jueves, 30 de noviembre de 2017

TAMBIÉN YO QUIERO SER PESCADOR DE HOMBRES

Llevo algún tiempo tratando de ser pescador, pero los resultados no son muy buenos, o, al menos eso me parece a mí. Hoy, al empezar esta reflexión, he pensado que para ser pescador, primero tengo yo que ser pescado por el Señor. Eso le ocurrió a Andrés, y también a su hermano Simón. Ambos fueron atraídos por Jesús y convertidos en pescadores de hombres. Y lo mismo ocurrió con Santiago y Juan.

Y es que es Jesús quien convierte y quien da el destino o la misión. Igual tú, como me sucede a mí, piensas y quieres ser pescador, pero el Señor te tiene asignadas otras tareas, también importante. Porque, no sólo se trata de pescar, sino también de arreglar luego ese pescado. Tu testimonio perseverante; tu trabajo pastoral o de servicio; tu entrega humilde y generosa, son también testimonios que enganchan y pescan a otros que ven tu entrega y tu servicio. Podría converger en que hay muchas formas de pescar.

Pero, lo verdaderamente importante es confiar en el Señor y estar en contacto con Él. Es la oración ese vehículo que nos sostiene y mantiene cerca de Él, y nos permite seguir el ritmo de sus pasos. Es la oración la que nos prepara para abrir, de par en par, nuestro corazón y dejar entrar plenamente al Espíritu Santo para que nos transforme en audaces y buenos pescadores de hombres. No con métodos ni conocimientos intelectuales, sino con obras y palabras que nos descubren al Señor y nos acercan a Él.

Porque, es el Señor el verdadero evangelizador que convierte a todo aquel que se abre a su Palabra con buena intención. Porque, es el Señor quien despierta en nosotros el deseo de amar tal y como Él nos ama si le dejamos. Nos ha permitido ser libres para decidir, y podemos permitirle entrar o no. Querer ser pescador de hombres es permitirle entrar. Andrés, junto a su hermano Simón, y a sus dos compañeros de faena, Santiago y Juan, abrieron sus corazones para que el Señor los transformara en verdaderos pescadores de hombres. Y, quizás, nosotros somos resultado, aunque indirecta, de sus pescas.

Abramos también nosotros el nuestro para permitir al Señor que nos cambie nuestro corazón de piedra por uno de carne, que sepa pescar y, por la Gracia del Señor, transformar otros corazones. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.