miércoles, 31 de agosto de 2016

A TODOS LOS LUGARES

(Lc 4,38-44)

No es cuestión de quedarse quieto y en casa. Hay que salir y proclamar por todas partes. Al menos en aquellos lugares que estén dispuestos a escuchar. Precisamente, utilizar este medio es una oportunidad única, y una bendición de Dios si se usa para fines buenos y beneficios de todos.

Por medio de este medio, la Palabra puede llegar, y de hecho llega a muchos lugares. Diría que a todas partes, y eso es una realidad que se refleja en los "comentarios y me gustas", y para lo que aprovecho de dar las gracias por sentirme arropado, confortado y animado por muchos de ustedes. Es la comunión de los santos, por lo que rezamos mutuamente para fortalecernos por la Gracia de Dios.

Hoy, Jesús, conmina a unos para que se callen y no le descubran que es el Hijo de Dios. Jesús no quiere presentarse de forma poderosa e irresistible. Jesús se nos muestra sencillo, pobre y, eso sí, misericordioso, porque es Infinita Misericordia, y, gracias a eso estamos vivos y sostenidos, e invitados al Banquete Celestial y Eterno. Jesús no quiere presionarnos ni forzarnos. Quiere tu confianza, tu fe y tu disponibilidad. Para eso recorre caminos proclamando la Palabra de salvación del Padre que lo envía.

Y nos dice que tiene que visitar otros lugares: La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.

De la misma forma, ¿tenemos también nosotros que proclamar su Palabra en otros lugares? ¿Y dónde? Quizás en esos lugares donde nuestras propias vidas nos han puesto: trabajo, familia, ciudad, parroquia, amigos..., o dónde nuestra vocación nos llama. Tratemos de responder utilizando todos esos talentos recibido que el Señor nos ha entregado.

martes, 30 de agosto de 2016

LA AUTORIDAD DE JESÚS

(Lc 4,31-37)

Jesús habla con total seguridad. Es el Hijo de Dios y se sabe enviado por el Padre. Sus Palabras son seguras, firmes y confiadas en la predilección del Padre. Y no se queda en la Palabra, sino que trasciende a la curación. En esta ocasión expulsa a un espíritu inmundo. Asombra y deja admirados a todos aquellos que le escuchan.

Jesús tiene algo diferente a los demás. Sus conocimientos no le vienen de estudios o preparación, sino de su propia Divinidad y de su conocimiento del Padre. Sabe lo que tiene que decir en cada momento y busca mover el corazón del hombre hacia su salvación. Porque ha venido a salvar, no a condenar. Sabe con que locura el Padre ama a los hombres, y conoce la misión que le ha sido encargada. Y voluntariamente, enviado por el Padre, asume esa misión, que cumple de forma admirable.

¿Tenemos nosotros la capacidad de asombrarnos como aquellos judíos contemporáneos de Jesús? ¿O, por el contrario, nos resulta indiferente hasta el punto que no le escuchamos? Ni que decir tiene que, para asombrarse, como ocurrió con aquellos judíos, es necesario primero escuchar y conocerlo. ¿Estamos nosotros en esa tesitura? Porque, quizás, lo primero que debemos hacer es ponernos en actitud de escucha y de acercamiento.

Sólo en atenta escucha podemos dejarnos asombrar por la Palabra de Jesús y admirarlo. Sólo se puede entender aquello que se conoce, y para entender y admirar a Jesús hay que experimentarlo y conocerlo. Y permanecer cerca de Él para, dejándonos tentar por sus Palabras, experimentar el gozo y la paz que buscamos, equivocados, en las cosas de este mundo. 

lunes, 29 de agosto de 2016

CONSECUENCIAS DE DECIR LA VERDAD

(Mc 6,17-29)


Bien es sabido por todos que vivir consecuentemente con y al hilo de la verdad comporta problemas y peligros. Posiblemente lo sabemos por experiencia, pero también por otros muchos que conocemos y que han llegado a entregar su vida por defender la verdad. Eso sucede a cada instante en el mundo de la fe. Son muchos los cristianos que mueren por confesar su fe y perseverar en ella.

Jesús, el Señor, murió y entregó su Vida por confesar la Verdad. Él, precisamente, es el Camino, la Verdad y la Vida, y su Palabra molestaba a todos los que querían vivir en la mentira. Tal como Herodías y su hija, y el mismo Herodes. Es lógico suponer que aquel día, cumpleaños de Herodes, el ambiente estaba rodeado de un perfume alcohólico y la euforia y apariencias yacían desenfrenadas y sometidas a las pasiones y egos personales.

Herodes cayó en la trampa, y obligado por su irracionalidad y promesa sentenció la muerte de Juan Bautista. Todo porque denunciaba el egoísmo y la mentira; las pasiones y el desenfreno; la ambición y el poder. Podía ser hoy mismo, porque, hoy, también mueren muchos porque hablan de verdad y justicia, y denuncia a muchos que se apoderan de la verdad con mentiras y someten a los pueblos con poder e injusticias. Está a la vista de todos.

Decir la verdad cuesta, porque decir la Verdad es hablar de Jesús. Porque sólo Él la defiende y la proclama. Entregó su vida de forma voluntaria por amor. No lo hizo por interés ni por poder o ambición. Sólo por Amor. Un Amor gratuito, desinteresado, sin contraprestaciones ni condiciones. Un Amor por ti y por mí. No por nuestro valor ni mérito, porque no valemos ni los tenemos, sino por Amor. Realmente, un Misterio que se renueva cada día en cada Eucaristía. 

Y en donde nosotros, en Él, podemos alimentarnos y llenarnos de su Gracia para confesar también la Verdad. Con nuestras vidas y palabras, conscientes de que, como Él, daremos Gloria al Padre y, en Xto. Jesús, resucitaremos para la eternidad.

domingo, 28 de agosto de 2016

MEJOR ÚLTIMO QUE PRIMERO

(Lc 14,1.7-14)

Nuestra natural inclinación es ocupar los primeros puestos. Siempre nuestros deseos son ser más que lo otros. Somos arrogantes, altaneros y soberbios, y nos cuesta ser menos o estar debajo de otros. Y cuando hacemos una fiesta y  confeccionamos la lista de invitados, lo hacemos por categorías e intereses, desechando a aquellos que nada pueden darnos. Todo lo contrario de lo que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, que nos exhorta a buscar los últimos puestos y a ser humildes.

Porque la humildad es el camino, y quien se humilla será ensalzado. Pero quien se ensalza acabará humillado. Y esto sucede en nuestro mundo de hoy. Hay una gran competencia por ser más. Yo más que tú, y esa actitud de arrogancia y altivez es la causa de muchas guerras familiares, amigos y compañeros. Guerras en empresas y sociedades comerciales porque yo quiero ser más que tú.

