sábado, 17 de junio de 2017

SIMPLEMENTE SÍ, O, SIMPLEMENTE NO

(Mt 5,33-37)
Cuando nuestra palabra se pone en duda, tratamos de poner a otros como testigos, y, en nombre de ellos, apoyar nuestra palabra. Algo así como si fuesen ellos los que certifican y dan valor a lo que decimos. ¿No vale entonces nuestra palabra? ¿En qué lugar nos ponen? ¿Acaso no decimos verdad que tenemos que recurrir a otros?

En el Evangelio de hoy, Jesús, nos dice: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: ‘No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos’. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

Basta nuestra simple y humilde palabra, porque la verdad prevalece y te da credibilidad. Más, si juras en falso, te condenará. Por eso, no debes poner a nadie por testigo de tu palabra. Y menos a Dios. Simplemente sí o, simplemente no, tal y como nos dice Jesús en este Evangelio de hoy. Con eso nos debe bastar.

He pensado muchas veces en eso, y, casualmente, el otro día tomaba conciencia de ello y daba gracia a Dios, porque todos se fían de mi palabra. Al menos los que me conocen, y los que no, en la medida que lo que digo guarda coherencia con lo que hago, también me dan su crédito. Es un gran tesoro gozar de la credibilidad de otros y saber que se fían de ti. 

Y me asombro, porque descubro que es un regalo del Señor, en el que me esfuerzo en poner toda mi confianza, y que premia tu sincero esfuerzo por decir y vivir en la verdad.

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