martes, 14 de noviembre de 2017

TENEMOS LA VIDA ETERNA

Lc 17,7-10
Hemos sido pagados ya de antemano. Tenemos la vida, y aspiramos a una Vida Eterna. Y estamos alegres, porque nuestra meta es la Resurrección gozosa y eterna. ¿Se puede pedir algo más? Y todo nos ha sido regalado, porque no merecemos nada. ¿Cómo y con qué cara podemos pedir recompensa?

Somos siervos que debemos hacer nuestro trabajo con alegría y entusiasmo, sin esperar ninguna recompensa, pues, ya, la vida es una recompensa. ¿O es que acaso hay que agradecer al siervo su trabajo para el que fue contratado y pagado? Está claro que debemos cumplir con nuestras obligaciones, que todos sabemos cuáles son, como es el respeto, la justicia, la verdad, lo bueno, lo honrado y el deber responsable con lo acordado y apalabrado.

El Señor nos trata como amigos, y como amigos, que conocemos todo lo que Él ha venido a hacer porque nos lo ha dicho, debemos continuar su misión y su obra. Por eso, constituido en la Iglesia, que el mismo fundó, los apóstoles, y hoy sus sucesores los obispos, continúan su misión gozosoza y alegre dándose gratuitamente, sin esperar recompensa ninguna. Pues, ya estamos pagados por y en el Señor.

Nada merecemos, pues todo lo que somos y hacemos nos ha sido regalado y dado para ponerlo en función de los demás. Así que ese es nuestro deber, sin esperar nada a cambio. Nuestra recompensa se actualiza cada día en la medida que trabajamos para el Reino de Dios, porque en él encontramos el gozo y la alegría de nuestra recompensa. Nos sentimos satisfechos y pagados al entregar nuestras vidas en correspondencia al amor que el Señor nos da gratuitamente y sin merecerlo.

Pongamonos en actitud de oración, porque es en la oración donde encontramos las fuerzas para vencernos y recibir esa sabiduría divina que, desde la humildad y la sencillez, encontramos el impulso y la fortaleza para continuar nuestra labor desinteresada y gratuita por amor.

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