domingo, 18 de junio de 2017

JESÚS, PAN DE VIDA

(Jn 6,51-58)
El hombre necesita alimentarse. Su primera iniciativa es buscar la teta de su madre para mamar y alimentarse. Nadie le ha dicho nada, pero su instinto le lleva a pedirla con gritos. De la misma forma lo observamos en la naturaleza. El instinto animal despierta en él la búsqueda de la teta de la madre para saciar su alimento y sostener la vida. Otros, capacitados ya desde su nacimiento, buscan alimento o lo esperan de sus padres abriendo sus bocas a su presencia.

También el cristiano necesita alimentarse. Como hombre busca, al igual que los animales, el alimento material que lo sostenga. Pero, también necesita el alimento trascendente que le dé esperanza de vida eterna. Dentro de su corazón palpita un deseo, no sólo de felicidad, sino también de eternidad. Y sólo Jesucristo, nuestro Señor, responde a esas ansias de felicidad y eternidad. 

Pero, ¿dónde buscarlo y recabar ese alimento espiritual? Necesita la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor sacramentalizado bajo las especies de pan y vino. Hoy, precisamente, es la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y hoy celebramos ese Misterio de Amor por el que el Señor se ha quedado como alimento espiritual para fortalecernos y sostenernos en su camino: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». 

No podemos vivir la vida sin la presencia del Señor. Se hace imprescindible su presencia y su alimento. Nuestras ansias de felicidad y eternidad no responden a este mundo, porque en este mundo no podemos encontrarlas. Vivimos en un mundo caduco, donde todo está llamado a perecer. Sin embargo, dentro de nosotros hay una llamada a vivir, como ese instinto que, de muy temprano, nos impulsa a alimentarnos. Y esa Vida Eterna está en el Señor, que nos ha dejado su Cuerpo y su Sangre para alimento y fortaleza de nuestra alma.

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