sábado, 24 de marzo de 2018

SUS OBRAS TESTIMONIAN SU DIVINIDAD

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Jn 11,45-56

¡Qué Jesús es el Hijo de Dios, eso lo sabe todo el mundo! Al menos eso es lo que se desprende de las Sagradas Escrituras. Jesús ya no se puede esconder. Sus obras le descubren y le proclaman el Hijo de Dios. Nadie puede hacer lo que Él hace, y la vida, por la que todos suspiran, sólo la puede dar Dios. Luego, la Resurrección de Lázaro, amigo de Jesús, le anuncia y descubre como verdadero Hijo de Dios.

Todos lo habían entendido así, y muchos acudían a casa de María para ver resucitado a su hermano Lázaro por obra de Jesús, y creyeron en Él. Sin embargo, otros no quedaron tan convencidos y acudieron a contárselo a los fariseos y escribas. Estos, sintiendo amenazados su poder, por lo que dirían los romanos, si la fe en Jesús seguía creciendo, convocaron el Sanedrín y decidieron matarle.

Hay una cosa muy clara. Los judíos, tanto los que creyeron como los que no, habían entendido muy bien lo que Jesús había anunciado y revelado por mandato de su Padre. Fue enviado para eso, y esa buena Noticia de salvación fue perfectamente entendida. Otra cosa que no fuese aceptada por todos, y, encima, le costase la vida. Hoy, más de veinte siglos después, poco a casi nada ha cambiado el panorama. Se sigue persiguiendo a los cristianos, y con la misma virulencia y amenaza de muerte. Son muchos los que dan testimonio de su fe en muchos lugares del mundo (Chad, Corea del Norte, África, India, Pakistán...etc.), y otros los que padecen exclusiones e indiferencia que tratan de marginarlo en otros.

Posiblemente, las razones sean las mismas y las medidas a tomar diferentes. Mientras en unos lugares se trata de erradicar su proclamación y anuncio de la buena Noticia, en otros se persigue hasta dar la muerte. El denominador común es la Verdad. Una Verdad que estropea el negocio de los poderosos y el poder de los más fuerte. Una Verdad que descubre la ambición y el egoísmos de los que quieren someter a otros y esclavizarlos según sus ambiciones e intereses.

Si miramos el mundo observamos que detrás de todo esto, a menos que rasquemos un poco, descubrimos que se esconde la ambición y el egoísmo. Compartir y considerarnos iguales y hermanos, hasta el punto de soportarnos y servirnos es algo superior a nosotros. Experimentamos que interiormente lo deseamos, pero, también nos sentimos impotentes para vivirlo. Pero, el problema no se esconde en que no podemos, sino en que, sólo con Jesús podemos superarlo. Ese es el paso previo que tenemos que dar, "aceptar al Señor como verdadero Dios y verdadero Hombre.

Y no lo hicieron aquellos fariseos y escribas del Sanedrín, ni tampoco muchos de otros tiempo, incluido el nuestro, Quizás, hasta muchos dentro de la Iglesia confían en sus propias fuerzas, y ese es el error. Todo nuestro poder está y nos viene del Señor. En Él reside nuestra fuerza, y a Él tenemos que acudir con confianza filial de hijos que suplican su Misericordia.

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