miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA ESPERA EN MANOS DE DIOS

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Lc 19,11-28
Confiamos en su Palabra y esperamos su segunda venida. Pero, no se trata de esperar con los brazos cruzados ni de estar pendiente de esa venida. Vendrá cuando menos lo esperemos y no sabremos el momento ni la hora. Todo sucederá cuando suceda. 

Mientras tendremos la exigencia de comerciar con los talentos que hemos recibido. Talentos que no nos han sido regalados sino dejados en administración a cada uno para que los utilicemos en beneficios de todos, y sobre todo en el bien de los más necesitados. La parábola que Jesús nos plantea hoy nos deja claro lo que tenemos que hacer con lo que Él nos ha dejado. Cada cual tiene sus talentos o cualidades e, independiente de ponerlos en rendimiento, tenemos que emplearlos en el bien de los más pobres y necesitados.

Y la forma de hacerlo es la misma con la que lo hemos recibido. Si nos los ha dejado el Señor gratuitamente, también nosotros tenemos que ofrecerlos y dejarlos gratuitamente. No son nuestros, sino dejados en nuestras manos para el bien de los demás. Por lo tanto, nuestro trabajo debe estar en función del bien de los demás, sobre todo los más pobres y necesitados.

Observamos que dejada la mina, el Señor regresa y pide cuentas. Y vemos que el primero como el segundo producen frutos. Uno diez y otro cinco, pero el último trae la misma mina que ha recibido sin el esfuerzo de ponerla a rendir. La ha guardado por miedo a perderla y a la exigencia del Señor. Y ha recibido la condena por su holgazanería, por su indiferencia y pasividad. Estamos obligados a dar igual que hemos recibido. A repetir lo mismo que han hechos nuestros padres con nosotros. 

Tenemos unas cualidades que quizás otros no tienen. Unos quizá más que otros, pero todos debemos ponerlo en común para bien de todos. Entendemos que así el mundo iría mejor, sería más justo, viviría más en la verdad, habría más paz y, por supuesto, más amor.

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