miércoles, 12 de noviembre de 2025

AGRADECIDO

Lc 17, 11-19

   El barrio estaba alarmado, se sentían inseguros y les aterraba la idea de sufrir acoso, o amenazas. Desde el atardecer y cuanto más ganaba terreno a la luz la oscuridad, el barrio parecía dormirse. Nadie se atrevía a salir a la calle.

     Aquella noche, sobre las veintiuna horas, Sebastián, uno de los miembros del barrio, se atrevió a salir a la calle. Se había propuesto acabar con ese miedo.

    «Así no se puede vivir» — pensó. «Prefiero largarme o incluso la muerte.» «Esta forma de vida es insoportable y hay que plantarle cara o morir».

   La gente del barrio, sobre todo la asociación de vecinos, se había planteado enfrentarse a esos macarras que vivían de las sustracciones que sacaban del barrio y del dinero que les robaban a los más asustados. Pero nunca se habían decidido a tomar medidas. Nadie daba el primer paso.

    Hoy, Sebastián, sin saber cómo, estaba en la calle dispuesto a enfrentarse. Experimentó una fuerza interior que le impulsó a retar a todos esos rateros.

    Paseaba por las calles de forma segura, desafiante, sin reflejar miedo. Su actitud firme y decidida hablaba por sí sola.

   «Estoy en mi barrio y tengo derecho a vivir en paz, sin amenazas ni hurtos» —Pensaba mientras avanzaba con paso seguro. En frente había un grupo de salteadores que se disponían a desvalijar a Sebastián y a ponerlo como muestra para todo el barrio.

   En esos momentos sucedió algo inesperado. Varios vecinos, impresionados por la valentía de Sebastián, salieron a la calle. A la vuelta de la esquina se le unieron y los del grupo amenazador empezaron a recular.

    En pocos minutos había desaparecido. El barrio había conseguido vencer al miedo y enfrentarse a los malhechores. Estos, observando la fortaleza del barrio, decidieron retirarse.

   Hubo fiesta y celebraciones. El barrio entero se echó a la calle y hasta la policía, algo sorprendida, hizo presencia.

   Mientras, solo una persona se había acercado a Sebastián para felicitarle y darle las gracias por su valentía y decisión. Casualmente, era uno que no pertenecía al barrio. Simplemente, pasaba unos días en casa de unos familiares.

    Aquella noche, a la hora de retirarse a descansar, sentado en su cama, Sebastián abrió su biblia y leyó: (Lc 17, 11-19):

   Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión …».

    La gente del barrio entendía que había recibido algo que les pertenecía.

  Sin embargo, ninguno había dado un paso hacia delante. Solo Sebastián había sido capaz de enfrentarse a la banda de bandidos.

  Nada estrecha más la mirada que no reconocer el bien gratuito que recibimos. Sebastián experimentó gozo y satisfacción personal.

    Aquello transformó su persona al recuperar la paz del barrio y un nuevo horizonte vital.

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