Y todo lo hacemos movido por intereses y contra prestaciones a cambio. No hacemos una fiesta sin ningún interés.  Todo está pensado para conseguir, a medio o largo plaza alguna prestación que nos convenga. Así está el mundo, lleno de favores e intereses. Y así se mueve la política y los gobiernos, mientras los ciudadanos sufren las consecuencias de los egoísmos de otros.

El sentido común nos dice que siempre hay otro más grande que tú, y que lo lógico y de buen gusto es actuar con prudencia, humildad y sencillez ante los demás. Porque, además, todo te ha sido dado, así que de nada puede sentirte meritorio. Y actuando con sencillez y humildad conseguirás mejores resultados, porque, como nos dice Jesús, serás ensalzado.

Y todo aquello que ha sido dado gratuitamente sin posibilidad de devolver, será recompensado en su momento y en su hora. Porque a nuestro Padre Dios no se le escapa nada.

sábado, 27 de agosto de 2016

¿DÓNDE ESTÁN TUS TALENTOS?


Es indudable que has recibido tus talentos. Dios, nuestro Padre no deja a ninguno desprovisto de ello. Incluso aquellos que no sirven para nada, que necesitan de otros para vivir y sostenerse, están para que, tú y yo, les hagamos participe de nuestros talentos. Igual nos sobran y son para ellos. De ahí la importancia de no enterrarlos, pues quedarían otros privados de sus utilidades.

Todos tenemos una misión que cumplir, y para ello hemos recibido unos talentos. Ahora, tendremos que descubrir cuáles y cuántos son, porque se trata de darlos y ponerlos en juego todos. No debemos guardar ninguno como medida de precaución, sino darlos en servicio todos. Esa es la exigencia y la misión que el Padre nos ha dado. No tengamos miedo, porque tampoco vamos a estar solos. El Espíritu Santo se ha quedado para eso, para auxiliarnos y fortalecernos en nuestro obrar.

Quedarnos quieto o utilizarlos para nuestro provecho y egoísmo es enterrarlos. Porque la finalidad de dárnoslo es para ponerlo en función de los demás y sacarlos a la luz. Se trata de derramar en el mundo todo lo que Dios ha puesto en nuestras humildes manos, para que el mundo sea mejor según y como quiere el Señor. Él ha venido a establecer su Reino, y lo hace en la medida que tus talentos, los que has recibido de sus Manos generosas, los pongas al servicio de los demás. 

Y eso incluye, no sólo a tus amigos, sino a aquellos que se siente lejanos, indiferentes a la Palabra porque no la conocen o no experimentan deseos de conocerla. Tus talentos están para trabajar ahí y derramar tu esfuerzo en terreno baldío, pero esperanzado en que surja la flor de la semilla que muere.

Sabemos, por medio del Evangelio de hoy, las consecuencias de nuestra apatía, de nuestro desinterés e indiferencia. Tienes talentos. Puede ser que sea uno sólo, o dos, o más. Pero Dios no te ha puesto aquí porque sobras, sino porque espera de ti unos frutos según tus talentos. No perdamos el tiempo y tratemos de descubrirlos y desenterrarlos si así estaban, y ponerlo a rentabilizar, aunque sea en el Banco.

viernes, 26 de agosto de 2016

PRUDENTES Y NECIOS

(Mt 25,1-13)

¿Dónde nos colocamos en este momento, en la zona prudente o en la necia? Esa es la pregunta que hoy nos plantea el Evangelio. Ser prudente es saber discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo bueno de malo. Eso supone y exige estar preparado y vigilante para no verse sorprendido.

Y de eso no habla hoy el Evangelio. Nos descubre la prudencia y la necedad. Jesús, el Señor nos describe la prudencia de unas vírgenes frente al descuido de las necias que descuidan toda prevención y cuidado. ¿ Cómo estamos nosotros ante esta actitud negligente y descuidada de las necias? ¿'Nos vemos con la misma actitud?  

La vida, nuestra vida, necesita aceite que la sostenga engrasada y la mantenga preparada, lista y disponible para salir corriendo al servicio de la llamada. Porque, nuestro aceite no es para nosotros sino para mantenernos despiertos y, respondiendo a la llamada, estar presente a la llegada del Novio y poder atravesar la puerta. Esa puerta estrecha a la que Jesús nos invita, para llegar, por medio de ella, a la puerta grande y verdadera que nos abre el Novio.

Es, a través del las vírgenes prudentes y necias, como Jesús nos habla de nuestras actitudes y negligencias. Nos advierte y nos señala el camino para estar preparados. La lámpara de nuestra vida, el Señor, tiene que estar siempre activa, encendida e iluminándonos constantemente. Y eso no depende de Él, porque por Él lo está, sino del regalo de nuestra libertad, que se nos ha dado para ponerla en Manos del Espíritu Santo y dejarnos guiar.

El Señor quiere nuestra colaboración, nuestra disponibilidad, nuestro sí, como el de María, y nuestra actitud vigilante y perseverante. Con la lámpara de nuestro corazón bien provista del aceite, la oración y la contemplación, que, en Jesús, nos alimenta y fortalece para sostenernos en una actitud constante y vigilante.

jueves, 25 de agosto de 2016

AMAR, AMAR Y AMAR A CADA INSTANTE

(Mt 24,42-51)

No se trata de estar inquieto, asustado o agobiado por la espera o la llegada del Señor. Se trata de esperarlo confiado y esperanzado en su Misericordioso Amor, que nos perdona y nos salva. Pero hay una forma concreta de espera, que no falla nunca y es la que el Señor espera que hagamos en nuestra vida. Se trata de amar.

Amar, amar y amar a cada instante. Que nos sorprenda amando. Y esto sucede cuando vivimos en el esfuerzo del amor. ¿Qué significa esto? Significa que amar no consiste en sentir, ni apetecer, ni gustar. Amar es un compromiso por el que tú o yo nos esforzamos en servir, en escuchar, en comprender, en perdonar y en ser pacientes. Y, quizás, muchas cosas más.

Amar es respirar inocencia, buena intención, ingenuidad, unidad, deseos de paz y concordia. Amar es construir justicia, fraternidad, generosidad, amabilidad y paz. Amar es perfumar con el olor de tu corazón todo el ambiente que te rodea y llenarlo de justicia, misericordia y fe. Para que cuando llegue el Señor te encuentre perfumando el ambiente con ese perfume de la marca "amor".

Y cada instante de tus instantes amas, si pones tu vida al servicio del otro; amas, si lo que te importa es ser luz, camino y bien para el otro; amas, si,  olvidándote de ti, te das para que el otro viva por ti. Y, el amor, no es heroico ni de grandes batallas, sino de pequeñas cosas que saben morir cada día para que el otro viva. Es un amor que se deja ver en tus esfuerzos misericordiosos, de justicia y de fe.

