viernes, 14 de noviembre de 2025

PREPARADOS PARA EL DESENLACE

Lc 17, 26-37

      La ciudad estaba en fiesta. Nadie pensaba en otra cosa que no fuera divertirse y pasarlo bien, sin tener en cuenta a quienes, en medio del jolgorio, sufrían y lo pasaban mal.

    No había pausa: era una continua locura sin silencio, que solo cesaba cuando los cuerpos agotados caían en el sueño.
     El desenfreno de las pasiones iba rompiendo poco a poco la vida de aquellos que se mantenían ajenos a esa agitación.
    Rogelio reunió a los suyos y les pidió moderación y respeto. Los invitó a guardar las formas, a ser prudentes y a no olvidar que ese modo de vivir no conduce a ningún lugar.
 
    —Esto es insoportable —dijo uno—. Ni siquiera por las noches podemos descansar.
    —A mí me ocurre lo mismo —añadió otro—. Estoy pensando en marcharme de este lugar.
 
     Rogelio los miró con serenidad, levantó un poco la voz y respondió:
 
  —No desesperen. Todo tiene su fin. Nosotros sabemos cuál es nuestro camino y cuál nuestra esperanza. Tengamos confianza.
 —Pero es desesperante —gritó otro, con cierta rabia contenida—. Este bullicio, este desorden… La gente solo piensa en pasárselo bien y vivir como si ese fuera el fin para el que estamos en este mundo.
   —De acuerdo —replicó Rogelio—, pero nosotros conocemos lo que nos dice Jesús en Lc 17, 26-37. Y eso nos llena de esperanza.
 
   Hizo una pausa.
   Miró con ternura a todos y concluyó:
 
   —El final de este mundo no es sino el comienzo del verdadero. Aquí no termina nuestro camino: este tiempo es solo preparación para el definitivo. Por tanto, entreguemos nuestra vida en este mundo para ganarla en el otro, donde seremos eternamente dichosos.

   Se miraron unos a otros. Comprendieron que Jesús, como Hijo del hombre, tenderá una senda de salvación para los seres humanos, un camino de renovación y transformación de la realidad humana.
    Pero algo tiene que morir para dar lugar a una realidad nueva.

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