jueves, 28 de septiembre de 2017

CURIOSIDAD Y PERPLEJIDAD

Muchas veces somos movidos por la curiosidad, y, por ella, descubrimos algo vital que cambia nuestra vida. Pero, también, puede ser un impulso que, saciado, o enfrentado a diversas dificultades, se desvanece y desaparece.En muchos momentos de nuestra vida no somos capaces de romper esa perplejidad a la que estamos sometidos, y dormimos nuestra vida en la duda y la confusión.

Herodes, nos dice hoy el Evangelio, quería ver a Jesús, pero le movía una simple curiosidad. Y cuando la causa no se apoya en otras razones que la curiosidad, suele ser débil y poco profunda. Se hablaba mucho de Jesús, y lo mismo ocurre hoy, pero esa fama, que al principio generó curiosidad para unos, hoy es motivo de persecución para otros.

El móvil debe ser otro. El encuentro con Jesús debe estar impulsado por una experiencia de salvación. Una experiencia de descubrirte pecador, necesitado de libertad y de romper las cadenas de la esclavitud donde experimentas que tu vida está encarcelada. Una actitud de superar tus buenos deseos de hacer el bien y experimentar que haces el mal. Un combate por amar y no amarte.

Es esa inquietud la que te lleva a encontrarte con Jesús. Un Jesús que pasa entre la gente haciendo el bien y curando todo tipo de dolencias. Un Jesús que habla de justicia, paz y amor. Un Jesús que promete la Vida Eterna. Un Jesús que responde a todos mis interrogantes, que subyacen dentro de mi corazón. Un Jesús, al que busco y le pido que me salve.

Esta reflexión debe plantearnos que actitudes me llevan a buscar a Jesús. Simple curiosidad o conveniencia que me deja en la mediocridad. Porque, si es así, mi relación con el Señor no trasciende ni echa raíces. Debe movernos una inquietud de reconocer en Él al Mesías que ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado.

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