Amar es tomar a Jesús por modelo y, en Él, procurar vivir lo que Él vivió e hizo durante su tiempo en la tierra. Amar, al final, es silenciar tu vida y tus proyectos, y, dejándolos en Manos del Espíritu Santo, dejarte llevar para que Él te indique donde debes ponerla.

miércoles, 24 de agosto de 2016

VER PARA CREER

(Jn 1,45-51)

Sí, necesitamos ver para creer. La Palabra no nos basta, incluso la Palabra de Jesús. Es el caso de Natanael. Avisado por Felipe, duda de que de Nazaret pueda salir algo grande. Es nuestra forma de pensar con respecto a nuestros pueblos vecinos.

 Sin embargo, sólo con que Jesús le descubra que ya lo había visto cuando estaba debajo de la higuera, Natanael queda rendido a sus pies: En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

La vida, nuestra vida, está llena de sorpresas, pero la cuestión es descubrirlas y ver en ellas la sustancia, lo verdaderamente importante. Así como Natanael, hombre franco, sin dobleces de intenciones, quedó rendido a los pies de Jesús al advertir que le conocía y sabía de su vida. Así nos ocurre a nosotros también. como Natanael, Jesús sabe de ti y de mí, y conoce los pensamientos e intenciones más profundas de nuestros corazones, y nos habla y espera a pesar de nuestras sorderas y paciencias.

Se trata de levantarnos, de despertar, de escucharle y de dejarnos encontrar. Se trata de abrirnos a su llamada y, como Natanael, dejarnos sorprender y acoger por Jesús. Entonces nos llevará, como a Natanael, para la función que nos tiene reservada. Esa es nuestra misión y lo que ponemos en tus Manos, Señor, para que seamos capaces de descubrirlo y vivirlo según tu Voluntad.

martes, 23 de agosto de 2016

BUENAS INTENCIONES DE CORAZÓN

(Mt 23,23-26)

Cuando alguien tiene buena intención dentro de su corazón, eso se nota y sale afuera. Se transparenta y se ve. Es cuando entonces se oye: Es una buena persona. Y la esencia de que así sea no consiste en la ley ni en los cumplimientos, sino en la bondad de su corazón y la generosidad misericordiosa de sus actos.

No eres bueno porque cumples, sino porque eres generoso, solidario, justo y fiel. Y, no cabe ninguna duda, quien es así cumple con todo lo demás. Las leyes y cumplimientos son añadidura de la justicia, misericordia y la fe. Por eso, se hace necesario saber exactamente donde está la sustancia de la verdad y lo que es accidental o añadidura.

Todo lo que no vaya directamente al meollo, termina en apariencias e hipocresías. Porque la verdad es la que hace que el amor sea puro y limpio. Limpio por dentro y limpio por fuera. Porque siendo mentira, es decir, apariencia y falsedad, se ve, bajo una capa falsa de limpieza, limpio por fuera, pero lleno de herrumbre y corrompido por dentro.

No nos paremos en lo superficial y accidental. Ocurre muchas veces que discutimos si es legal esto o lo otro. Si hay que rezar así o de otra forma. Lo verdaderamente importante es la justicia, la misericordia y la fe. Es lo que Jesús hizo y vivió entre nosotros. Y es lo que el mundo necesita. Porque quien es justo vive en la verdad y en la paz; porque quien es misericordioso, comprende, se compadece y perdona, y quien cree en Jesús, está sostenido por la fe y no se derrumba.

Pidamos esa Gracia y que sepamos discernir que es verdaderamente importante para, descubierto, esforzarnos en cumplirlo.

lunes, 22 de agosto de 2016

RASTROS DE MUERTE

(Mt 23,13-22)

Hay quienes nos olvidamos que quien nos transforma y nos salva es Jesús. Él, el enviado por el Padre, es el Libertador y Salvador. Y será sólo Él quien dé y abra la puerta estrecha que conduce a la salvación. Por eso, pobres de aquellos que se erijan en salvadores y dirigentes de otros, y que impidan con sus exigencias y acciones obstaculizar la entrada y matar la ilusión de muchos que quieren acercarse al Señor.

En esta situación, la Iglesia ha cambiado mucho, y, a pesar de las disposiciones un poco ambiguas, pasivas e indiferentes de muchas personas que mal interpretan las palabras del Evangelio o no advierten que de lo que se trata es de un encuentro personal e íntimo con Jesús, el Señor, la Iglesia está siempre abierta y dispuesta a acercar, acoger y tratar de despertar esa inquietud y búsqueda de la fe.

En este sentido, el Papa Francisco, nos anima a cambiar las estructuras, a ser vías y medios para posibilitar ese encuentro con Dios por medio de Jesús y por la Acción del Espíritu Santo. En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ...

¡Ay de vosotros podemos imaginarnos que significado tiene. Nada halagüeño ni bueno. Mejor tener cuidado con ser obstáculo y barrera para que otro se desilusione o se desvíe por otros caminos contrarios a la Voluntad del Señor. Y lo somos cuando damos más importancia a lo insustancial, a lo accidental, a lo meramente ortográfico y literal. Es el espíritu de la letra y la misericordia del corazón la que debe imperar y mandar en nuestras vidas, porque es ahí donde mora el verdadero amor y donde nace la misericordia. 

Y es que Dios es así, y, por ser así, Infinitamente Misericordioso, nosotros tenemos esperanza de salvación. No porque tengamos ya pagado el rescate de salvación, sino porque podemos perderlo por nuestros pecados y debilidades si nos desviamos y apartamos del Señor.

domingo, 21 de agosto de 2016

LIMITARNOS A LUCHAR

(Lc 13,22-30)

Mientras hay vida hay esperanza. Y mientras hay vida estaremos también en peligro, porque hasta hasta el momento final, la muerte, la tentación nos puede sorprender. Estas Palabras de Jesús en el Evangelio de hoy nos inducen a pensar así: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».

Por eso, porque no sabemos qué puede pasar, necesitamos estar vigilantes y preparados. Y en constante esfuerzo para entrar por la puerta estrecha. Es la puerta que exige paciencia, escucha, comprensión y mucha humildad. Es la puerta que siempre está abierta, pero que nuestra humanidad pecadora levanta una muralla que se hace difícil de superar. Es la puerta por la que tenemos que entrar ligeros y despojados de todo aquello que contamina y nos impide atravesarla.

Necesitamos despojarnos de nuestra avaricia, de nuestra pereza, comodidades y egoísmos. Necesitamos fortalecernos para cumplir con nuestras responsabilidades y, sobre todo, ser humildes para, a pesar de vernos impedidos para atravesar la puerta estrecha, no dejar de esforzarnos y pedirle al Señor que nos ayude a superarla. Sólo en Él podemos lograrlo.

sábado, 20 de agosto de 2016

VIDA Y COHERENCIA

(Mt 23,1-12)

Nada de lo que hagas vale si no está avalado por tu vida. Sin coherencia entre tu vida y tus obras, tu palabra se evapora y se volatiliza. Nada llega y convence sino lo respalda la vida. Por lo tanto, toda proclamación necesita de la vida.

El Evangelio de hoy deja claro este principio evangélico, valga la redundancia, «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”».

