miércoles, 10 de enero de 2018

CENTRADO EN SU MISIÓN

Mc 1,29-39
Jesús sabe el por qué de su encarnación. Sabe a que ha venido y se prepara para ello. Está centrado en su misión y distribuye el día para realizarla. La oración es fundamental en su día a día, y luego viene la enseñanza y las obras. Posiblemente, mirándonos un poco, a nosotros nos falla la oración. Y lo digo expresamente por mí. No es que no rece, pero si importa mucho cómo rezo.

En algunas ocasiones he compartido que sufro al rezar. Sufro porque muchas veces me cuesta hacerlo y tengo conciencia de rezar un poco por cumplimiento. Me he confesado de ello varias veces. No es que sea pecado, pero sí manifestándolo delante del Señor como rogativa para que transforme mi oración. La oración es vital para fortalecer las obras de la vida. Sin ella nos ponemos en peligro de ser engullidos por el mundo. De cualquier forma, nuestro Padre valora nuestro esfuerzo independiente de que oremos bien o no. Importa la buena intención del corazón.

Pero, igual que la oración, tiene vital importancia la perseverancia. Rezar todos los días es fundamental. Hacerlo con el mayor esfuerzo de concentración y confiados que nuestro Padre nos ve, nos oye, nos escucha y nos atiende. Y nos dará lo que pedimos si es bueno para nuestra salvación, no porque sea bueno para este mundo. No buscamos el éxito aquí, sino que lo esperamos allá, junto al Señor para toda la eternidad.

La fe es la suma del esfuerzo diario en persistir y perseverar en la relación con el Señor. Es decir, en orar, y se lo hacemos estaremos manifestando que, al menos, queremos tener amistad con el Señor. Quizá no lo hagamos bien, pero nuestra buena intención queda transparentada por esa insistencia y perseverancia. 

Tratemos como el Señor de organizar nuestro día a día y hacerlo de tal manera que Él sea el centro de nuestra vida.

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