presencia del Señor.

martes, 11 de abril de 2017

MARTES DE TRAICIÓN

(Jn 13,21-33.36-38)
Es una noche marcada. Marcada por la traición de Judas, pero también por Pedro, que, prometiéndole dar su vida por Él, le traiciona negándole tres veces. Y por muchos de sus discípulos, que se esconden y se retiran. Es momento para pensar que también nosotros nos hemos retirados muchas veces. También nosotros le hemos traicionado. Y quizás peor que Judas, porque él no sabía ni había entendido, como sus compañeros, las Palabras de Jesús, y su fe se debilitó. Se dejó llevar por el diablo y desesperó.

Pedro vivió una experiencia parecida. Se desmarcó de Jesús negando conocerle y se presentó como un desconocido. Él que había estado momentos antes a su lado y prometiéndole fidelidad hasta la muerte. Pero Pedro, como tú y como yo, no desesperó, sino que confió en el perdón y la Misericordia de Jesús. Es esa nuestra esperanza. Confiar y creer en el Perdón y la Misericordia de Dios. Porque no tenemos otro camino, ni tampoco lo hay.

Somos pecadores. Lo confesamos frecuentemente, porque lo somos, pero también tenemos que aceptarlo y asumirlos. Y eso pasa por confiar en el Señor y, a pesar de nuestra miseria, seguir su rastro y a su lado. No nos salvamos por nuestros méritos, entre otras cosas porque no los tenemos, sino por la Misericordia de Dios. Seamos como Pedro, que lloró su pecado y esperó confiado en la Misericordia de Dios. Eso nos hará humildes y pobres, dispuestos a recibir su perdón.

Seamos fieles sabiendo que Jesús confía en en el Padre, y sabe que, a pesar de las apariencias de soledad y abandono, el Padre está presente y le glorificará resucitándole para volver al Padre. Despertemos y sepamos que también nosotros seremos elevados, por los méritos de Jesús, el Señor, hacia la Casa del Padre, resucitando en, por y con Él, por su Gracia, Amor y Misericordia.

En ese espíritu debemos vivir la Semana Santa en este Martes Santo, valga la redundancia, donde nuestras flaquezas y debilidades nos invitan a abandonar al Señor y dejarle sólo.

lunes, 10 de abril de 2017

LUNES SANTO

(Jn 12,1-11)
Jesús se prepara para su Pasión. Intuye lo que le está esperando y, previamente, se retira a una casa de verdaderos amigos. Allí es atendido, agasajado y querido. María, en un acto de verdadero amor, unge los pies de Jesús tomando una libra de nardo puro muy caro, y los seca con sus cabellos. Y, dice el Evangelio, que la casa se llenó del olor del perfume. 

Como interpretar este acto de María. Por un lado se gasta un perfume muy costoso cuando hay quizás otras necesidades. Por otro lado, Jesús está con nosotros y como si intuyéramos que le va a pasar algo y lo agasajamos y cuidamos. El mismo Jesús responde a las insinuaciones de Judas: « ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Muchos curiosos se acercaban a la casa para ver a Jesús, y también a Lázaro, al que había resucitado Jesús. Era un testimonio vivo del poder del Señor que preocupaba a los sumos sacerdotes y acechaban para darle muerte, pues a causa de él, muchos judíos se les iban y creían en Jesús, al que también acechaban para matarle.

Vivamos estos días de Semana Santa esperanzados en la Resurrección final. No la resurrección de Lázaro, para Gloria de Dios, que tuvo que morir otra vez, sino la Resurrección final con la que Jesús, crucificado y muerto en la Cruz, es Resucitado por el Padre para su Gloria.

 Y vivamos en la esperanza todos los que creemos en Él, porque en, por y con Él resucitaremos nosotros también. Reflexiónemos en el gozo y la esperanza de experimentarnos resucitados y vivamos la Pasión del Señor con esa actitud.

domingo, 9 de abril de 2017

SEMILLA POCO PROFUNDA

 (Mt 26,14—27,66)
Cambiamos de criterios con facilidad. Hoy pensamos y expresamos esto, pero mañana podemos estar en las antípodas sin ningún remordimiento. Actuamos con cierta irresponsabilidad, o somos veletas al viento. O, lo de siempre, sin ninguna coherencia. No se puede hoy ver esto blanco y mañana negro. Si así sucede es que pasa algo. Seguramente no se ha profundizado lo suficiente ni se ha experimentado ningún encuentro o experiencia vital.