La vida es realmente vida cuando el amor, que transparenta se hace vida en tu propia. Porque la vida se concreta en tus obras y en tus palabras. De modo que, si tus obras hablan una lengua diferente a tus palabras, la coherencia no existe. Y sin coherencia la vida no tiene sentido ni tampoco verdad. Y menos justicia.

Donde reina la mentira nace la incoherencia y la hipocresía. Así era la de aquellos escribas y fariseos que gustaban ser llamados maestros, y ser vistos como hombres piadosos, buenos, ocupar los primeros puestos en los banquetes, ser halagados, reverenciados y presidir los lugares de honor.  Buscar ser los primeros en las cosas de este mundo te llevará a los últimos en el verdadero y eterno.

Busquemos los últimos puestos, los de aquellos que se esfuerzan en servir, en igualarse como hermanos, pues tenemos el mismo Padre, y sólo en Él encontraremos respuestas que nos descubren el verdadero camino de salvación.

viernes, 19 de agosto de 2016

LA LEY Y LOS PROFETAS

(Mt 22,34-40)

Los judíos estaban aferrados a las leyes. Leyes que regulaban sus vidas y que consistía en la práctica de muchas leyes, que ordenaban y sometían sus vidas. Saber cuál era la primera era vital y de suma importancia. Porque debería estar claro cuál era la que regía la vida de todo judío.

Un fariseo, experto en leyes, queriendo comprometer a Jesús y con la intención de atraparlo le pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».

Toda la Ley y los Profetas están contenidos en estos dos mandamientos, que se funden en uno. Y no hay más, porque todas las demás leyes están contenidas en estos dos. Es decir, quienes los vivan y los lleven a sus vidas, estarán cumpliendo todos los demás establecidos. Porque el amor es la plenitud de la ley.

Sería bueno dejarlo aquí y pasar por nuestro corazón esta reflexión. Quizás lo mejor es que escribas en tu corazón lo que te sugiera y te diga esta reflexión sobre las Palabras de Jesús respecto a la pregunta de aquel fariseo, o dejando tu comentario al respecto. Porque compartir nos fortalece, nos compromete y nos ayuda a avanzar.

jueves, 18 de agosto de 2016

MIRA EN EL BUZÓN DE TU CORAZÓN, ESTÁS INVITADO

(Mt 22,1-14)


A veces pasamos por la vida sin darnos cuenta. Vivimos muy deprisa e injertos en distracciones, vicios y comodidades y satisfechos de nuestros apetitos y apetencias. Sobre todo si la vida nos va bien. Nos parecemos a ese hombre que teniendo una gran cosecha pensó en hacer unos graneros más grandes, y resuelto su problema económico, retirarse a banquetearse gozosamente.

Pero la vida nos advierte en cualquier momento, y nos descubre que en el buzón de nuestro corazón hay una invitación irresistible e irrenunciable. Se trata de la solución a todos nuestros problemas y del seguro que todos deseamos encontrar. Sin embargo, seguimos distraídos y viviendo alegremente hasta el punto de rechazar la invitación de lo que realmente buscamos por caminos equivocados.

Hoy, Jesús, el Señor, nos habla de esa realidad. Estamos invitados al Banquete y Gozo Eterno, pero hacemos oídos sordos: El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron.

Todavía resuena en nuestros oídos esa invitación, y continúa resonando. Hay muchas oportunidades a lo largo de nuestra vida que nos llegan esas invitaciones: catequesis, reflexiones, funerales, comuniones, bautizos...etc. Son oportunidades en las que oímos hablar de esa invitación, pero que ni siquiera prestamos atención. Es la pura realidad lo que sucede hoy y ahora mismo, y que nos debe servir para hacernos pensar. Es una Palabra viva que habla directamente hoy también.

Pero, ¡¡¡cuidado!!! no consiste en simplemente asistir al Banquete, es necesario llevar el vestido adecuado. Es decir, revestidos de la Vida de la Gracia.

miércoles, 17 de agosto de 2016

INVITADOS A LA VIÑA DEL SEÑOR

(Mt 20,1-16)

Nos creemos con derechos, y muchos derechos por pocos deberes. Y protestamos cuando creemos que nuestros derechos han sido violados o incumplidos. Medimos la justicia según nuestra razón y pensamos que así debe ser en todos los estados. Nuestra ignorancia llega a tal extremo que nos creemos hasta dueño de nuestro devenir.

Todo nos ha sido regalado y nada nos pertenece. Vivimos porque el Señor, Dueño de la Viña, nos sostiene y a Él corresponde todo. Por nuestros méritos no tendríamos esperanza, pues sin la Misericordia de Dios, estaríamos todavía esperando la redención y nuestra esperanza sería vivir en este valle de lágrimas hasta el momento de nuestra muerte sin más. Algo parecido a los que muchos se apuntan cuando rechazan la llamada del Señor.

Hoy, quizás nos pueda servir y hacer reflexinar, el Dueño de la Viña nos llama de nuevo, y nos contrata para que vayamos a su Viña a trabajar. A unos nos ha encontrado de buena mañana y nos ha llamado; otros hemos sido avistados al medio día, y otros más tarde. Pero todos hemos sido invitados a trabajar en la Viña del Señor. Y debemos de dar gracias porque hemos sido aceptados en su Viña.

Sin embargo, nos molestamos porque, el Señor, ha pagado a los útimos avisados lo mismo que a los primeros. Nos molesta que haga lo que quiera con su dinero. ¿Acaso no es el Dueño? No te ha dado lo que ha acordado contigo? Luego, ¿por qué te sienta mal que a otro, aunque haya llegado más tarde, le pague igual que tú? ¿No adviertes que tu justicia no es la misma que Dios? ¿Y no descubres que por la Misericordia de Dios, no mereciéndola, tú estás salvados? ¿Todavía te parece mal que Él haga con otro lo que hace contigo?

¡¡¡Señor, dame la humildad de aceptar tu Misericordia y de saberme tratado justamente!!! Porque Tú eres la Justicia Infinita y Perfecta, y porque, Tú eres el Amor generoso que das, sin pedir nada a cambio, por Amor.

martes, 16 de agosto de 2016

UN DIOS LLAMADO RIQUEZA

Mt 19,23-30)

Hace unos momentos, precisamente cuando iba a la Eucaristía, observé a una persona, aproximadamente de unos ochenta y más años, junto a la ventanilla de la once. No cabe duda suponer que trataba de adquirir algún número para el sorteo millonario de este día. La atención a este hecho no es otra que la relación con el Evangelio de hoy. Dios y las riquezas.

Muchas personas, independientes de la edad, tienen el corazón ocupado por un dios diferente al Dios que nos llama y nos ofrece la salvación en su Hijo Jesús. Un dios que ofrece riquezas y desplaza al Dios verdadero que nos ama. Un corazón tomado casi al completo para el dios riqueza y apenas un pequeño rincón para el Dios del amor. Es triste e incomprensible, pero es la penosa realidad.

