miércoles, 20 de septiembre de 2017

JUSTIFICANDO LO INJUSTIFICABLE

Lc 7,31-35
Detrás de muchas justificaciones se esconde nuestra pereza, nuestra comodidad, nuestros vicios y egoísmo. Cuando algo nos incomoda respondemos justificándonos, y buscamos razones que, aparentemente, nos den la razón y justifiquen nuestras actitudes, posturas y protestas. Es el autoengaño, con el que acomodamos las situaciones a nuestra razón y gusto; a nuestra comodidad e interés.

El Evangelio de hoy nos descubre esa realidad soterrada y escondida bajo las apariencias religiosas, la disponibilidad engañosa y en propio autoengaño. Todo lo criticamos, pero siempre inclinados al lado de nuestros propios egos. Y nos damos cuenta, pero nos resistimos porque nos someten nuestros egoísmos. Nos resulta costoso y dura dejarnos convertir y ver todo desde el amor y el servicio. Cultivamos una amistad soterrada en el interés y la conveniencia.

Se hace necesario dejarnos transformar. Y eso exige mucha humildad, porque no vemos sino por nuestros ojos y nuestra razón, y todo aquello que no entendemos, o que no nos conviene, lo rechazamos. En el fondo nos oponemos a nuestra conversión. No nos dejamos curar nuestros corazones y quitar todo lo que tienen de piedras y durezas, para poner suavidad amorosa y misericordiosa.

Siempre encontramos razones para disimular y evadirnos, porque siempre hay fallos, defectos, pecados y ocasiones para dar razón a tus razones. Porque, escondes tu incomprensión, tu desamor, tu falta de compromiso, tu mentiras... Desoyen la Palabra y la apagan con sus mal intencionada critica, y por mucho que se les diga siempre encontrarán la forma de desobedecerla y criticarla con segundas intenciones.

Quizás conviene estar siempre en alerta, ser prudente y buscar circunstancias y espacios de discernimiento, para buscar y encontrar, bañados en humildad, la Verdad que nos revela el Espíritu de Dios.

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