lunes, 6 de noviembre de 2017

HACER EL BIEN DE FORMA GRATUITA


Lc 14,12-14
Hay dos formas de hacer el bien, una, hacerlo porque interesa y, sobre todo, políticamente, favorecemos esto porque así obtenemos lo otro. Es lo llamado políticamente correcto, pero que no tiene que ver nada con lo justo y honrado. Actuamos así porque interesa y conseguimos nuestros objetivos. También, en el mundo de la economía, mercantil e intercambios, y, por supuesto, en todas clase de relaciones sociales, hasta  en el matrimonio y en las familias.

Las relaciones humanas están marcadas por el interés y beneficios. También en la captación de poder, elecciones políticas, y otras muchas formas en las que nos relacionamos e intercambiamos beneficios. Todo, diríamos, está marcado por la economía, de todo tipo, en general. Y eso, enmascarado en el amor es una hipocresía y falsa. Porque amar no es eso, y está muy lejos de esa forma de vivirlo e interpretarlo.

Experimentamos que en el fondo de nuestro corazón siempre hay interés a la hora de darnos. Me doy, pero, ¿qué recibo a cambio? ¿Aprecio, reconocimiento, honor, poder, influencia, estima? La máxima está en darte sin condiciones ni exigencias. Ni siquiera poner la mano para esperar o recibir algo. Todo debe ser dado con total gratuidad, sin esperar nada. Por eso, Jesús nos advierte y nos dice en el Evangelio de hoy:

«Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

Tratemos de dar a quien no pueda pagarnos. Quizás, la mejor forma de pagarnos es enderezar su vida y entregársela a Dios. No esperemos recompensa de este mundo, sino de Dios, que ya, dándonos la vida y la oportunidad de amar nos regala el gozo y la felicidad de experimentarnos dichosos y felices. Si a eso añadimos la promesa de la Vida Eterna, la felicidad es plena. 

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