Porque ese dios riqueza es un dios engañoso, falso y caduco. La riqueza no garantiza la vida, ni tampoco la felicidad. No por tener mucho dinero, bienes y poder puedes aumentar un milímetro el tamaño de tu pelo, ni tampoco alargar un segundo tu vida. Todo lo que ofrece ese dios riqueza está llamado a terminar. Y un dios que tiene sus días contados es un dios que no vale ni merece la pena.

Me quedé pensativo y reflexivo ante estas actitudes de personas que, incluso en las postrimerías de sus vidas, cuando no tienen tiempo de disfrutar si quiera de la riqueza, siguen sometidos y ambicionándolas. Y es que una vez cogido y esclavizado no te liberas fácilmente. El tiempo es oro y el alejarse de la Verdad oscurece tu vida de tal forma que, despejarla y limpiarla para ver la salida se hace arduamente difícil. Y con el tiempo el corazón se endurece y oscurece más.

La consecuencia es que no se puede tener dos dioses, porque uno será falso y otro verdadero. Sólo un Dios es verdadero, y eso está claro: El Dios de la Eternidad, que nos ha revelado nuestro Señor Jesucristo, y que Él mismo con su Vida, entregada voluntariamente en una muerte de Cruz, ha dejado patente y claro que nos ama hasta la muerte, y que se ha dado para nuestra salvación. Una salvación eterna, que no acaba y que está llena de plenitud y gozo. 

lunes, 15 de agosto de 2016

TÚ TAMBIÉN ESTÁS LLAMADO AL CIELO



La Asunción de María a los Cielos marca un tiempo de esperanza y de resurrección. Ella, elegida Madre del Mesías prometido, ha sabido en todo momento responder a la Voluntad del Padre disponiéndose y entregada a cumplir lo indicado. Ella, en comunión con el Espíritu Santo, ha seguido las indicaciones, junto a José, el esposo elegido como padre adoptivo de Jesús, que el Espíritu les iba marcando.

Ellos, con el Niño, han huido a Egipto; ellos, respetando todos los tiempos del crecimiento de Jesús, guardaban todas esas cosas que les sucedían en sus corazones. También, tú y yo, como María, hemos sido elegidos para una misión: También, tú y yo, tenemos un camino que recorrer  y una misión, de acuerdo con la Voluntad de Dios, que cumplir. También, tú y yo, no entendemos muchos momentos de nuestra vida y se nos nubla el horizonte de nuestro camino. ¿Qué hacer?

Quizás, Jesús, se esconda para dejarnos en el camino con su Madre. Ella sabe guardarlo, sostenerlo y recorrerlo. Ella sabe de la presencia constante de su Hijo y de cómo pedirle que nos sostenga en su fe. Ella nos enseña a vivir en silencio, a ser dócil y a escuchar la voz del Espíritu que nos guia. Ella es reducto de pecadores y desamparados perdidos en el camino de la vida y desorientados sin saber a dónde acudir. Ella es la Madre. La Madre ascendida al Cielo que espera a sus hijos. A todos esos hijos, que su verdadero Hijo, les dio desde la Cruz en los últimos instantes de su vida.

Pidamos, por intercesión de la Virgen, Madre de Dios, que desde el Cielo, ruegue por nosotros para que, como Ella, sepamos encontrar el verdadero camino para llegar, injertados en su Hijo, Jesús, al Cielo junto a Ella.

domingo, 14 de agosto de 2016

EL BIEN Y EL MAL

(Lc 12,49-53)

El mundo es una mezcla del bien, pero también del mal. El pecado está presente en nuestra vida y nos tienta constantemente para que sepultemos la verdad. ¡Y claro!, la verdad molesta y es atacada siempre por el mal. Así hicieron con Jesús cuando defendió la justicia y la verdad, sobre todo en aquellos que la padecían y sufrían con las injusticias y mentiras de otros.

Por eso, seguir a Jesús será siempre una arriesgada situación. Y hoy, observamos que en nuestro mundo están muriendo cada día muchos creyentes por mantenerse fieles a su fe y por defender la verdad. Tanto es así que, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división». 

Y es que en todas partes hay gente que esconde la verdad, mira para otro lado y sigue la corriente de este mundo que vive su propio egoísmo, su mentira y su injusticia. Y así andan las cosas: hambre, abortos, injusticias, acosos, malos tratos, corrupción, persecuciones y mentiras. Por eso, levantar la voz, denunciar las mentiras y, desde la paz y el amor, exigir vivir en la verdad y la justicia conlleva persecuciones y riesgos que ponen en peligro tu vida.

Seguir a Jesús es caminar contra corriente. Eso es lo primero que un cristiano tiene que saber. Por si acaso, Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida, nos lo dice y nos lo deja claro. Pero también, no nos deja solos. Se ofrece a acompañarnos, a estar con nosotros en la lucha de cada día y a, en el Espíritu Santo, asistirnos, defendernos, fortalecernos y sostenernos firmes en la fe hasta su regreso para, en Él, gozar eternamente para siempre.

sábado, 13 de agosto de 2016

UN CORAZÓN DE NIÑO

(Mt 19,13-15)

La pureza es signo de limpieza, de inocencia y de buena intención. Un corazón puro es un corazón limpio que vive en la verdad y la justicia. Así son los corazones de los niños ingenuos, inocentes, sin malas ni segundas intenciones. Todo transparencia, sin hipocresías ni falsedades.

Son corazones nuevos, dóciles, limpios de toda impureza y entregados a ser moldeados como si de un alfarero se tratara. Un corazón de niño está fuera de toda responsabilidad y, lleno de inocencia, está preparado y dispuesto para se moldeado en la Voluntad de Dios. Parecernos a ellos es alcanzar el Reino de los Cielo, porque, Jesús, en el Evangelio de hoy nos lo dice: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos».

Y esa es la lucha interior de nuestro camino: "Transformarnos y convertir nuestro contaminado corazón, enfermo, viejo y herido, en un corazón parecido al de un niño, que, por la Gracia de Dios, sea convertido en un corazón nuevo según la Voluntad de Dios. 

Y para eso necesitamos ser dócil y sencillo. Humilde y dispuestos a dejarnos moldear como vasija de barro en manos del alfarero. Pidamos al Señor esa Gracia y abramos nuestro corazón con humildad y sencillez.

viernes, 12 de agosto de 2016

EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN

(Mt 19,3-12)

Normalmente no se entiende el matrimonio y la familia como una vocación. Normalmente se va al matrimonio impulsado por el deseo sexual y no por el deseo vocacional de responder a la formación de una familia. La prueba de que eso sucede hoy es la baja natalidad en los matrimonios de hoy. Todo se pospone a la idea de la buena vida, del gozo y placer.

Y los hijos son un obstáculo y una lata. Se construyen las familias sobre arena y no sobre roca. No es extraño que suceda lo que vemos. Las familias, apoyadas en el sexo y comodidad, arena movediza, se derrumban a la menor tempestad. Y se buscan otras parejas, otras fuentes de gozo y placer. Placer efímero y de poco tiempo, porque el sexo se gasta. No es un amor puro, sino placentero y egoísta que se gasta pronto y termina.

