miércoles, 31 de mayo de 2017

EN LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

(Lc 1,39-56)
Sin lugar a duda, si lo piensas detenidamente, Isabel, la prima de María, fue asistida y llena del Espíritu Santo cuando dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Porque, Isabel, no sabe nada respecto al estado de María, y menos, sobre la anunciación del Ángel Gabriel y la elección y misión que Dios presenta con el Ángel a María. Y, para más asombro, que ese que María alberga ya en su seno es el Hijo de Dios. Luego, por sentido común, Isabel fue asistida e iluminada por el Espíritu Santo para dar ese anuncio de bienvenida a María.

Y, si todavía se quiere más, observemos como Isabel exclama y experimenta ese salto que su hijo dio en su seno, afirmando también el gozo de aquella que se ha fiado del Señor. Da la sensación que Isabel presenció la anunciación del Ángel Gabriel, o que el Espíritu de Dios está actuando en Isabel e iluminándola para que sus labios expresen esa maravilla de confesión.

En muchas ocasiones he proclamado este acontecimiento de la visitación como un milagro y una prueba más de la manifestación de Dios a los hombres. Y ni que decir tiene lo que sucede después, el canto del Magnificat. Como María da rienda suelta a su confianza y fe en el Señor proclamando esa maravilla de canto, de manifestación gozosa y agradecida por todo lo que Dios hace en ella: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

martes, 30 de mayo de 2017

TESTIGOS DE LA VIDA DIVINA POR EL BAUTISMO

(Jn 17,1-11a)

El Bautismo nos da la Vida de la Gracia y nos hace hijos de Dios configurándonos como sacerdotes, profetas y reyes, para dar testimonio de nuestro Padre Dios y proclamar la Verdad y la Buena Noticia de Salvación. Hemos recibido del Señor la Vida Eterna: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar».

Es la Buena Noticia de Salvación. Estamos salvados en y por el Señor, porque Él nos ha revelado el Amor Infinito de su Padre y nuestra salvación por la Misericordia de Dios. ¿Hay mejor noticia? Esa felicidad que todos buscamos la encontramos en el Señor, porque Él es la eternidad, el gozo y la plenitud.  

Y desde esa actitud estamos comprometidos a anunciar la Buena Noticia que significa y es conocer a nuestro Padre Dios y al hijo enviado a revelarnos y a dar testimonio del Amor del Padre. Damos gracias por tener esta oportunidad de aceptar su llamada y esforzarnos, a pesar de nuestros fracasos y decepciones. Sabemos y creemos que Jesús, nuestro Señor, ruega por nosotros al Padre y nos ha enseñado todo lo que del Padre ha recibido.

Pongamos en Él toda nuestra confianza y todo nuestro esfuerzo, confiando en su Palabra y en el Espíritu Santo. Enviado, por el Padre, para darnos fortaleza y sabiduría, a pesar de permanecer en este mundo indómito y salvaje, que nos tienta y nos persigue para desviarnos de su camino. Seamos dóciles a su Palabra y abramos nuestros corazones a su acción.

lunes, 29 de mayo de 2017

MUNDO DE MUERTE

(Jn 16,29-33)
Vivimos rodeado por la muerte, y eso no nos debe asustar, sino todo lo contrario, debe servirnos de motivo para continuar el camino con más ánimo y fe. Porque, no sólo es muerte la pérdida de la vida, sino también la de un amigo, la separación de la persona amada, el fracaso de un proyecto, la debilidad ante nuestras pasiones. Morimos cuando hacemos lo que no queremos y dejamos de hacer aquello que pensamos que era el bien y mejor para todos desde la verdad.

Vivimos tentado por los valores del consumismo, el capitalismo, la sensualidad y el materialismo. Quedamos atrapados en un mundo que nos cerca y nos tienta. Y, heridos como estamos, sucumbimos a estas seducciones y tentaciones. Ante esta realidad no podemos pensar que el camino sea fácil ni alegre. La lucha, por levantarnos y hacer lo que pensamos que es bueno y de acuerdo con el Evangelio, se hace dura y difícil. 

No obstante, descubrimos que no estamos solos. Dios nos busca y, en su Hijo, se nos hace presente para relevarnos su Amor y Misericordia. Él ha vencido al mundo y nos lo dice para animarnos y descubrirnos que, también nosotros, en Él podemos hacerlo. Porque su Misión es esa. Ha venido para liberarnos de todas esas inclinaciones y esclavitudes inherentes a nuestra naturaleza humana. Somos esclavos de nuestro pecado y, el Señor, quiere y viene a salvarnos. Ahí, a pesar de la lucha y su dureza, reside nuestra paz y nuestra alegría. 

Estamos alegres porque sabemos que el final será el triunfo. Cristo y yo mayoría aplastante. Con Él, no sólo que podamos vencer, sino que vencemos. Estamos seguros y esa es nuestra fe. Nos apoyamos en Él, y, aún sabiendo todas nuestras flaquezas y debilidades, no perdemos la esperanza y la alegría de, reconociéndonos pecadores, sabernos perdonados y salvados por su Infinito Amor y Misericordia.

domingo, 28 de mayo de 2017

PERMANECE CON NOSOTROS HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS

(Mt 28,16-20)
Son sus últimas Palabras antes de ascender a los Cielos a la derecha del Padre. Son Palabras de esperanza, de amor y de autoridad. Palabras que nos confortan, nos fortalecen y nos llenan de gozo y de alegría ante todas las dificultades y tropiezos del camino. Porque estamos con el Señor y el mismo nos lo ha dicho: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Jesús, el Señor, lo puede todo. Y todo lo que hará será para el bien de sus amigos, pues ya no nos llama siervos, sino amigos - Jn 15,15 -. Hará lo que nos conviene, y nadie mejor que Él sabe lo que nos conviene a cada uno. Sin embargo, algunos dudamos, tal y como también dudaron algunos de sus discípulos. Y Jesús nos repite que Él es el Señor, y lo puede todo.

