domingo, 24 de marzo de 2019

NO HAY OTRA ALTERNATIVA


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Lc 13,1-9
Todos sabemos por experiencia que no hay otra alternativa. Nuestra vida está señalada y su final en este mundo es la muerte. Sin embargo, en este camino ocurren desgracia y tragedias que todos lamentamos y que provocan el final antes de su tiempo natural. Jesús hace referencia en el Evangelio de hoy a aquellos galileos que murieron bajo el poder de Pilatos o aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre Siloé matándolos.

Y nos advierte que a nosotros, que no somos mejores que esos que han sufrido esas muertes, nos ocurrirá lo mismo si no nos convertimos. Todos pereceremos en el fuego eterno si no nos tomamos en serio este camino ahora para convertirnos según la Voluntad de Dios. Un Dios que quiere nuestra conversión y nuestra fe en Él. Un Dios que busca cambiar nuestro corazón endurecido por un corazón humilde, suave, bueno y comprensivo. Un Dios que quiere que le imitemos porque de esa manera encontraremos la verdadera y única felicidad.

Y un Dios que, a través de su único Hijo, nuestro Señor Jesús, nos revela su Voluntad en esa hermosa oración que el Señor nos ha enseñado: ... y hágase tu Voluntad, y no la nuestra, en el cielo y en la tierra... Y la Voluntad del Padre es llevarnos a su Casa, como nos decía ayer en la parábola del hijo pródigo, y compartir su Gloria con nosotros en gozo y plenitud de felicidad para siempre.

Pero, esa Voluntad de nuestro Padre Dios necesita nuestra colaboración. Para eso, se nos ha dado la capacidad de decidir libremente y de abrir nuestro corazón a la Palabra del Señor. Eso espera el Señor de nosotros, y lo hace con una paciencia infinita. Espera que respondamos y que demos los frutos que Él espera de cada uno de nosotros. Nos lo dice al final del Evangelio de hoy con esa parábola de la higuera que estaba seca y no daba frutos. 

Nuestro Padre esta decidido a darnos otra oportunidad, todo este tiempo de nuestra vida, para que nos convirtamos y demos frutos. Aprovechemos el tiempo de nuestra vida para que no nos ocurra la mayor desgracia de no poder encontrarnos en la Casa del Padre.

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