Lo que nunca termina es el amor ágape, el amor que se entrega, que se da y que su gozo nace del servicio y de buscar el bien de la persona amada. Y de la familia, los frutos de su amor. Y desde ahí, lo lógico es permanecer en ese amor y no repudiarlo. Porque eso es lo que nos dice el sentido común, no el sentido egoísta. Los hijos padecen y sufren ese egoísmo de sus padres. Porque no consiste en llevarse bien, sino en convivir bien reflejando esa entrega, ese servirnos y amarnos.

Se trata de que los hijos encuentre en sus padres la orientación, los valores, el respeto, la fidelidad y todas aquellas actitudes que dignifican al hombre y lo hacen más perfecto, mejor y más hijo de Dios. No cabe duda que el mundo sería mejor, porque el mundo lo componen familias. Ese debería ser la primer medida y la primera regla de los gobiernos:  Una educación dirigida, basada y apoyada en las familias, porque son ellas las que construyen y edifican los pueblos, las ciudades y las naciones.

No olvidemos ni miremos para otro lado. Tu separación y la mía es consecuencia de nuestro egoísmo y satisfacciones placenteras. Nunca del sentido común ni del derecho a la verdad y la justicia. Son simples auto engaños que queremos justificarlos distorsionando la realidad y la verdad.

jueves, 11 de agosto de 2016

LA CRUZ DEL PERDÓN

(Mt 18,21—19,1)

Podemos decir que los cristianos creyentes y comprometidos estamos en desventaja. En desventaja porque, a pesar de todo lo que nos perjudiquen los otros, estamos en actitud de perdonarles. No lo hacemos por obligación, sino por amor, correspondiendo así al Amor que Dios tiene para con nosotros. De tal forma que esa cruz que perdona la tenemos que cargar cada día.

No podemos, o mejor, no debemos responder con venganza ni con odio ni represalias a aquellos que nos han ofendido y perjudicado. Nuestra arma de ataque siempre ha de ser el amor. Y aunque a simple vista parece débil y frágil, es el arma más poderosa con la que se ganan las batallas y guerras más grandes. Eso no impide que podamos enfadarnos y hasta enérgicamente defendernos, pero siempre dominando nuestros impulsos violentos. La verdad y la justicia van de la mano y, en lugar de quedarnos quieto, siempre debemos esforzarnos en defenderlas. Pero nunca con la violencia y la venganza.

El Evangelio de hoy nos enseña la necesidad de perdonar siempre, porque el perdón es el nexo del amor. Y sin perdón tampoco hay amor. Jesús nos describe la semejanza del Reino de los Cielos con aquel rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos (Mt 18,21—19,1). En esa enseñanza descubrimos como nos perdona nuestro Padre Dios, pero también como debemos nosotros corresponder a ese perdón con relación a los demás, porque de esa forma seremos también nosotros tratados y perdonados. 

No podemos esconder que el perdón representa una cruz. Una cruz difícil de cargar y de superar. Pero, tampoco es menos cierto, que, injertados en el Espíritu Santo, podemos superar esas dificultades y vivir la experiencia del perdón. Nuestra vida es un constante perdón por parte de nuestro Padre Dios, y, así como somos perdonados, también nosotros debemos perdonar. Y para ello necesitamos la Gracia del Espíritu Santo que nos acompaña y fortalece.

miércoles, 10 de agosto de 2016

EL MILAGRO DEL JARDÍN

(Jn 12,24-26)

No sé cuando ni cómo, ni nunca había pensado eso, pero desde finales del año pasado, quizás por la causalidad de la presencia del Espíritu me he visto inmerso en cuidar un poco mi jardín. Nunca lo había hecho ni creo tampoco tener condiciones. Además, me duele la espalda...jajaja. Precisamente hoy estoy haciendo una neurofisiología para ver sus consecuencias y estado. Quizás no me dejen agacharme.

Pero cuento esto porque en el jardín la vida florece de forma sencilla y milagrosa. Se planta un ramita y tras un poco de agua, en pocos días, florece. ¡Qué maravilla! La semilla da frutos, y para eso tiene primero que hundirse en la tierra, y, regada, se transforma entregando su vida para dar paso a la flor y a la vida hermosa. Todo eso me hace pensar a la hora de escribir esta reflexión. Morir para dar vida.

Eso fue lo que hizo Jesú, el Señor. Entregó su Vida para que nosotros no la perdiéramos. Porque heridos por el pecado original nuestra condenación era segura. Más, por la Misericordia de Dios, el Hijo, enviado al mundo, entregó su Vida para que la nuestra siguiera viviendo. Y con la oportunidad de Vivir para Siempre. Ese fue su trato, su condición: Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna ( Jn 3, 16 ).

Y tú, también yo, necesitamos morir para vivir. Porque nuestra vida está llamada a la Vida. Sí, a la Vida con mayúscula. Creados para Vivir en el Amor. En el Amor del Señor. No hay otro destino, porque ese es precisamente nuestro destino: "Vida Eterna en el Amor y el Gozo Pleno. Vida Eterna junto a Dios".

Y morir tiene un sólo significado. Jesús lo dejó muy claro, pero que muy claro: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».

martes, 9 de agosto de 2016

EN PERENNAL VIGILANCIA

Mt 25, 1-13

No te puedes despitar ni un segundo, ni siquiera un instante, porque todo tiempo cuenta. Así como en una milesima de segundo puedes alcanzar el arrepentimiento y dolor de contricción, así tambié puede ocurrir lo contario. Por lo tanto, vigila, mantente despierto, atento, en aviso constante y en perennal vigilancia.

Porque nuestra vida está en peligro mientras hacemos el camino. Hay lobos, malos intencionados que viven en la oscuridad del pecado y rechazan la Luz. Y pueden contagiarte. Lleva siempre en la mochila de tu corazón el arma invencible, la oración, y no dejes nunca de usarla. Porque con ella estás en constante hilo espiritual e injertado en el Espíritu Santo, que nos ilumina, nos defiende, nos protege, nos hace fuertes y nos da su Gracia para salir victorioso de toda lucha y amenaza.

Y estar atento no es simplemente estar despierto, sino vigilante y atento a que nada nos falte, nos retrase, nos dificulte el camino. Es sostenerte en la Vida de la Gracia y estar preparado para cuando el Esposo llegue. Es vivir en el esfuerzo de cada día de ser mejor. Descubres entonces que al amanecer de cada día empieza un reto nuevo, una vida nueva. El horizonte es cada día, el presente donde tenemos que vivir en constante alerta. Y donde tenemos que celebrar el perdón. ¿Acaso no es alucinante y emocionante el reto del esfuerzo del perdón cada día? ¿Hay alguna aventura mejor y más emocionante?