Por eso, enviado por el Padre, ha venido a ofrecernos la liberación y a salvanos. Ha venido a liberarnos del pecado, de la ignorancia de creer que sin Él podemos encontrar la felicidad. Necesitamos creer en Él, porque en el mundo y en sus cosas no encontramos la felicidad. Esa es nuestra experiencia, la muerte. Es lo que nos ofrece el mundo, pues detrás de todo lo que nos ofrece se esconde en sin sentido y el vacío.

Sólo en el Señor encontraremos esa felicidad que buscamos y que experimentamos dentro de nosotros cuando estamos en y con el Señor. Y, Él, se va a los Cielos, a la derecha del Padre, a prepararnos un lugar para luego, en su segunda venida, llevarnos con Él. 

Se va, pero nos ha prometido que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Y el Señor lo que dice lo cumple. Así ha sido hasta su Resurrección y Ascensión a los Cielos.

sábado, 27 de mayo de 2017

LA ORACIÓN ES EL VÍNCULO

(Jn 16, 23-28)
Necesitamos ponernos en relación con el Señor, porque necesitamos su intervención para crecer, perseverar y superar los obstáculos a la vida de la Gracia. Y nuestra relación está fundamentada en la oración. Por medio de ella nos relacionamos con el Señor y le pedimos por nuestras necesidades y por nuestra fe.

Tenemos la promesa de que lo que pidamos al Padre en su Nombre nos será concedido, porque, precisamente, Él nos quiere por  nuestro amor al Señor Jesús, su Hijo, y, al menos yo, lo quiero compartir, tengo claro lo que he de pedirle. No es que lo haya tenido claro siempre, ni que no haya pedido otras cosas, pero ahora experimento que lo fundamental y más importante es la "Fe". Porque con la fe todo lo demás vendrá por añadidura.

Eso es realmente lo que quiero y en donde quiero centrar mi petición. Mi oración es pedirte, Padre, en Nombre del Señor Jesús, tu Hijo, que aumentes mi fe, y también la de todos los creyentes. Enciende en nosotros nuestros corazones, para que abandonados a tu Espíritu seamos fortalecidos con la fuerza del Espíritu Santo. Y llenos de sabiduría y voluntad, fortalecernos para enfrentarnos con esperanza de victoria contra todos los obstáculos que nos salen al paso en nuestro camino hacia Ti.

También nosotros, por el Hijo, iremos al Padre. Ese es nuestro destino y, como reflexionábamos ayer, el gozo y la alegría nos inundarán al final de nuestro camino, porque veremos al Padre y al Hijo a su derecha. Esa es nuestra meta que recompensará todas las dificultades que nos presente el camino.

viernes, 26 de mayo de 2017

EL CAMINO ES PESADO Y DURO

(Jn 16,20-23a)
No podemos esconder ni obviar la realidad, el camino y la renuncia se hace difícil y entristece. Enfrentarse a las dificultades, a los problemas, consigo mismo y tratar de hacer lo que no quiero hacer, porque sé que es lo bueno y lo que siento en lo más profundo de mi corazón, se hace muy duro. Y la dureza origina tristeza y amargura. A nadie le gusta sufrir.

Esa es la realidad, pero leamos y escuchemos el Evangelio de hoy: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo».

El Señor ya sabe lo que nos ocurre, y nos lo descubre, y nos lo dice. Sí, la travesía es dura, pero al final aparece el gozo y la alegría. Y eso ellos no lo sabían, pero sí lo sabemos nosotros, precisamente, por ellos. Porque, el Señor ha regresado ya, está presente en la Eucaristía y desde esa presencia espiritual nos conforta, nos fortalece y nos hace el camino más ligero y hasta alegre. Por eso, el creyente es alegre, porque es capaz de sobreponerse a los sufrimientos que el camino le presenta.

Por eso, amigos y compañeros en la fe, la Eucaristía es un regalo inmenso, pues, nada más y nada menos, que Jesús que se queda con nosotros. Sabemos que, más tarde, regresará tal y como nos ha prometido: "También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar".  

Jesús está realmente con nosotros, y podemos aprovecharnos de su presencia real Sacramental y Eucarística. Es un regalo que nos sobrepasa y que debemos aprovechar siempre que podamos. La Eucaristía es el mismo Jesús que nos habla, que nos conforta, que nos da fortaleza para soportar las dificultades del mundo y nos da la alegría de saber que vamos camino hacia Él.

jueves, 25 de mayo de 2017

QUEREMOS VERTE, SEÑOR

(Jn 16,16-20)
Es la pregunta que, los cristianos creyentes, nos hacemos a cada momento: Queremos verte Señor, y lamentamos no vivir en esos momentos que Tú estabas en la tierra. Es verdad que sentimos cierta tristeza, pero también, ¿qué habríamos hecho nosotros si estuviésemos allí? ¿Hubiésemos seguido a Jesús o le habríamos crucificado también? 

Porque tanto ayer como hoy la cuestión es la misma: "Tener fe". Y la fe nos exige riesgo y nos trae peligros. Porque la fe nos exige fiarnos y confiar en la Palabra de Jesús. Y su Palabra, tanto ayer como hoy es la misma y nos habla directamente a cada uno de nosotros. Por eso nos dice que dentro de poco no le veremos, y, enseguida, nos dice que volveremos a verle. Él siempre ha estado entre nosotros. Se ha ido al Padre, pero se ha quedado transformado en alimento espiritual en la Eucaristía -‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20)-.

Indudablemente, por nuestra ignorancia y pobreza no entendemos y eso nos llena de tristeza, pero, pronto, por la acción del Espíritu Santo nos llenamos, por la Gracia de Dios, de alegría y gozo. El Señor está con nosotros. No puede ser de otra manera, porque reina en nuestro corazón. Unos corazones pobres, humildes y pecadores, pero que experimentan que la vida no puede terminar aquí, pues sería muy injusta para muchos que más que vivir, sufren. La vida necesita responder a sus exigencias de justicia, de bondad, de gozo y felicidad y, sobre todo, de eternidad plena.