Jesús fue aclamado a la entrada de Jerusalén. Lo celebramos y escenificamos en el domingo de Ramos:<¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hasanna en las alturas!>.  Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: <<¿Quién es este?>> La multitud contestaba: <<Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea>>

Sin embargo, pocos  días después todo cambia. Juzgado y condenado a muerte. Muchas veces me he preguntado que papel jugaría yo de haber nacido en esa época y estar entre los judíos de aquella ciudad. ¿Qué diría yo frente a Jesús? ¿Le acusaría o le defendería? ¿O quizás pasaría de largo e indiferente? La realidad que no estaba allí, pero si es real que estoy hoy aquí, 1984 años aproximadamente después, contando que Jesús tendría sobre 33 años en ese momento.

Y tengo la misma oportunidad de elegir y de definirme. ¿Estoy con Él, o le condeno? Las circunstancias varían poco. Si bien tengo mucha ventaja. Sé lo que sucedió, transmitido por los apóstoles y por la Santa Madre Iglesia, y lo que viene sólo me toca a mi decidir. Creo en Él o no creo. Lo que equivale a lo mismo si hubiese estado allí: ¿Le condeno o le absuelvo y creo en Él?

Tú y yo tenemos la palabra. Podemos elegir el camino. Yo continúo detrás de Él. Me esfuerzo en seguirle y en pedirle fuerza y voluntad para no desfallecer y llegar a mi propia cruz entregándome, con Él, por amor a todos los hombres.

sábado, 8 de abril de 2017

EN BUSCA Y CAPTURA

(Jn 11,45-56)
La suerte estaba echada. Habían decidido prenderle y matarle. Jesús, al proclamar su Palabra, prometía llevarse a todos detrás de Él. Su Palabra arrastraba y sus Obras daban testimonio de su Palabra y de su Amor. El Sanedrín temía por su integridad y por la nación. Justificaban sus miedos aduciendo la destrucción de la nación por los romanos, que anteponían a la Palabra de Jesús y a confiar en Él.

Sus temores les impedían ver la Luz que tenían delante, y andaban en la oscuridad. Temían al poder romano y no se percataban del Poder de Dios y de las Obras de su Hijo, Jesús, nuestro Señor. Estaban ciegos y llenos de oscuridad, y en esas deliberaciones, uno de ellos, que era el  Sumo sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». 

Jesús, conocedor de lo que se maquinaba contra Él, ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina, al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua y todo se iba cumpliendo tal y como estaba profetizado. Jesús estaba en busca y captura, diríamos hoy, y condenado a muerte. La condena era por el hacer el bien y proclamar el amor entre los hombres. Un amor salvífico, que es la mejor arma y defensa para conseguir la liberación y la salvación del hombre.

Porque, quienes aman buscan la paz; porque quienes aman trabajan por la justicia; porque quienes aman se esfuerzan en la convivencia fraternal y en el bien para todos los hombres, sin distinciones de raza, de color, de pueblos y de privilegios. Porque quienes aman harán de este mundo, un paraíso donde puedan vivir todos los hombres en igualdad de derecho y en fraternidad verdadera.

viernes, 7 de abril de 2017

TODO SE CUMPLE EN JESÚS

(Jn 10,31-42)
Cada profecía, cada promesa y todo lo que de Él se dijo y se dice va tomando cumplimiento. En Jesús todo tiene su hora y su cumplimiento. Lo que había dicho Juan el Bautista de Jesús, se manifiesta ahora en Jesús. Y muchos creen en Él. No llegamos a comprender como aquellos judíos cogen piedras para apedrearle. No se entiende como la soberbia y los criterios instalados en las personas son inamovibles hasta el punto de cegarles irrevocablemente.

Porque es evidente que, si Jesús no es el que piensas o tú quieres, al menos sus obras hablan y dan testimonio de Él: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre».

Y hasta hoy perdura esa incredulidad y esa ceguera pertinente e irresponsable. Porque, al margen de tu fe o tus ideas, no puede haber nada malo en aquel que hace el bien. No se entiende la persecución a la Iglesia cuanto ésta no hace otra cosa que el bien. ¿Cómo es posible que se le persiga con intención de destruirla? Se cumple hasta la profecía de que el discípulo no es más que el Maestro -Mt 10, 24-.

Es también un misterio como muchas personas no creen en la Palabra de Jesús. Desde ahí podemos entender también a aquellos judíos que lo declararon reo de muerte y le buscaban para matarle. Y es que la vida no se entiende sin el Señor. Amar es la consigna de todo hombre. El mundo quiere la unidad, la paz y la justicia. Eso está en el corazón de todo hombre, luego, ¿Por qué no la buscan?