Porque perdonar es vencerte a ti mismo; porque perdonar es escalar tu máxima aspiración; porque perdonar es dar muerte al hombre viejo que llevas dentro dentro de ti. Porque perdonar es superar y alcanzar la cima máxima a la que un hombre pueda escalar. Y tanto es así que, tú sólo nunca lo podras lograr. No necesitas herramientas avanzadas y modernas. Sólo necesitas una. Una que ha existido siempre, desde el principio: el Amor.

Sólo con Dios e injertado en su Espíritu Santo podremos sostener las lámparas de nuestras vidas encendidas perennemente hasta la venida del Esposo.

lunes, 8 de agosto de 2016

ANUCIÁNDONOS LOS ACONTECIMIENTOS

(Mt 17,22-27)


Jesús se abre su Corazón a sus discípulos y quieren que conozcan el camino de su Pasión. Le preocupa que se desilusionen y se confundan. Y les dice: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho. 

Está preocupado porque intuye que se entristecerán mucho. Y quiere animarles y que se fijen en lo que realmente importa: "Su Resurrección". Esa es nuestra esperanza y la razón que debe movernos a permanecer fiel y firmes en la fe al Señor. No tiene la muerte la última palabra, sino que es el paso de la vida de este mundo caduco y de cruz al mundo gozoso y eterno junto al Señor. Le esperamos esperanzados en resucitar el día de su regreso. Porque esa es su promesa y esa es nuestra esperanza. Al menos para todos aquellos que creen en Él. 

También Jesús no se desmarca sino que acata, para evitar polémica, las reglas del juego. Y considerado extraño pasa por las exigencias aplicadas a los extraños, a pesar de, como hijos, estar libres. Jesús se somete a las leyes y exigencias de los hombres, porque quiere pasar como uno más. Incluso paga por Pedro para evitar complicaciones o absurdos disturbios. Y lo hace de una forma característica que prueba su Divinidad y su Poder.

El Señor, no sólo está presente, sino que está con sus amigos: «Mi delicia es estar con los hijos de los hombres» (Prov 8,31). Y eso cambia nuestra vida, la fortalece, la conforta, le da sentido y también esperanza, y nos llena de fuerza y deseos de vivir en su Palabra y en su Amor. Jesús realmente da sentido a nuestra vida.

Pidamos que no nos falte nunca esa motivación, y, a pesar de los momentos de oscuridad, de decaimiento, de desánimo y fragilidad, pensemos que Jesús está con nosotros y le da sentido a nuestra vida y nos llena de esperanza.

domingo, 7 de agosto de 2016

DETRÁS DEL TESORO, ¡¡PERO DEL VERDADERO!!

(Lc 12,32-48)

Se puede ir detrás de muchos tesoros. Son esos pequeños ideales que nos forjamos a lo largo de nuestra vida, pero lo único verdaderamente importante es saber y darnos cuenta cual es el verdadero Tesoro que merece la pena luchar por él y gastar toda la vida en encontrarlo y guardarlo.

Hay muchos tesoros falsos y aparentes que nos seducen y nos vuelven ciegos y empecinados. Son tesoros efímeros, caducos y que de la misma manera que relucen y aparentan dar brillo, se apagan y quedan en la oscuridad. Son tesoros que parecen estar al alcance de la mano, pero que nos someten y dominar y nos esclavizan encadenándonos a ellos. Son tesoros engañosos y llenos de mentiras y falsedades.

Y debemos cuidarnos de ese peligro que nos acecha en todo momento en el transcurso de nuestra vida. Porque hay tesoros que se adecuan a todas nuestras épocas y nos seducen en cualquier momento de nuestra vida. Diríamos que a cada edad corresponde un tesoro. Sin embargo, la única realidad es que hay sólo un verdadero Tesoro, y ese Tesoro no hay que buscarlo fuera sino dentro.

El verdadero Tesoro está dentro de cada uno de nosotros. Es el Reino de Dios que está impreso en nuestro corazón. Es la huella de Dios que nos mueve a buscar el gozo y la felicidad eterna en el amor. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y tratar de limpiar y perfeccionar esa semejanza en el esfuerzo de parecernos lo más posible a nuestro Creador, es la máxima aspiración y el Tesoro mayor y verdadero que realmente buscamos. 

Porque en Él satisfacemos todas nuestras aspiraciones y alcanzamos nuestra meta final: La Vida Eterna. Todo lo demás es historia para un día. No vale para nada acumular tesoros que mueren por sí mismo y que el tiempo acaba con ellos. Pidamos al Señor que busquemos el verdadero Tesoro que persiste y que nos llena plenamente y eternamente.

sábado, 6 de agosto de 2016

PRESENTES EN LA TRANSFIGURACIÓN

(Lc 9,28-36)

Podemos pensar que Pedro, Santiago y Juan fueron unos privilegiados, pero no olvidemos que Pedro, quien recibiría el poder de atar y desatar tanto en la tierra como en el Cielo, le negó tres veces y le reprochó el anuncio de su Pasión. Y experimentó hundirse en las aguas del mar de Galilea al dudar del Poder de Jesús. Y, recordemos, que poco o nada entendían de lo que Jesús les enseñaba.

Salvo Juan, el discípulo amado, junto a su Madre, todos le abandonaron a la hora de su crucifixión. Eso descubre que a pesar de estar en su presencia no les resultó fácil seguirle. Hoy, nosotros conocemos estos hechos de Jesús porque ellos nos lo han transmitido por y a través de la Tradición oral y escrita, los Evangelios. Hoy, podemos decir que somos nosotros los privilegiados al saber y conocer quién es Jesús y al  poder gozar de Él cada día en la Eucaristía teniéndole presente bajo las especies de pan y vino.

La Transfiguración  es un adelanto de la Divinidad de nuestro Señor Jesús, y también de la confirmación real de Moisés y Elías. Es una visión que nos explica que va a ocurrir en la Pasión y que alienta la esperanza de su Resurrección. Es un toque que refuerza nuestra moral y nuestra esperanza al comprobar que realmente Jesús es el Hijo de Dios Vivo. 

La Transfiguración  es una palmadita en la espalda que nos anima e invita a seguir los pasos y el ritmo del camino de Jesús confiados en su Palabra y en su Infinita Misericordia.

viernes, 5 de agosto de 2016

PERDER PARA GANAR

(Mt 16,24-28)

Si uno decide voluntariamente seguir a Jesús tiene que saber que el camino termina en cruz. Y esa cruz significa perder la vida en este mundo para ganarla en el otro. Tener esto claro nos ayuda a la lucha de cada día y también a superarnos.

Cargar con nuestra cruz es vivir en actitud de hacer la Voluntad de Dios en cada momento de nuestra vida. En el descanso, llenándonos de paciencia y paz. En la convivencia familiar, escuchando, comprendiendo, siendo fiel al compromiso, aceptando y soportando los defectos y exigencias de los otros. En el trabajo, cumpliendo con nuestros horarios y deberes profesionales. En el ocio y distracción, aceptando las reglas del juego y las habilidades y virtudes de los otros, así como también soportando las contrariedades.