Jesús es la verdadera Vida, porque Él nos promete eso que sintoniza y sincroniza con nuestros corazones. Él es el único Camino, Verdad y Vida, que tantas veces nos suena dentro de nosotros y el mismo nos lo ha prometido y descubierto.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Y HOY TAMBIÉN NOS HABLA JESÚS

(Jn 16,12-15)
Jesús, el Señor, no se ha ido. Está con nosotros y permanece entre nosotros. Nos acompaña y nunca nos deja solos. Nos ha enviado el Paráclito que hablará, no por su cuenta, sino todo lo que ha oído. Abramos nuestros oídos y escuchemos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».

No hay ninguna duda. Todo está muy claro. Vamos, en el Espíritu Santo, hacia la Verdad completa. Nos anuncia y revela todo lo que tiene el Padre, pues todo lo del Padre es del Hijo. ¿Hay algo más esperanzador? Nada debemos temer, pues el Espíritu Santo nos guía y nos protege. Por lo tanto, la indicación es ponernos en Manos y a disposición del Espíritu Santo. Así de sencillo.

Es el Espíritu de Dios quien nos elige y nos convierte. No depende de nosotros. Él te llamará si te ha elegido para que cambies y te conviertas. Porque la fe es un don de Dios. Ahora, tú tienes que estar dispuesto, abierto, disponible y entregado.

 Por eso, le llamamos y decimos: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tu fieles, y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Envía el Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo, hazno dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre del bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. amén.

martes, 23 de mayo de 2017

COVIENE QUE SE VAYA

(Jn 16,5-11)
Nos lo dice Jesús claramente: «Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’. Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré»

El Espíritu Santo viene a estar con nosotros; viene a acompañarnos y dirigirnos y a asistirnos para no errar ni equivocar el camino. El Espíritu Santo viene a fortalecernos para, en nosotros y por nosotros, condenar el pecado y hacer justicia experimentando la presencia del Espíritu de Dios en nosotros por los méritos de la Pasión del Señor Jesús y su Resurrección. 

Y a condenar a este mundo absurdo, necio y caduco que preside el Príncipe de este mundo. Un mundo perdido y sin sentido. El Espíritu de Dios nos descubre el horizonte y nos alumbra el camino fortaleciéndonos y dándonos sabiduría y voluntad para afrontar todos los obstáculos y dificultades que no encontramos en nuestra vida y paso por este mundo.

El Señor ha Resucitado y está con nosotros en todo momento y en cada instante de nuestra vida. Nos lo ha dicho en repetidas ocasiones-Mt 18,20-. Dónde dos a tres, reunidos en su Nombre, allí está Él. Y lo hacemos presente en nuestras vidas en cada momento. Ahora mismo, reflexionando su Palabra, el Señor está presente tanto en el que escribe como en los que lo reflexionen y lo lean mañana.

Ven Espíritu Santo y renueva nuestros corazones.

lunes, 22 de mayo de 2017

TAMABIÉN NOSOTROS SOMOS ENVIADOS COMO PARÁCLITOS

(Jn 15,26—16,4)

No es cuestión sólo de recibir, también lo que hemos recibido hemos de darlo. De modo que, si recibimos al Paráclito, también tenemos que llevarlo a otros. En este sentido ya se nos ha imprimido y configurado el carácter de sacerdote, profeta y rey en el momento de nuestro Bautismo. Estamos llamados a dejarnos invadir por el Paráclito, el Consolador, Defensor y Protector que nos guiará hacia y por el único y verdadero Camino, Verdad y Vida, que es nuestro Señor Jesús.

San Agustín decía: Señor, que allá dónde hay odio yo ponga amor; Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón;que allá donde hay discordia, yo ponga la unión; que allá donde hay error, yo ponga la verdad; que allá donde hay duda, yo ponga la Fe; que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza; que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz; que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. 

Y una señal de nuestro seguimiento es el dar testimonio. En ello manifestaremos que nos esforzamos en seguir y vivir en el Señor. Se notará en que nuestra vida se convierte en un signo testimonial de la Palabra de Dios, pero, ello, exigirá sostenernos en el Señor y vivir en su presencia. ¿Cómo? 
a) en la reflexión diaria de su Palabra y el esfuerzo por, cada día, vivirla en los acontecimientos que se suceden en nuestra vida.
b) estableciendo coherencia en y desde nuestra palabra y nuestra vida. Sólo cuando lo que se dice está estrechamente relacionado y vinculado a lo que se hace, la Palabra de Dios se hace presente en nuestra vida y da testimonio. Y llega y toca el corazón del otro.

Hagamos que esta promesa se cumpla y abramos nuestro corazón para acoger al Paráclito: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio

domingo, 21 de mayo de 2017

EL SEÑOR SE MANIFESTARÁ

(Jn 14,15-21)

Es una promesa del Señor: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Ese es el camino, seguir el mandato del Señor . Y para eso hay que tener fe, mucha fe. Y no podemos hacer otra cosa sino pedirla e insistir hasta que el Señor decida dárnosla.

Confiamos en su amor. En el Misterio de su Amor, porque no lo merecemos ni podemos hacer nada para merecerlo. Sólo una cosa: "poner todo lo que nos ha dado en sus Manos, para que Él lo haga fructificar y convertirlo en buenas obras de amor". Y eso, por nuestra condición humana, se nos hace imposible. Estamos tocados y muy heridos y eso nos limita mucho.

Sometidos por nuestra condición humana; sometidos por nuestra pereza; sometidos por nuestras ambiciones y apetencias; sometidos por la envidia, la murmuración, la soberbia, el egoísmo...etc. Sometido por nuestra esclavitud de pecado y, en consecuencia, impedido para amarle, y menos amar a los demás a su estilo. 

