domingo, 7 de diciembre de 2025

NECESIDAD DE CONVERSIÓN

Mt 3, 1-12
    Su corazón estaba lleno de ideales que buscaban el éxito, los honores, la fama, el poder y la riqueza. Su afán diario era conseguir popularidad hasta el extremo de que por donde quiera que pasara fuera reconocido.

   Le molestaba que en la tertulia no le reconocieran sus privilegios de gran orador y de destacado tertuliano. Quería destacar y todo lo que le movía era distinguirse y ser notorio ante los demás.

   —Buenos días, señores tertulianos —dijo con alegría y una abierta sonrisa. Un día espléndido y una mañana llena de acontecimientos.
   —¿De qué acontecimientos hablas? —respondió Fernando. ¿Acaso sabes algo notable?
   —Mi presencia ya es notable, ¿no te parece? —dijo Felipe con un tono persuasivo y risueño. Por donde quiera que paso, cantan los ruiseñores y avivo el ambiente. Muchos esperan admirados escuchar mis palabras y propuestas.
    —¿Acaso piensas que te basta con tus conocimientos y tus habilidades? —intervino Manuel—, que escuchaba plácidamente.

    Le miró fijamente y con voz desafiante le dijo:

    —¿No crees que tu corazón está tan lleno de cosas de este mundo que no hay lugar para ti mismo, para tu propio conocimiento y para conocer de dónde vienes?
    —No necesito saber más, sino alcanzar más poder y riqueza. Ese es mi gran objetivo.
   —Sin embargo, sabemos que en el momento del sufrimiento profundo, en el momento de la última soledad, de la muerte, ningún seguro podrá protegernos.
Hizo una pausa y, con un tono cálido y suave, le invitó a reflexionar, advirtiéndole:
   —El único seguro válido en esos momentos es el que nos viene del Señor, que nos dice también a nosotros: «No temas, yo estoy siempre contigo». En Mt 3, 1-12, Juan el Bautista nos propone convertirnos porque está cerca el reino de los cielos.

    Su semblante se estremeció y, agachando su cabeza, adoptó una posición reflexiva dando un suspiro profundo y escondiendo su cabeza entre sus manos, tratando de encajar esas palabras que había escuchado.

   —Podemos caer —continuó Manuel—, pero al final caemos en las manos de Dios, y las manos de Dios son buenas manos.

   El ambiente se había contagiado de una atmósfera introspectiva que movió a Felipe a detenerse y mirarse a sí mismo. ¡Quizás tendría que hacer hueco a ese Niño Dios que viene!

    Convertirse durante el tiempo de Adviento supone ante todo atender lo pequeño: cuidar de los débiles y los enfermos; cultivar la amistad; contemplar y admirarse con la creación; practicar la solidaridad y la hospitalidad; reservar un tiempo tranquilo para orar y leer la Escritura o un libro de espiritualidad; conversar amigablemente con las personas; servir con sencillez allí donde uno esté, sin aspavientos y sin reclamar reconocimientos; quererse a uno mismo sin vanagloria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.