miércoles, 22 de noviembre de 2017

UN TIEMPO PARA RENDIR CUENTAS

Lc 19,11-28
Son los últimos momentos de la vida de Jesús en este mundo, y, repetidas veces, nos advierte, antes de su Pasión, Resurrección y Ascensión a los Cielos, de la necesidad y exigencia que tenemos de rendir cuentas de los talentos y cualidades que hemos recibido. Hoy nos lo dice con otra parábola: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio...(Lc 19, 11-28).

Al final ocurre lo mismo, hemos recibido unas cualidades y tendremos que dar cuenta de ellas. No cabe duda que cuando el trabajo se hace bien, los resultados son también bien. Es decir, si amamos contagiaremos amor, porque los hombres y mujeres de este mundo están hechos para amar. Todos buscamos amar y sabemos cuando no lo hacemos, o cuando nos buscamos a nosotros mismos. O cuando nuestra vida no está de acuerdo con nuestro corazón ni con nuestros actos.

A nadie se le esconde lo que está bien y lo que no lo está. Todos sabemos que la verdad es blanca, pura y sale a la luz, y la mentira se esconde en la oscuridad. Luego, quien vive en la verdad descansa y se experimenta en paz. Pero, quien se esconde en la mentira se percibe mal, se siente intranquilo y le invade la tristeza y desasosiego.

Todos hemos recibido cualidades. De una forma u otra nos ha sido dada nuestra onza de oro, que tenemos que poner al servicio de los demás. Guardarla o ponerla en función de mí mismo es egoísmo y sabemos que no está bien. Muchas veces lo haremos sirviendo a otros, y otras nos tocará a nosotros ser servidos en correspondencia de esos otros. Nuestra presencia siempre tiene un valor, bien para servir o bien para ser oportunidad para que otros sirvan.

La onza de oro siempre se cotiza al alza, pero, para ello hay que ponerla en el mercado. Y esa es nuestra exigencia y responsabilidad. Descubrir mi onza de oro me exige tiempo, esfuerzo y trabajo. Ese es nuestro compromiso. No puedo caer en la holgazonería, la comodidad y la pasividad. Hacerlo equivaldría a enterrar mi onza de oro. Y no puedo justificarme, pues he sido advertido. Tampoco puedo ampararme en el miedo y paralizarme. La libertad exige riesgo y búsqueda, y cuando se hace desde la fe y la confianza en el Señor, los frutos aparecen.

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