Por eso, el Señor, sabiendo nuestras limitaciones, y por amor, nos promete la venida del Paráclito, el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo, que nos asistirá y estará con nosotros hasta el final para ayudarnos a superar todas esas dificultades y transformar nuestro corazón de pierda en un corazón de carne, disponible y apto para amar al mismo estilo de Jesús.

El Señor nos promete no dejarnos huérfanos y nosotros tenemos que poner toda nuestra confianza en Él. Creamos en el Señor y tengamos la firmeza de creer que nos llenará de toda la fuerza necesaria para cumplir con su mandato. Es decir, amarle y amarnos tal y como Él nos ama.

sábado, 20 de mayo de 2017

NO SOMOS DE ESTE MUNDO

(Jn 15,18-21)
Es fácil e incluso apetecible pertenecer a este mundo. Un mundo seductor que nos ofrece la posibilidad del éxito, fama, honores, riqueza, poder y placer. Un mundo que seduce y cuyo fundamento es ser mejor y más fuerte que el otro, para superarle y someterle. Un mundo competitivo en el que sólo el más fuerte alcanza la gloria y el poder. Un mundo que, a cambio, te ofrece bienestar y placer.

Sin embargo, Jesús nos habla de otro mundo y nos dice: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo». 

Jesús, nuestro Señor, va por delante. Él ha sufrido primero los embates de este mundo. Él ha sido odiado por el mundo porque no es de este mundo. También nosotros seremos odiados porque, ya nos lo dijo Jesús, el discípulo no es más que el maestro. Él, tal y como nos dice, nos ha elegido y nos ha sacado de este mundo, por lo que seremos odiado como Él. Pero también, como han guardado su Palabra, guardaran la nuestra.

El problema es el siguiente. Si somos tan desconsiderados, atrevidos e ignorantes de ir solos pensando en que solamente nos basta nuestras fuerzas, le ponemos al mundo nuestra alma en bandeja. El mundo nos engulliría rápidamente y muy fácil. Es el mayor disparate y necedad que podamos cometer por nuestra parte. Porque, sucede que no vamos solos. El Señor nos ha prometido la presencia y compañía del Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, que nos auxilia y dirige, a veces incluso cambiando nuestras torpes direcciones y proyectos, y llevándonos por caminos que conducen a la Verdad.

Sólo así, sostenidos en el Espíritu Santo, podremos vencer al mundo y superarle. Alejarnos de Él sería nuestra muerte y nuestra rendición entregándonos al mundo, que nos tienta y nos seduce. Dirigir nuestro camino por nuestras propias fuerzas es abocarnos al suicidio y ponernos en manos del Príncipe de este mundo.

Procuremos siempre caminar injertado en Él y vivir de acuerdo con su mandato del Amor. Es la fuerza que nos ayudará a afirmarnos y a sostenernos en este mundo sin pertenecer a él.

viernes, 19 de mayo de 2017

ÚLTIMA RECOMENDACIÓN

(Jn 15,12-17)
Se está acabando la Pascua y se aproxima la Ascensión del Señor. Son momentos de dar las últimas recomendaciones y el Señor nos va dejando claro el camino a seguir. «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». 

El Camino está trazado. Él es la Referencia. No se trata de amar como cada uno entienda y le guste o le apetezca. Se trata de amar como Él nos ha amado. Y eso se sabe siguiéndole, tratando de escucharle y leyendo su Palabra, el Evangelio de cada domingo en la Eucaristía. Él nos va trazando el Camino, la Verdad y la Vida. Y nos deja el Paráclito, el Espíritu Santo, para que nos asista, nos fortalezca y nos ilumine por ese Camino, Verdad y Vida.

No hay más caminos ni mandamientos. Sólo uno, apoyado en el Amor. Y experimentado en ese Amor que Él nos dedica y nos da a cada uno de nosotros. Esa es la razón por la que, también entre nosotros, tenemos que esforzarnos en amarnos al estilo como Él nos ha amado. Y experimentamos que no nos resulta fácil. Es más, se nos hace imposible, pero, sabiéndolo Él, no nos ha dejado solos, sino que nos ha enviado al Espíritu Santo, que nos acompañará y auxiliará en nuestra propia oscuridad iluminándonos y guiándonos por el camino verdadero.

Por todo ello, el Señor nos prepara, nos instruye y nos avisa de su pronta marcha. Y nos deja al Espíritu Santo, para que sigamos nosotros el camino de la Evangelización. Somos su Iglesia, fundamentada y apoyada en los apóstoles, los primeros cristianos y testigos de su Resurrección, a los cuales seguimos nosotros ahora como sus sucesores, presididos y asistidos por el Espíritu Santo e injertados en el Señor para proclamar la Buena Noticia de Salvación.

jueves, 18 de mayo de 2017

HACER LO QUE JESÚS NOS ENSEÑA E IMITARLE

 (Jn 15,9-11)
Él es nuestra Referencia, nuestro Camino, Verdad y Vida. No tenemos sino que permanecer en Él e imitarle. Y eso está dentro de nuestras posibilidades. De las posibilidades de todos los hombres y en la medida de nuestras capacidades y talentos. Se nos ha dada libertad y capacidad para discernir y, unidos, sirviéndonos los unos a los otros, podemos, injertados en Él y permaneciendo en su Palabra, corresponder libremente a ese Amor Inmenso e Infinito que el Padre nos tiene.

Jesús, el Hijo de Dios, nos ama también inmensamente como nos ama el Padre: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado».

El Evangelio de hoy es muy breve y conciso, pero muy profundo y claro. Recibimos un Amor del Hijo tal y como el Padre ama al Hijo. Y todo consiste en guardar sus mandamientos. Y en ese esfuerzo de guardarlos estaremos permaneciendo en el Señor. Porque, somos débiles y frágiles a caer y defraudar al Señor. Y, por tanto, a alejarnos. El peligro es el diablo, que nos tienta y nos debilita, seduciéndonos con las cosas del mundo.