En el apostolado, dando testimonio de la Palabra anunciada y alegrándonos de la Buena Noticia de salvación por la Misericordia de Dios. ¡¡Estamos salvados!! Depende de nosotros ahora que acojamos esa salvación o la rechacemos. El Señor nos esperará siempre y estará pendiente de nosotros hasta el último momento de nuestra vida. Y nos abrirá sus brazos si creemos y confiamos en Él.

Otra cosa es que nuestros pecados tengamos que pagarlo. Es de justicia que así sea, por lo que conviene que cometamos los menos posibles y que aumentemos nuestra cuenta en buenos actos de amor, que son los frutos que tienen verdadero valor en el cielo.

Pidamos esa Gracia al Señor para que nuestra vida sea orientada a renunciar a esta para ganar la otra, la verdadera, de la que nos hable el Señor en este Evangelio.

jueves, 4 de agosto de 2016

¿QUIÉN ES JESUCRISTO PARA TI?

(Mt 16,13-23)

Ocurre que no tenemos ninguna dificultad en manifestar que Jesucristo es el Hijo de Dios Vivo, pero otra cosa muy distinta es creérnoslo. Porque la fe se ve con los pasos de tu propia vida y con la huella que vas dejando al caminar. Y eso, en muchos casos, no coincide con lo que se dice. Se proclama una cosa, pero se vive otra.

Hoy, Jesús quiere comprobar lo que realmente piensan sus discípulos y les hace esa pregunta: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». 

Desde ese momento, Pedro, queda configurado como Primado de la Iglesia con poder para atar y desatar según la Voluntad del Señor. Y desde ese momento todos los sucesores de Pedro heredan ese mandato de Jesús, que hoy recae en nuestro querido Papa Francisco. 

Pero, lo importante es dar respuesta a esa pregunta que Jesús hizo a los apóstoles desde nosotros mismos. ¿Quién decimos nosotros que es Jesucristo? Y si esa respuesta está dispuesta a seguirle hasta la Cruz, tal y como Él nos nos descubre: Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.

¿Estamos nosotros en la misma actitud que Pedro, que no estaba de acuerdo? ¿Pensamos nosotros como los hombres de este mundo para los que el éxito se fundamente en la fuerza y el poder? ¿O, por el contrario nos fiamos del Señor y somos dóciles a sus mandatos?

miércoles, 3 de agosto de 2016

LA FE NOS SALVA

(Mt 15,21-28)

Es una buena Noticia, "estamos salvados", porque Jesús, el Hijo de Dios Vivo ha venido para eso, para salvarnos. La Noticia no puede ser mejor, se trata de nuestra salvación. Ahora entiendo por qué el Señor envía a sus apóstoles a proclamarla. Es necesario que todos se enteren, que la oigan: "Es la hora de nuestra salvación". Dios se hace Hombre para comunicarnos en Persona, con Naturaleza Humana como nosotros, nuestra salvación. ¡¡Realmente estamos salvados!!

Necesitamos creer para salvarnos. Eso fue lo que hizo aquella mujer cananea, recurrir a Jesús e insistir confiada en que sería escuchada. Adivinaba como que Jesús podía curar a su hija y que le atendería a pesar de su condición de extranjera. Y Jesús, me atrevo a decir, la provoca, le pone dificultades como si quisiera probar su fe. Como si tratara de medir la cantidad, si así se pudiese medir, de fe que esa mujer tenía.

Y tras el desafío que Jesús le presenta, ella, la mujer, responde con decidida firmeza segura de que Jesús le comprenderá: « ¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

¿Cómo es nuestra fe y qué medida tiene? Es la pregunta que nos suscita ese pasaje evangélico de la mujer cananea. ¿Nos movemos así? ¿Hacemos el esfuerzo que nuestra propia fe nos empuja? ¿O por el contrario, quedamos instalados, paralizados antes las primeras dificultades que se nos presenta para llegar a donde Jesús? Porque donde está la mujer cananea puedes ponerte tú, y también yo. ¿Corro yo detrás del Señor para hablarle, para pedirle que me salve? ¿No la salvación de este mundo caduco, sino la salvación eterna que Él ha venido a ofrecerme?

Realmente, la fe nos salva, porque a pesar de nuestros pecados, su Infinita Misericordia nos perdona y nos acoge en su Reino. Sólo tendremos que tener fe como la mujer Cananea y correr detrás de Él y esforzarnos en seguirle esforzándonos en vivir en su Voluntad. A pesar de nuestros fallos y pecados, estamos salvados, porque Jesús, el Hijo, ha pagado por nosotros.

martes, 2 de agosto de 2016

TAMBIÉN NOSOTROS NOS HUNDIMOS

(Mt 14,22-36)

La duda hunde nuestros pies en la aguas; la duda hace tambalear nuestra poca fe incipiente y débil; la duda necesita la Mano de Jesús para afirmarse y ponerse de pie. Todo eso fue lo que le sucedió a Pedro en aquel mar de Galilea, pero que también nos sucede a nosotros en cualquier lugar donde estemos. Nuestra barca puede sentirse amenazada por las turbulencias y tempestades de la vida y amenazarnos con hundirnos si no tenemos la Mano amiga de Jesús para, agarrados a Él, resarcirnos y levantarnos.

No hay duda, necesitamos la fe, porque es, precisamente la fe la que derriba y vence a la duda. Cuando y donde hay fe desaparece la duda. Somos hijos de la duda y necesitamos agarrarnos a la Mano del Señor para vencerla y enterrarla. Necesitamos dar un paso hacia delante. Pedro lo hizo, y obedeció la llamada del Señor. Esa es la consigna y el riesgo: obedecer al Señor y confiarnos a su Palabra.

Luego, nuestra debilidad se pone de manifiesto y nos hundimos. Somos débiles y tropezamos, pero cuantas veces tendamos nuestra mano al Señor, Él tendrá la suya dispuesta a tenderla y sostenernos. Así nos lo ha enseñado Jesús cuando nos habló de la parábola del hijo pródigo. Jesús nos descubre que la Voluntad del Padre es salvarnos y que su Mano está siempre tendida. Sólo necesitamos arrancar de nuestros labios la súplica de salvación y seremos salvados.

La violencia del viento y las tempestades nos asustan, y nos dan miedo. Pensamos que Dios no está o que nos ha abandonado, o que no nos hace caso. O peor, que nos hemos portado mal y nos rechaza. Y la vida se nos pone cuesta arriba y nos sentimos hundir en la tragedia de nuestra vida. Pues, Dios está ahí, y espera nuestro grito de salvación, tal como hizo Pedro, para tendernos su Mano y salvarnos.

No perdamos esa fe. Es más, pidámosle que nos la aumente y sostengámonos nuestras manos agarradas al timón de nuestra barca para que, cuando la tempestad nos pueda, la Mano del Señor nos salve.