miércoles, 1 de febrero de 2017

¿PROFETA EN TU PUEBLO?

(Mc 6,1-6)
Se hace difícil ser reconocido en su propio pueblo o ciudad. Allí, donde te conocen tus méritos no son valorados. Serás siempre el hijo de fulano o mengano, y tu labor será criticada. Más, sobre todo, si eres un hijo de un carpintero y de María, una mujer sencilla y humilde. Y es que la convivencia desnuda tu vida y los que la conocen no la valoran. 

A pesar de tus milagros y sorprenderse por lo que dices y haces, remitirán siempre sus criticas a tus orígenes y, en base a ella, no serás escuchado ni valorado. Por eso, dice Jesús: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio».

Jesús mismo lo sufrió, y tuvo que alejarse de su pueblo para ser reconocido y valorado. Allí siempre sería el hijo del carpintero y de María. Y a pesar de admirarse de las cosas que hacía, no podían olvidar que allí estaba su familia y parientes. Luego, ¿de dónde le viene este poder? Indudablemente, nadie es profeta en su tierra. Esa experiencia la vivimos todos y nos sucede a todos en nuestras propias familias. Incluso, muchos santos son criticados y rechazados en sus mismos ambientes.

Se intensifica más ese rechazo cuando esas personas destacan en sus trabajos o carreras. Reconocemos las criticas que hacemos a nuestros vecinos y amigos. Nos cuesta reconocer la labor de otro. Sobre todo cuando progresa. Es como un virus que tenemos dentro que nos sienta mal lo que de bueno y mejor tienen otros. Incluso, sucede dentro de la misma Iglesia. Es un veneno mortal la crítica que genera la envidia, la venganza y hasta la honra. Y se murmura y mata con la lengua para poner en tela de juicio la buena labor de otros.

Jesús sufrió ese escarnio con el que intentaron mermar su autoridad alegando que conocían su origen: Un joven, hijo de un carpintero y una humilde María. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Quizás tenga razón el Papa Francisco cuando llama terroristas a aquellos que murmuran, critican y extienden infundios. Tratemos de darnos cuenta y reconocer el valor de las personas sean de donde sean y pertenezcan a las familias que pertenezcan. Pues el Espíritu de Dios sopla donde quiere.