Pero, el Señor no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas y, siempre, nos deja la puerta abierta para que nos levantemos y regresemos, como el hijo pródigo, a la Casa del Padre. Para y por eso nos ha dejado el Sacramento de la Penitencia, para levantarnos y, humildemente, arrepentidos de todos nuestros fallos y pecados, emprender el camino hacia el Señor y permanecer unido a Él.

miércoles, 17 de mayo de 2017

VID Y SARMIENTO

(Jn 15,1-8)
Sabemos que el sarmiento da fruto en cuanto esté unido a la vid. Si deja de estarlo, se secará y no dará fruto. De igual forma, nosotros tendremos que estar unidos al Señor para dar frutos. Y estar unidos al Señor es dejarnos intimar por el Señor e injertarnos en Él. Tenemos que tener claro que sin el Señor nada somos ni nada podemos hacer.

Ese es el secreto, permanecer en el Señor. Sin embargo, también es lo difícil y la lucha de cada día. La pregunta es: ¿Cómo lograrlo y cómo hacerlo? ¿Qué hacer para permanecer en el Señor? Permanecer en alguien significa no perderlo de vista y estar unido a él, y eso consiste en tenerlo presente en cada instante de nuestra vida. Permanecer en el Señor significará estar unido a Él a través de los Sacramentos. De manera especial en la Eucaristía y la Penitencia, y con la oración, tanto personal como comunitaria.

Permanecer en el Señor significa perseverar en la unidad con los hermanos en la fe y, apoyados en el Espíritu Santo, participar en las tareas tanto apostólicas como asistenciales en la medida de nuestras posibilidades. Permanecer en el Señor significa escuchar su Palabra para tratar de vivirla y llevarla a la vida de cada día. Permanecer en el Señor significa que esa unidad con Él dé frutos, que por su Gracia, serán para su Gloria.

Permanecer en el Señor es tomar conciencia que sin Él no podremos hacer nada, y que necesitamos la constante oración para que, llenos de su Gracia, podamos crecer en el amor y la caridad. Y eso sólo se logra estando ahí, presente y en su presencia. Pidiéndoselo, pues nos lo ha dicho Él: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. 

martes, 16 de mayo de 2017

SÓLO EN LA PAZ ENCONTRAREMOS EL CAMINO

Hoy, Jesús nos habla de la paz, y nos la ofrece. Sin embargo, nos advierte que su Paz no nos la da como la da el mundo. Un mundo que la impone y la exige con condiciones, y, de igual forma la quita. Una paz establecida en la conveniencia y el interés. Una paz apoyada en la fuerza, la ambición y el egoísmo. Una paz frágil que vive expectante en la frontera con la guerra.

La Paz de la que Jesús nos habla es la Paz del amor. Una Paz que vive en el servicio, en la generosidad, en la justicia y que se desvive porque todos vivan en ella. Una paz capaz de soportar las vicisitudes del camino en la enfermedad, en los peligros, en las guerras del pecado y en la propia muerte de este mundo, pero que, unido a la Muerte de Jesús en la Cruz, triunfará y Resucitará a la vida. Porque la vida sólo se puede sostener en la Paz.

Una Paz que nace del dolor, del sacrificio, de la humillación y de su amor misericordioso al ser humano. Una Paz que brota del sufrimiento que el pecado origina en este mundo y que nos afecta a todos, y que termina con la muerte, para resucitar a la vida por el Amor de Dios. Una Paz que, tras el dolor y sufrimiento de la Cruz, Jesús, el Señor, nos deja, para que también nosotros pasemos inevitablemente por él y podamos sostenernos en ella.

Una Paz que, el Señor, nos la recuerda en cada una de sus apariciones a los apóstoles saludándolos con la Paz. Una Paz que será nuestro escudo de cada día para sostenernos en el amor ante los sufrimientos y adversidades de este mundo. Una paz que nos viene del Señor y en el que queremos seguir a cada instante de nuestra vida.

lunes, 15 de mayo de 2017

GUARDAR ES AMAR

(Jn 14,21-26)
Conviene tener los ojos bien abiertos y suponer que los peligros de nuestra vida están también ahí, delante de nosotros. Conviene no distraernos y no dejarnos seducir por los halagos y las cosas de este mundo, porque eso nos puede desviar y hasta olvidar de la meta y destino de nuestra vida. Injertado en Xto. Jesús nos ayuda a estar siempre expectante y en estado de alerta contra los peligros que tratan de seducirnos.

Eso significa que debemos orar y frecuentar los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. Eso significa que debemos estar apoyados y injertados lo mejor y más posible en la comunidad eclesial y frecuentar la parroquia y apoyarnos en ella. Eso significa que debemos integrarnos en la santa madre Iglesia para recorrer el camino de nuestra vida junto a ella. De esa forma nos sostendremos en el camino preservándonos de los peligros y seducciones.

Pero, sobre todo, caminaremos en, con y por el Espíritu Santo, que nos asistirá y nos enseñará y recordará todo lo que el Señor Jesús nos ha dicho. Por eso, más claro el agua, necesitamos ir y estar unidos, y caminar en la presencia del Señor juntos a los hermanos, y abiertos a la acción del Espíritu Santo, que nos ayudará a guardarnos, a cumplir y vivir en los mandatos del Señor. Y de esa manera le amaremos.

domingo, 14 de mayo de 2017

EN UN MUNDO ALBOROTADO Y DESESPERADO

(Jn 14,1-12)
Cada día este mundo nuestro está más descentrado y perdido. Se vive con mucha rapidez y alboroto. Las calles parecen ríos que llevan a las personas a desembocar en el consumo, en el disparate, en la materialidad, en la inconsciencia, en la despersonalización y en la desesperación a la muerte. Es un mundo donde la verdad queda atrapada en la oscuridad del sin sentido y la resignación.

