Lc 19,45-48 |
En adelante no hará falta hacer sacrificios: "Misericordia quiero y no sacrificios" -Mt 9, 13-, porque el único y verdadero sacrificio es el ofrecido por el Señor entregando su propia vida para redención de todos nuestros pecados. Jesús quiere significar y llamar la atención al verdadero templo, que no es de piedra. Y que destruido, Él lo reconstruirá en tres días. Porque, el Señor nos habla del verdadero y único Templo que es Él, y que vive dentro de cada uno de nosotros.
A partir de ahora, precisamente de su Resurrección, el Señor vive en nuestro corazón. Somos templos vivos del Espíritu Santo, y dentro de nosotros tenemos al Señor al que verdaderamente adoramos en espíritu y en verdad. Desde ese momento, nuestro templo va con nosotros a todas partes. Y si nos reunimos en un lugar concreto es por la necesidad de estar juntos y unir nuestras voces en una sola voz. La comunidad nos fortalece y nos sirve de apoyo y de defensa, y de verdadera ayuda y oportunidad para amarnos.
De tal forma que, si pecamos destruimos el verdadero templo que hay dentro de nosotros. Ya no basta con estar en el templo edificio. No se trata de estar o no estar; de adoptar una actitud silenciosa o no, o de una postura y vestimenta adecuada. Se trata de que, estemos en el templo edificio o no, el verdadero templo está en nuestro corazón, dentro de nosotros. Y, bien en la calle o en el templo debemos estar en la misma actitud de respeto con el otro, donde está el Señor, y tratarlo con debida compostura, ya sea de silencio o de atención a sus necesidades o compartir.
Adorar al Señor es reverenciarlo y amarlo hasta el extremo. Pero, eso se concreta en y con el prójimo, porque es allí donde también se encuentra el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.