lunes, 3 de septiembre de 2018

REALMENTE, ¿ESCUCHAMOS A DIOS?

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Lc 4,16-30
Bebemos agua de la fuente, pero la que entra dentro de nosotros es muy poca con respecto a la que queda fuera. Queda mucha agua afuera y no la podemos beber. Quizás nos ocurra algo parecido con la Palabra de Dios, preocupados y distraídos por las cosas del mundo, perdemos muchas cosas que nos dice el Señor a través de su Palabra. Nos fijamos en las apariencias, en los orígenes y en el perfil, pero no vemos más allá de lo meramente humano. Se nos escapa lo divino.

¿Acaso no es el mismo Dios quien nos habla a través de su Hijo? «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Está claro, anuncia a los pobres la Buena Nueva, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos. ¿Te encuentras tú y yo entre esos? Es decir, ¿somos pobres, estamos cautivos o ciegos?, porque de no ser así difícilmente podremos entender ese anuncio de Jesús, el Hijo de Dios. Necesitamos abajarnos, tener hambre, experimentarnos pobres, cautivos y ansiosos por liberarnos y llenarnos de humildad para, primero creer y confiar y luego, en la medida que nos abramos al Espíritu Santo, por su acción, vayamos entendiendo la Palabra de Dios.

Posiblemente, la viuda de Sarepta y Naamán el sirio tenían esa buena intención y unos corazones abiertos a escuchar y, a pesar de no entender nada de lo que les estaba sucediendo, accedieron a hacer lo que se les mandó, y la Gracia del Señor actuó sobre ellos. Entendieron por medio de esos signos que experimentaron. Quizás tú también los tengas, pero no los advierte ni los ves. Quizás tenga que abajarte y ser más humilde y confiar plenamente en el Señor. Él es el enviado, el Mesías y el Camino, la Verdad y la Vida.

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