viernes, 18 de octubre de 2019

SIN DIOS BRILLA LA OSCURIDAD

Por experiencia sé que en mi vida hay momentos de oscuridad y de desorientanción; hay momentos de flaqueza y también de fortaleza. Hay momentos de alegría, pero también de tristeza. Pero, a lo largo de mi camino he descubierto que sin Dios mi vida se llenaría de oscuridad y de sin sentido y, tal y como título esta reflexión, brillaría la oscuridad y la muerte.

Resultado de imagen de Lc 10,1-9Por fortuna, he ido descubriendo y experimentando que eso no es así. Es verdad que no puedo imaginarme un mundo sin Dios. Un Dios Bueno, Padre, y Misericordioso. Un Dios que llena plenamente mi vida, la llena de esperanza y le da sentido. Un Dios que me inunda de gozo y de paz eterna. La ausencia de ese Dios me sumiría en una total desesperanza, porque no entendería como podría sostenerse este mundo sin Él. No sabría comprender un mundo sin justicia, sin verdad, sin esperanza, sin respeto, sin...

Sería el caos, el vacío de lo absurdo y disparatado, la anarquía, que muchos quieren imponer para, revuelto todo, vivir en la oscuridad del pecado y del egoísmo. No han desaparecido Sodoma y Gomorra, están presentes también en nuestras vidas. No nos hace falta imaginar mucho, sino simplemente observar con atención y con agudeza de mira. En este contexto la necesidad de Dios se hace patente y muy necesaria. Diría, imprescindible. Sin Dios sería imposible vivir, sentir y experimentar el verdadero amor que late y vive dentro de nuestros corazones.

El ser humano, obra creadora de Dios, tiene en su corazón la huella del Amor de Dios y su inclinación es amar como Él nos ama. Otra cosa es la impureza que llevamos dentro originada por el pecado original, valga la redundancia. Ese pecado nos predispone a ser contaminados y heridos en nuestro amor. Nos cuesta amar y más de forma gratuita. Sin embargo, ese deseo de amar, que sentimos en lo más profundo de nuestros corazones, es irresistible y siempre está vivo en nuestros corazones. 

Por eso, necesitamos exteriorizarlo a otros y a otros lugares del mundo, porque, el hombre ha sido creado para amar y, si no lo logra se queda triste y enferma. Hoy, el Evangelio, nos descubre esa dimensión y vocación apostólica de proclamar y anunciar la Palabra de Dios. Es verdad que somos enviados como corderos entre lobos, pero lo hacemos por amor y apoyados en el Espíritu Santo. Él nos defiende, nos asiste, nos auxilia y nos protege. Nos da fortaleza y sabiduría para anunciar la Buena Noticia de Salvación y es garantía de éxito, a pesar de nuestra torpeza, nuestras debilidades y fracasos.

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