lunes, 4 de septiembre de 2017

DESDE NUESTRA HUMANIDAD

Lc 4,16-30
Erre que erre, siempre miramos las cosas desde este mundo. Estamos encorsetados dentro de él y esclavizados a su yugo y a sus criterios. No podemos entender que sus Planes son otros y que no están sujetos a nuestra humana forma de mirarlos. Somos limitados y no entendemos nada fuera de nuestra propia humanidad. Seguimos viviendo con los ojos puestos en este mundo y buscando soluciones a nuestra felicidad en las cosas de este mundo.

La clave está en darnos cuenta que eso es muy normal. Aún no siendo de este mundo, estamos anclados en él y, por nosotros solos, no podemos escapar a su esclavitud. Necesitamos la Gracia del Señor para escapar a su yugo. No ven más, y Jesús, a su forma de ve, es uno más de su pueblo. El hijo de José y María. Y exigen pruebas y que les demuestre todo eso que se oye de Él.

¿No nos pasa a nosotros lo mismo? No estamos convencido de todo lo que oímos y leemos en la Sagrada Escritura. Estamos predispuestos a poner trabas y dificultades. Nos asedian las dudas, y son nuestros planes los que mandan en nosotros. Incluso, como Pedro ayer, le increpamos a Jesús para que los acepte. 

Y más si quien nos habla es alguien de nuestro pueblo y bien conocido. Nadie es profeta en su tierra nos dice Jesús: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio». 

Sucede así, y el pan de los hijos es ofrecido a los extranjeros, porque en ellos es mejor aceptado y recibido. Sucede también con nosotros y nuestras familias y pueblos. La Palabra se desprecia o no se valora y no se escucha, o se expulsa. Y es que desde nuestra humanidad no podemos entender a Dios. Hay que despojarse de todo aquello que nos contamina y nos impide entender el pensamiento de Dios. Y lo mejor es ponernos en Manos del Espíritu Santo.

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