viernes, 22 de septiembre de 2017

UN DÍA CUALQUIERA

Lc 8,1-3
En la vida del cristiano todos los días son diferentes, pero también sencillos y corrientes. Corrientes, porque no se trata de hacer cosas fuera de lo sencillamente común, sino vivir atentos a lo que se hacen cada día. Es decir, en el esfuerzo de hacer el bien. 

Un día es un tiempo para hacer el bien, y hacerlo de forma humilde y sencilla. Hacerlo con la buena intención de buscar el bien de todos aquellos que están a nuestro alcance. Y el bien es procurar acercarlo al Señor, bien con la palabra o con las obras. Porque el único bien es el Señor. En Él todo transcurre de forma sencilla y plena respecto al bien. El Evangelio de hoy nos describe esa actitud de cada día de Jesús: 

En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Es muy breve, pero su brevedad es profunda y da para mucho. Vivir en la cotidianidad con la entereza de hacer el bien, tratando de quedarte tú para el último lugar; atendiendo a todos con el mismo empeño si se tratara atenderte tu mismo;  Y eso lo podemos hacer en nuestras casas en las labores domesticas; en el trabajo con los compañeros; en el tiempo de ocio con los amigos y en nuestro paso por el pueblo o ciudad donde vivamos. Proclamar el Reino de Dios con nuestra palabra y nuestra vida.

Y observamos que Jesús, aparte de los doce discípulos, también iba acompañados por algunas mujeres. Mujeres que le seguían y le ayudaban con sus bienes en su proclamación de la Buena Noticia. Mujeres que abundan hoy en la Iglesia y en la que su papel es de gran importancia.

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