Ante esta caótica situación, las Palabras de Jesús son un bálsamo de paz y esperanza: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». 

Sin ninguna duda, ¡qué maravilla y sensación de gozo y alegría! No se turbe vuestros corazones, porque no pasa nada. Yo estoy aquí, con ustedes y en la Casa de mi Padre caben todos. ¿Hay algún otro Mensaje más hermoso, más esperanzador y pleno de gozo y felicidad que ese? ¿Se puede decir algo mejor?  No hay ningún problema, salvo el de tener confianza y confiar en Él. La fe nos da ese billete para esa Mansión que Jesús nos prepara.

Y de sus Palabras deducimos y entendemos que Jesús es Dios y Dios es Jesús. Y el único y verdadero Camino es Él. Además nos confiesa que también es la Verdad y la Vida. No podemos perdernos en este mundo lleno de tipejos, no con desprecio ni mala intención, sino, simplemente, con marcado énfasis en la diferencia existente entre aquellos, que se erigen en sabios y conocedores de la verdad, sin ser capaces de entender de dónde han salido ni de aumentar un pelo de sus cabellos. Y sin autoridad ninguna.

Sólo Jesús nos señala el verdadero Camino, porque Él lo es, y nos da la autoridad y el poder de hacer lo mismo que Él para, en su Nombre, alumbrarnos y alumbrar el Camino, la Verdad y la Vida.

sábado, 13 de mayo de 2017

DELANTE DE NOSOTROS

(Jn 14,7-14):
Es verdad que ahora no le vemos, pero está espiritualmente delante de nosotros y se hace alimento para fortalecernos tanto físicamente como espiritualmente. Jesús es el Rostro de Dios. No por suposición de nosotros, sino porque nos lo ha dicho el mismo: «Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras». 

Quizás nos ocurra que no veamos, ni a Dios ni tampoco a Jesús. Quizás cualquier persona no acreditada de la autoridad necesaria nos deslumbra con sus palabras carente de toda credibilidad y sin ningún fundamento. La Palabra de Dios avala y fundamente a Jesús. Y Jesús avala y fundamenta a esa Palabra que lo envía. Él y el Padre están íntimamente ligados, de tal forma que quien lo ve a Él, ve al Padre. Así se lo dice en el Evangelio de hoy a Tomás.

Pero, por su hubiese dudas, Jesús, nos remite a sus obras. Sus Palabras van juntas y coherentemente  con sus obras. Lo que dice, lo hace. De ahí nace su autoridad, que otros no tienen. Y esa autoridad nos la regala y transmite también a nosotros: «El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago» (Jn 14,12). «Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Es impresionante saber que podemos hacer las mismas obras que Jesús. Posiblemente, ni lo hayamos pensado, ni tampoco estemos del todo convencidos, pero es así, porque todo lo que dice el Señor tiene cumplimiento. Quizás no falte fe, o no sepamos qué cosas debemos pedir y hacer. Lo que realmente prueba la necesidad que tenemos del Espíritu Santo, para que nos alumbre nuestro camino y nos indique su Voluntad.

A pesar de nuestras limitaciones y oscuridades tengamos, mirando a María, nuestra Madre, la perseverancia, la paciencia, la obediencia y la fe de creer en el Señor.

viernes, 12 de mayo de 2017

EN LA CASA DE MI PADRE HAY MUCHAS MANSIONES

(Jn 14,1-6)
Las Palabras de Jesús no pueden ser más halagüeñas y esperanzadoras: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino».

El Señor tiene Palabra de Vida Eterna, y todo lo que ha dicho y dice se cumple. En Jesús todas las profecías se han ido cumpliendo, hasta la Resurrección. También se cumplirá lo que nos ha dicho. Tenemos una mansión en la Casa del Padre preparada para nosotros por el Señor Jesús, que vendrá a llevarnos con Él. Nuestra vida es un camino lleno de esperanza que empieza su verdadera vida cuando termina la de este mundo.

Y conocemos el camino, que, precisamente, nos lo señala e indica Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida y nos dice cómo y por dónde debemos ir para estar preparados y expectante a su regreso. La primera medida que tenemos que tomar es estar a su lado. Y eso quiere decir que tenemos que estar en la Iglesia y en la comunidad, para fortalecernos y luchar contra las hostilidades y obstáculos de este mundo.  No es un camino fácil y necesitamos la fortaleza del Espíritu para superarlo.

El hombre está sometido e inficionado por el Maligno, rey de la mentira, que nos distrae, nos somete y nos infecta la inteligencia, para dominarnos y confundirnos, llamando al mal verdad y bien, y al bien y verdad, mal. Y llenando la luz de oscuridad y la oscuridad de luz, para llenarnos de dudas y escepticismo que destruyen nuestras esperanzas y matan nuestras aspiraciones trascendentes.

Nosotros gozamos de una gran ventaja respecto a Tomás. Sabemos por nuestra santa Madre Iglesia cual es el Camino, la Verdad y la Vida, y, de Él, no debemos desviarnos. Tengamos cuidado con las seducciones de este mundo y injertémonos en Xto. Jesús.

jueves, 11 de mayo de 2017

HACER Y SERVIR

(Jn 13,16-20)
No es el discípulo más que el maestro, lo que significa que la grandeza no está en ser más sino en servir. Y el servicio empieza por la humildad y hacerse pequeño, hasta el punto de ser el último para darse entero y hasta el final. Pero esto no consiste sólo en actividad de servicio, sino en aceptar las diferencias, la formas de pensar y también de vivir. Diríamos que servir es amar sin pedir nada a cambio ni tampoco esperar.

Y digo, ni tampoco esperar, porque la conversión es obra del Espíritu Santo que transforma nuestros corazones si se lo abrimos. Nosotros no podemos y sólo nos limitamos a tratar de amar, por y con la Gracia de Dios, y esperar los frutos que siempre los recogerá el Señor. Nuestra tarea es la de perseverar en el servicio mutuo poniendo siempre actitudes de concordia, de fraternidad, de justicia y de paz.

