| Lc 17, 11-19 |
El barrio estaba
alarmado, se sentían inseguros y les aterraba la idea de sufrir acoso, o amenazas.
Desde el atardecer y cuanto más ganaba terreno a la luz la oscuridad, el barrio
parecía dormirse. Nadie se atrevía a salir a la calle.
Aquella noche, sobre las
veintiuna horas, Sebastián, uno de los miembros del barrio, se atrevió a salir
a la calle. Se había propuesto acabar con ese miedo.
«Así no se puede vivir» — pensó. «Prefiero largarme o incluso la muerte.» «Esta forma de vida es
insoportable y hay que plantarle cara o morir».
La gente del barrio,
sobre todo la asociación de vecinos, se había planteado enfrentarse a esos macarras
que vivían de las sustracciones que sacaban del barrio y del dinero que les
robaban a los más asustados. Pero nunca se habían decidido a tomar medidas.
Nadie daba el primer paso.
Hoy, Sebastián, sin
saber cómo, estaba en la calle dispuesto a enfrentarse. Experimentó una fuerza
interior que le impulsó a retar a todos esos rateros.
Paseaba por las calles
de forma segura, desafiante, sin reflejar miedo. Su actitud firme y decidida hablaba
por sí sola.
«Estoy en mi barrio y tengo derecho a vivir en
paz, sin amenazas ni hurtos» —Pensaba mientras avanzaba con paso seguro. En frente había un grupo de
salteadores que se disponían a desvalijar a Sebastián y a ponerlo como muestra
para todo el barrio.
En esos momentos sucedió
algo inesperado. Varios vecinos, impresionados por la valentía de Sebastián,
salieron a la calle. A la vuelta de la esquina se le unieron y los del grupo
amenazador empezaron a recular.
En pocos minutos había desaparecido.
El barrio había conseguido vencer al miedo y enfrentarse a los malhechores. Estos,
observando la fortaleza del barrio, decidieron retirarse.
Hubo fiesta y
celebraciones. El barrio entero se echó a la calle y hasta la policía, algo
sorprendida, hizo presencia.
Mientras, solo una
persona se había acercado a Sebastián para felicitarle y darle las gracias por
su valentía y decisión. Casualmente, era uno que no pertenecía al barrio. Simplemente,
pasaba unos días en casa de unos familiares.
Aquella noche, a la hora
de retirarse a descansar, sentado en su cama, Sebastián abrió su biblia y leyó:
(Lc 17, 11-19):
Una vez,
yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a
entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se
pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús,
maestro, ten compasión …».
La gente del barrio entendía
que había recibido algo que les pertenecía.
Sin embargo, ninguno
había dado un paso hacia delante. Solo Sebastián había sido capaz de
enfrentarse a la banda de bandidos.
Nada
estrecha más la mirada que no reconocer el bien gratuito que recibimos.
Sebastián experimentó gozo y satisfacción personal.
Aquello transformó su persona al recuperar la paz del barrio y un nuevo horizonte vital.
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