sábado, 25 de noviembre de 2017

UN DIOS DE VIVOS

Lc 20,27-40
La resurrección es nuestra esperanza y se apoya en la Palabra de Dios. De un Dios de vivos, tal y como lo deja bien claro Moisés, en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán, de Isaas y Jacob por el que es enviado. Un Dios que permanece Vivo por generaciones y para siempre, pues de no ser así, sería un Dios que muere. Por lo tanto, ese es el fundamento de nuestra fe, la Resurrección del Señor.

Ocurre que nosotros, seres limitados y finitos, eternos por la Misericordia de Dios, queremos dar respuesta a los proyectos de Dios con los criterios de aquí abajo. Un mundo caduco y limitado. Y, claro, partiendo de criterios equivocados y limitados, llegamos a conclusiones erróneas. Distorsionamos la realidad de lo que ni siquiera imaginamos, porque nuestros pensamientos no son los de Dios.

No cabe en nuestra razón el pensamiento Infinito de Dios. No podemos imaginarnos la eternidad, ni tampoco como seremos o viviremos junto al Señor. Lo dejamos, confiados en su Bondad y Misericordia, en sus Manos, seguros que seremos eternamente felices. El Señor nos da un adelanto de como seremos en el Evangelio de hoy sábado. Nos dice que como ángeles e hijos de Dios, pues participamos de su misma Gloria y Resurrección.

Y no necesitamos más, porque experimentamos que nuestra razón es limitada y no abarca el Infinito pensamiento de nuestro Padre Dios. El Cielo, la Eternidad está en Manos de Dios, y sólo nos interesa saber que allí seremos felices y no habrá esos vínculos que hay aquí ahora. Ya nos advierte el Señor que nos avisa de que ha ido a prepararnos -Jn 14, 2- una mansión, que no podemos imaginar. 

Confiemos en su Palabra, porque en Él todo se ha cumplido y tiene Palabra de Vida Eterna. El Señor ha resucitado y en Él ponemos toda nuestra esperanza, porque, nuestro corazón palpita con latidos de eternidad, pues ha sido creado por Dios y para Dios, y sólo descansará cuando llegue a Él.

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