Y, ¿cómo perseverar? Acercándonos los unos a los otros y perseverar en la unidad, en la oración y, sobre todo, en la comunión, alimento que nos sustenta y nos mantiene fuertes y dispuestos a darnos por amor. Porque, cada Eucaristía nos debe servir para fortalecernos en el servicio y en la renuncia del amor. Cada Eucaristía nos debe ayudar y capacitar, injertados en Xto. Jesús, a amar como Él nos ama y a esforzarnos en morir a nuestros egoísmos y pecados para renacer al verdadero amor.

Igual no nos lo creemos; igual no nos sentimos con fuerza y voluntad para ir muriendo a nuestras vanidades, apegos, egoísmos, y tendemos a desmoralizarnos y a dejarnos llevar por la corriente. Igual las dificultades de la vida nos abruman y desistimos. Pensemos, ¿no le ocurrió a la Virgen eso? ¿No le ocurrió también a los apóstoles y a todos los que han tratado de seguir al Señor? Pues, también a nosotros, pues los discípulos no somos más que el Maestro.

Eso sí, sostengámonos fieles y perseverantes en el Señor para que nuestra vida sea capaz de, muriendo a sí misma, pueda dar frutos que alimenten y den luz a otros.

miércoles, 10 de mayo de 2017

EL ROSTRO DEL PADRE

(Jn 12,44-50)
Todos sabemos lo que significa representar a alguien. Estar en lugar del alguien y ocupar su lugar para hacer, por mandato, lo que esa persona haría. Pues bien, hoy Jesús nos dice que quien cree en Él, no simplemente cree en Él, sino que cree en el Padre. Y, de la misma forma dice que quien le ve a Él ve al Padre que lo ha enviado. Una vez más, el Señor nos alerta sobre su unidad e igualdad con el Padre.

Pero, también nos dice que quien no cree en Él, ni tampoco le sigue ni cumple sus mandatos, no será juzgado por Él, pues es la Palabra quien le descubre, le delata y le juzga. Todos sabemos como actuamos en la vida. Y también, indudablemente no lo ignoramos, lo que hacemos bien y lo que no. Sabemos de nuestros pecados y egoísmos. Y deducimos el premio que merecemos. Nadie ignora su conducta, pues de ser así quedaría absuelto.

¿Qué ocurre entonces? Algo así como si estuviésemos sedados y dormidos, y no nos diésemos cuenta de cómo vivimos y qué hacemos. Y, también, que mientras todo vaya bien, nos gusta y no queremos movernos de esa situación. Por eso la lógica de que a los ricos les costará más el cambio. Entendiendo por rico, no sólo aquellos que atesoran riquezas, sino los que viven bien, cómodamente instalados y la vida les va aceptablemente bien.

Salir de esas situaciones demanda esfuerzo y sacrificio. Y, posiblemente, no se hace si no nos vemos forzados al cambio, al movimiento, a la conversión. Por eso, toda conversión va precedida o acompañada de un encuentro, de una experiencia, de una salida de tu propio estatus o situación extrema. O de una búsqueda de la verdad, de una respuesta a tus interrogantes.

Abramos los oídos y dejemos que la Palabra de Jesús inunde nuestros corazones, que haga nido en ellos y nos vaya transformando, para que nuestro sentir y obrar vaya de acuerdo con su Palabra.

martes, 9 de mayo de 2017

REVESTÍOS DE HUMILDAD

(Jn 10,22-30)
Hay una condición imprescindible, la humildad, pues "la arrogancia acarrea deshonra; la sabiduría está con los humildes"- Pr 11,2 -. No podemos entender a Dios, y menos su Misterio. De entenderlo ya Dios no sería Dios, porque el hombre, su criatura, lo entiende y lo puede abarcar. Por lo tanto, lo normal y lo lógico es no entenderlo. ¿Cómo, pues, queremos creer en Él sin entenderlo? Es de sentido común que necesitamos la fe.

Y la fe es un don de Dios. Sólo la podemos obtener aquellos que Dios se la concede, y así poder creer en Él. Pero, se hace también necesario pedirla y confiar en que Dios nos la conceda. Ahora, se nos ha dicho por activa y pasiva que Dios nos quiere salvar, luego, también querrá darnos la fe, pues sabe que nos es imprescindible. Sin embargo, hay una condición: Dios exige para darnos la fe que seamos humilde, y mientras no estemos revestidos de humildad, la fe se nos resistirá.

Igual que vemos cuando se hace de día por la luz del sol. Se hace imprescindible tener los ojos abiertos para ver, pues, aun siendo de día, si los mantenemos cerrados, se hace la oscuridad y no vemos. De la misma forma, la fe es necesaria para creer y entender el Misterio de Dios. 

Y es la fe la que nos lleva a relacionarnos con Jesús y a mantener con Él una estrecha e íntima amistad, porque en ella descubrimos que nos ama y nos lleva al Padre. Las consecuencias de esta relación, durante nuestro camino en esta vida,  es la Vida Eterna junto a Él en la Casa del Padre.

Tratemos de preguntarnos menos, de querer alcanzar el fruto del árbol cuando está muy alto para nosotros. Y busquemos, humildemente, nuestra relación con el Señor en su Iglesia y por medio de los Sacramentos. En ella y en ellos encontraremos la respuesta a nuestra fe y, revestidos humildemente, alcanzaremos la fe para creer fielmente en el Señor.

lunes, 8 de mayo de 2017

BUEN PASTOR SIGNIFICA ESTAR DISPUESTO A DAR LA VIDA

(Jn 10,11-18)
No es buen pastor aquel que en la dificultad huye y abandona. El buen pastor es aquel que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Y esa confesión es la que hace Jesús en el Evangelio de hoy: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas».