Sí, si la buscan, pero el pecado hace estrago y la debilidad humana se experimenta traicionada por sus apetencias, satisfacciones, ambiciones y egoísmos. Sólo en el Señor podemos liberarnos de nuestras pecados y ser libres. Es decir, buscar verdaderamente el bien.

jueves, 6 de abril de 2017

HOY TAMBIÉN NOS TIRAN PIEDRAS

(Jn 8,51-59)
Sigue ocurriendo lo mismo, exactamente lo mismo. Muchos cristianos mueren asesinados por su fe. No sólo con piedras sino con armas de fuego. Y todo porque no les permiten que crean en Jesús. Siguen tomando a Jesús por un loco y endemoniado y sujetos a Abrahán y los profetas: ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». 

No aceptan nada y ponen a Abrahán antes que Jesús. No se enteran que Jesús les está diciendo que Él está desde el principio, antes que Abrahán. Es decir, que Él es Dios y siempre ha existido.Pero no escuchan, ni tampoco quieren escuchar. Sólo quieren acabar con Él para finiquitar toda esa pesadilla que les está abriendo los ojos. No quieren saber nada, y de esa forma nada se puede hacer. Porque Dios respeta la libertad del hombre.

No se fijan en nada. Están obsecados y cerrados a la verdad. No se dan cuenta de esa expresión de Jesús al decir: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy».  ¿Acaso no fue esa misma respuesta la que recibió Moisés en el Sinaí y en el monte Horeb-Ex 3, 13-14-? Realemente, si conocieran mejor al Padre se hubieran dado cuenta de que Jesús está empleando la misma expresión para identificarse con el Padre.

¿No puedes pasar a nosotros algo parecido? ¿Conocemos nosotros al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo? No, no se trata de ponerse a estudiar Teología ni cursos bíblicos, que siempre será bueno, sino de tratar de reflexionar la Palabra de Dios cada día y, entregados en Manos del Espíritu Santo, dejarnos llevar por su Sabiduría y pedirle que nos llene nuestro corazón de ella para vivir en la Voluntad del Padre Dios. Tal y como Jesús, el Señor, nos ha enseñado y testimoniado con su Palabra y con su Vida. Hagamos ese esfuerzo y confiemos en que el Espíritu Santo nos vaya auxiliando en el camino hacia la Casa del Padre.

miércoles, 5 de abril de 2017

EN REALIDAD, ¿SOMOS LIBRES?

(Jn 8,31-42)
Hoy, Jesús, nos dice: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Sin embargo, nosotros nos consideramos libres, porque consideramos que hemos nacidos libres. Y, porque nuestro concepto de libertad, mal entendido, consiste en hacer lo que nos apetece. De modo que, si hago lo que me da la gana, o lo que se me antoja y satisface, soy libre.

El hecho de pertenecer a la Iglesia y ser bautizado nos da derecho, pensamos, a ser libres. Igual pensaban los judíos de aquellos tiempos y, supongo, también los de hoy, al considerarse hijos del Patriarca Abrahán. Nada más lejos de la realidad, porque la libertad no es decidir lo que quieres, sino hacer lo que debes. Y lo que debes es buscar el bien. El bien de todos y la verdad. 

Porque en la verdad está el bien y al hacerlo te experimentas libres y dueño de ti mismo. El bien que, en muchos y determinados momentos de nuestra vida nos exige entrega, renuncia, sacrificio e ir contra la corriente que nos apetece y satisface. Y para eso necesitamos la fe. Sin fe no podemos recibir la Gracia del Bautismo, que nos hace hijos de Dios y herederos de su Gloria. Ni tampoco la herencia de la promesa de salvación.

La cuestión no está ni radica en la consanguineidad, sino en la fe de aquellos que creen en la Palabra del Señor. No se trata de estar, pertenecer, o no pertenecer. Se trata de un problema de fe. Creer y confiar en la Palabra del Señor y perseverar en ella. Porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

martes, 4 de abril de 2017

EN Y CON LA MISMA ACTITUD INCRÉDULA

(Jn 8,21-30)
No quieren dar el brazo a torcer. Sus razones son que no creen, porque no pueden alegar ni demostrar nada. Esgrimen que no creen y no atienden a razones. Es verdad que siempre hay dudas, pues se necesita fiarse de la Palabra de Jesús, pero hay razones para dejar hablar al sentido común y fiarse de él.

Porque, Jesús, es un Personaje histórico, y fue muerto, pero Resucitado. No se puede probar que ha resucitado, pero son muchos los que lo atestiguan. Pablo habla de más de quinientos -1ª Corintios 15, 4-6 -, y porque la Iglesia, su continuadora, se preocupa por el prójimo y su labor es única en el mundo. Nadie, aun proclamando paz y amor, tienen como misión fundamental amar a los demás como nos lo ha enseñado el Señor, enviado por su Padre.

