martes, 23 de enero de 2018

UNIDOS POR EL AMOR

La familia genera vínculos de sangre y eso, sin lugar a duda, une y ata. Las familias están unidas por vínculos de sangre, pero ese vínculo no es definitivo. Es verdad que realiza una fuerte atracción de unidad, pero no es suficiente. Hay familias rotas, a pesar de los vínculos, por la soberbia, por la envidia, por la ambición y el poder. Y eso enfrenta a sus miembros hasta tal punto que llegan al extremo opuesto, es decir, a odiarse hasta la muerte.

La historia se ha encargado de descubrir esta realidad y es muy frecuente ver a hermanos y familiares separados. Esto significa que los vínculos no son suficientes. Se necesita algo más, algo mucho más fuerte y poderoso. Y eso sólo es el amor. El amor nos mantiene, a pesar de las diferencias y pensamientos, unidos. Actúa como el pegue que nos sostiene unidos y que nos ayuda a superar todas nuestras apetencias e ideas diferentes. Nos hace humildes y nos fortalece hasta el punto de superar nuestras inclinaciones y deseos impuros y llenos de ambiciones.

Es ese el sentido que Jesús, en el Evangelio de hoy, le da a esa llamada que le envía su Madre y familiares. Se detiene en pensar que no son los vínculos de sangre lo que hacen su familia, sino todos aquellos que cumplen la Voluntad de su Padre. Deja muy claro que el vínculo fundamental que le une con su Madre es hacer la Voluntad de Dios. Y esa fue la opción que eligió María, su Madre, al ser anunciada por el Ángel Gabriel que había sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios.

Sus palabras fuero someterse humildemente a la Voluntad de Dios, porque para ser la Madre del Hijo, primero es hacer la Voluntad del Padre. También nosotros tendremos que elegir entre, hacer nuestra voluntad o hacer la Voluntad del Padre. Realmente, ese es el reto. Si queremos ser hermano de Jesús tendremos que decidir en hacer mi voluntad o hacer la del Padre. Y yo, Señor, quiero ser tu hermano, por eso, te pido que me ayudes a hacer la Voluntad de tu Padre.

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