Todos lo sabemos por experiencia propia. Todo asalariado está comprometido hasta cierto punto. No está dispuesto a dar la vida por la empresa, ni por los hombres de la empresa. Todos miramos nuestro bolsillo y nuestros intereses. Hasta llegamos a considerar que eso es lo normal. Ese es el problema del trabajo y la empresa. Cada cual mira para su bolsillo y para sus intereses.

Jesús, el Señor, nos habla de otra cosa. Él es el Buen Pastor y está dispuesto a dar la Vida por nosotros. Y, sabemos por su Palabra, las Escrituras y el testimonio de la Iglesia, que la ha dado. Y que continúa dándola cada día e instante de nuestra vida. Nos llama y nos ofrece pastos verdes y frondosos eternamente. Pero, no sólo a las ovejas de este redil, sino también a aquellas que, no siendo de este redil, son suyas y las busca para conducirlas y apacentarlas. Todo lo deja muy claro: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre». 

Estemos atento a la Voz del Buen Pastor, y acudamos pronto y obediente a su llamada, pues sólo en En y con Él encontraremos buenos y frondosos pastos. Él es el verdadero y único Buen Pastor que nos guía y nos lleva por el buen Camino, Verdad y Vida.

domingo, 7 de mayo de 2017

PUERTA Y MIRADA

(Jn 10,1-10)
Conocer la puerta por donde debemos entrar es importante, pero hay que encontrarla y eso implica tener buena vista y mirarla bien. Porque en nuestro camino mundano hay muchas puertas. Algunas, incluso, se te ofrecen prometiéndote felicidad y placer. El peligro está en saber discernir y mirar, porque sólo hay una buena, que guarda el verdadero y único Tesoro que realmente todos buscamos.

Jesús nos habla hoy de pastor y puerta, y, al respecto, nos dice: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas».  Todos sabemos que el que va por la vida ocultándose, escondiéndose y aparentando, no tiene buenas intenciones. La verdad y las buenas intenciones no necesitan esconderse, sino todo lo contrario. Buscar la verdadera puerta es expresión y manifestación de verdad, de buenas intenciones y de verdadero Pastor.

Jesús, aprovechando este ejemplo, se declara como el Buen Pastor: 
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Jesús es el verdadero Pastor, que nos cuida y nos protege y que nunca nos deja solo. Él camina delante de nosotros y nos guía y nos conduce a lugares donde hay buenos pastos y nos llenan plenamente. Él ha venido para darnos la Vida. Esa Vida Eterna que todos buscamos y que muchos, perdidos y encerrados a sí mismo, no encuentran.

sábado, 6 de mayo de 2017

FE Y PERSEVERANCIA

(Jn 6,60-69)
La promesa se cumple. En la primera lectura - Hch 9, 31-42 - Pedro, por obra y Gracia del Espíritu Santo, cura a Eneas, un paralítico, y resucita a Tobita, una discípula cargada de buenas obras. La Iglesia está en marcha y continúa esa labor encomendada por el Señor.

No es cosa nueva. Muchos abandonan el camino. Se resisten y no creen. en sus cabezas no caben las palabras que Jesús les dice. No entienden e ignoran que son humanos, y la carne no sirve para nada. Se corrompe y muere. Es el mundo al que nos abrimos y en el que morimos. La carne es camino de muerte. Sólo el Espíritu da Vida. Vida Eterna. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.

Necesitamos hacernos niños y abrirnos al Espíritu de Dios. Sólo así alcanzaremos la Misericordia del Señor en nuestro Señor Jesucristo. Por eso, Jesús nos dice: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre».  Y hoy ocurre lo mismo. Muchos cierran sus oídos y sus mentes, y endurecen sus corazones alejándose del Señor. Y otros son indiferentes a su Palabra. No nos debe de extrañar que a nosotros nos ocurra igual.. Nuestra palabra no es aceptada, y cuando les hablamos de Jesús somos rechazados.

Quizás, no somos lo más adecuado para predicar, pues nos reconocemos pecadores, pero no predicamos de nosotros, sino que presentamos al Señor y su Palabra. Él es el Camino, la Verdad y la Vida y es el Perfecto, el Predilecto y el Enviado. El Pan que da la Vida Eterna. 

Hagamos el esfuerzo de abrirnos a la Gracia, y a la acción del Espíritu Santo, y a poner nuestros corazones en sus Manos, para que Él los transformes en unos corazones suaves y limpios. Capaces de servir y amar.

viernes, 5 de mayo de 2017

COMER EL CUERPO Y LA SANGRE DE JESÚS PARA VIVIR ETERNAMENTE

(Jn 6,52-59)
En antídoto para no morir es comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor. Porque quien lo hace vivirá eternamente. Esto significa que, tras su muerte en este mundo, resucitará el último día. Y, comer y beber el Cuerpo y la Sangre del Señor significa participar de los sacramentos, en especial de la Penitencia y la Eucaristía.

Quizás, la pregunta que nos podamos hacer es: ¿Y dónde encontramos y podemos participar en esos Sacramentos? La respuesta está clara: En la Iglesia. Es en ella donde, junto a los hermanos en la fe, podemos celebrar estos Sacramentos, "Penitencia y Eucaristía", que nos fortalecerán en el camino y nos llevarán a la Vida Eterna. 

Y es que, Jesús lo deja todo muy claro: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.

También, aclara Jesús, y nos dice: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.

Ante esta declaración sólo queda un camino:  "fiarse de la Palabra del Señor y confiar en Él". Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. Ahora nos toca a nosotros responder a sus enseñanzas y creerle. Y eso lo demostramos siguiendo sus pasos y viviendo en su estilo. Es decir, amando. Hay muchos testimonios que nos transmiten que lo han hecho. Y es que el sello de Dios lo llevamos dentro de nosotros grabados en nuestro corazón. Y esa huella de amor nos descubre, precisamente, el Rostro de Dios del que nos habla el Hijo.