Y nos manifiesta que todo lo que nos enseña es lo que ha recibido del Padre: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo».  El problema es que no le conocen, no le entienden y no quieren saber nada de Él. Y es que, sabemos, a quien no se conoce no se puede querer.

El hombre es necio, y, con el tiempo se vuelve más necio. Sabe que hay un Dios, pero no quiere escucharle, porque quiere dirigir su propia vida. Quiere comerse la manzana a su gusto y como le apetezca. Y se justifica con la existencia de muchos dioses, pero a ninguno le hace caso. Porque, también sabe que sólo a uno puede obedecer, pues de no ser así sería imposible. Son autoengaños para justificar su necedad y distorsionar la realidad. Pero, ¿qué consigue con eso? Sólo engañarse, porque vendrán días y llegará la hora de su muerte, y, entonces: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados». 

Pongamos nuestro corazón en Manos del Señor y hagamos el esfuerzo de, haciendo buen uso del sentido común, confiar en la Palabra de Jesús, nuestro Señor..

lunes, 3 de abril de 2017

TODOS PENDIENTES DE ÉL

(Jn 8,1-11)
La autoridad de Jesús atrae, y todos están pendientes de Él, que les enseña en el templo. Mientras, los escribas y fariseos traman la manera de comprometerlo para acusarle y dejarle en evidencias. Aprovechan el que una mujer ha sido sorprendida en adulterio, y se la presentan con esa intención. Quieren comprometerle y dejarlo en ridículo. 

Llegados a Él le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?».  Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en el suelo. Ante la insistencia con la que le apremiaban, se incorpora y dice: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, sorprendidos por estas palabras empiezan a retirarse, comenzando por los más viejos. Parece lo más lógico y de sentido común, porque, posiblemente, serían esos, los más viejos, los que tendrían más pecados por su larga existencia. Sin embargo, lo que destaca por encima de todo es la gran Misericordia de Dios ante la intención de aquellos hombres de cumplir la Ley de Moisés y enfrentar a Jesús contra ella. Se olvidan del perdón y del amor.

Es esa, quizás, la gran lección que Jesús nos da hoy en el Evangelio. Descubrirnos como pecadores y necesitados de perdón. Porque todos lo somos, y, posiblemente, cómplices en los pecados de aquella mujer arrastrada a vivir de su cuerpo y el placer de los que la utilizaban. Y, Jesús, deja claro a lo que ha venido. No a condenar, sino a salvar. Y es lo que hace, perdonar a aquella mujer que, al final, no había sido condenada por nadie, pues enfrentados con nosotros mismos experimentamos nuestras pobrezas y limitaciones y nos descubrimos como necesitados de perdón y misericordia.

domingo, 2 de abril de 2017

PIENSAS QUE TODO FUE PREMEDITADO

(Jn 11,1-45)
Deduces, después de leer el Evangelio de hoy, que Jesús dejó pasar unos días, para que, muerto Lázaro, su amigo, su resurrección fuera signo y testimonio para Gloria de Dios. Todo lo ocurrido parece indicar esto. Y, realmente es así. La resurrección de Lázaro es un acontecimiento sorprendente y un signo de la Divinidad y el Poder de Jesús, el Hijo de Dios.

Lo normal y lógico es que el Evangelio termine diciendo lo que dice: Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Y es que no queda otra salida ni alternativa. Ante el hecho de la resurrección sólo queda decir "amén".

Por eso, se hace ininteligible e incomprensible que no se reconozca a Jesús como el Hijo de Dios, porque dar la vida a quien la ha perdido es solo un poder sobrenatural atribuido a Dios. Y nos llena de esperanza este esperanzador, valga la redundancia, pasaje evangélico donde Jesús, para Gloria de Dios, resucita a su amigo Lázaro. Pero, también, nos interpela y nos cuestiona nuestra fe. Igual que a Marta y María, Jesús nos pregunta por nuestra fe. Quiere llamarnos la atención y cuestionarnos nuestra fe.

Realmente, ¿creemos en Jesús, el Señor? ¿Y creemos que Él es la Resurrección y la Vida? Eso nos pregunta Jesús también a nosotros hoy, y también nos responde: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». 

Y no sólo se queda en palabras y promesas, sino que con la resurrección de Lázaro nos deja su testimonio y el cumplimiento de su Palabra. ¡Sí, Señor, confesamos que Tú eres el Hijo de Dios Vivo, el Cristo que había de venir y que Vives y estás entre nosotros!