jueves, 4 de enero de 2018

TAMBIÉN A TI TE LO HAN DICHO

Jn 1,35-42
Posiblemente alguien te ha hablado de Jesús, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. O, quizás, en alguna misa has oído hablar de Él. Pero, ¿te has interesado en ver quien es, o en dónde vive? Hoy leemos este Evangelio y, quizás, lo leemos como algo lejano y que no va con nosotros. No pensamos que nosotros podemos ser esas personas que, señalándonos al Cordero Dios, no le sigamos ni le demos importancia.

El Bautista alertó a Andrés y a Juan a seguir a Jesús. Viéndole venir le señaló como el Cordero de Dios, e inmediatamente, Andrés y Juan se pusieron en camino tras Jesús. Querían conocerle y pasar con Él un rato; saber donde vivía y escuchar su Palabra. Puedes o, mejor podemos, situarnos delante de este pasaje como aquel que no tiene nada que ver con esto, o podemos identificarnos con Andrés y Juan y sentirnos interpelados y salir al encuentro del Señor.

Pero, ¿dónde? Tenemos su Palabra en el Evangelio, y tenemos a la santa Madre Iglesia, continuadora de su misión, a través, precisamente, de Andrés, Juan, Pedro, el hermano de Andrés, y otros. Ellos son testigos de su Palabra y también de su Resurrección, fundamento de nuestra fe. Y lo podemos encontrar personalmente en el Sagrario de cada templo de la Iglesia, y de forma más íntima, por decirlo de alguna forma, en cada Eucaristía. Allí podemos tomarlo como verdadera alimento espiritual y llenarnos de su Gracia.

Previamente, como nos ha dicho el Papa en su audiencia de ayer, tendremos que hacer un acto penitencial. No sólo el que hacemos al comienzo de la Eucaristía, sino más personal con un sacerdote, sacramento de la Penitencia, y disponernos a escucharle y a conocerlo mejor. Él nos atenderá gustosamente, nos llenará de su Gracia y nos confortará y fortalecerá para continuar, sin apartarnos de Él, la batalla diaria contra el pecado y el Maligno que nos acecha a cada instante.

Por lo tanto, no nos quedemos quieto e indiferentes, sino, a la voz del Bautista, salgamos también nosotros al encuentro del Señor, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

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