martes, 25 de abril de 2017

ID POR TODO EL MUNDO...


La Misión está clara: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».  Son Palabras del Señor y no dan lugar a dudas.

Es verdad que, hoy, no se dan estos signos tan especiales que se descubren en el Evangelio, pero, en aquellos que creen y viven su fe coherentemente se hace presente la acción del Espíritu Santo y se siguen dando señales providenciales y verdaderos signos de acompañamiento del Resucitado. La vida de la santa Madre Iglesia está llena de verdaderos hijos en los que se manifiestan verdaderos signos milagrosos que se hacen visibles en sus vivencias de fe.

No se trata de hablar porque sabemos más, ni porque nuestra palabra es palabra de sabiduría. Se trata de hablar por boca del Espíritu Santo. Se trata de hablar por obediencia y en Nombre del Señor, y confiados en su Palabra. No se trata de mi palabra, sujeta al error, sino de la Palabra del Señor que es Quién me manda y Quién tiene Poder para dar la Vida. 

Porque es de eso, precisamente, de lo que se trata. De la Vida o la muerte. Nuestra palabra no es una palabra más ni una palabra cualquiera. Es la Palabra de Dios puesta por el Espíritu Santo en nuestros labios. Es Palabra de Vida Eterna; es Palabra de Salvación. Porque en Él creemos, y a Él nos confiamos poniéndonos en sus Manos.

¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).

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