viernes, 15 de septiembre de 2017

ACEPTÓ SU PROPIA CRUZ

Lc 2,33-35
La Virgen María también acepto ser crucificada. Crucificada en el dolor de contemplar, a pie de la Cruz, la Crucifixión de su Hijo Jesús. Crucificada desde el momento que aceptó ser la Madre del Hijo enviado a salvar al mundo. Crucificada y advertida en la profecía del anciano Simeón: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Por eso es corredentora junto a su Hijo; por eso, junto a la Pasión de su Hijo en la Cruz, ella sufre con dolor todos esos momentos de pasión de su Hijo y contribuye con su "Sí" y entrega voluntaria al plan salvífico del Dios, a la redención de todos los hombres. Por eso, es señalada como Madre de todos los hombres al pie de la Cruz por su Hijo, nuestro Señor y Redentor.

Sufrimiento que se prolonga en experimentar la separación y división entre su pueblo, Israel, que origina la misión salvadora de su Hijo, que le lleva a la Cruz. María sufre el desgarro de su propia carne, su Hijo, nacido de su vientre y que contempla desgarrado en la Cruz. María tiene que aprender a no valorar a su Hijo según la carne, a pesar de haber nacido de carne -Ga 5, 24-. Porque, para resucitar con Jesús tenemos que despojarnos de todo aquello caduco, vicios y apetencias carnales.

Pero, el momento culminante es la Cruxifición. ¡Cuánto dolor al pie de la Cruz viendo a tu propio Hijo martirizado, desgarrado y destrozado crucificado en la Cruz! Un dolor inimaginable que no se puede medir ni soportar. Un dolor de muerte y de cruz, que, ella, la Virgen, supo soportar con obediencia, paciencia, perseverancia y entereza, confiada y apoyada en la esperanza y voluntad del Padre. Ejemplo para cada uno de nosotros, que apoyados en la fe, perseverancia y obediencia al Señor, podemos también soportar el dolor de nuestra cruz a lo largo del camino hacia la Casa del Padre.

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