sábado, 31 de agosto de 2019

¿CONOCES TUS TALENTOS?

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Mt 25,14-30
Todos, es indudable, tenemos algún talento que quizás no hayamos descubierto y que lo mantengamos enterrado. Muchos no queremos comprometernos porque nos apetece llevar una vida simple y sin complicaciones y la tarea del Reino de Dios nos complica la vida muchas veces. Sin embargo, vale la pena porque lo que todos buscamos está ahí, en ese Dios que nos ama gratuitamente sin pedirnos nada a cambio. Sólo busca darte la felicidad que tú realmente deseas y quieres, pero no por el camino que tú quieres sino por el que realmente se encuentra.

¿Acaso no es un talento el reconocerme débil y pecador, por lo tanto, necesitado de liberarme de esa esclavitud, que me somete y me hace infeliz? No se trata solamente de tener cualidades para dar, sino también descubrirlas para saber recibirlas. Tanto unas como otras son importantes y hay que saberlas negociar. Una cosa queda clara, en una y otra circunstancia se hace necesario tomar decisiones y riesgos. Nunca tomar la opción más cómoda como la de la pasividad y seguridad, porque, es obvio, el negociar implica siempre algún riesgo.

Negocios que llegan también al orden espiritual, porque descubrir el Reino de Dios es descubrir el mayor Tesoro que podemos ganar o alcanzar en este mundo. Y nos lo es dado de forma gratuita. Eso significa que, a pesar de no merecerlo, tampoco podemos hacer méritos para merecerlo, ¡es gratuito porque Dios nos ama y, a pesar de que no podemos pagarle, Él nos lo da! De modo que lo que tenemos que hacer es dejarnos amar por Dio y ponernos en sus Manos. Abrirnos a su Gracia y dejar que Él nos transforme, pues todo es Gracia de Dios. De modo que cuando decimos que tenemos que ganarnos significamos una manera de expresar la gran oportunidad que nos da Dios de, poniéndonos en sus Manos, alcanzar su Gloria que nos la regala por Amor y gratuitamente.

Sería bueno y necesario reflexionar a este respecto y, a la luz del Espíritu Santo, esforzarnos en descubrir nuestros talentos con el propósito de ponerlos en práctica.

viernes, 30 de agosto de 2019

PREPARADOS Y LISTOS PARA PARTIR

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Mt 25,1-13
Cada momento es crucial e importante. Miremos que la última hora sucede en un momento determinado que no conocemos y para lo cual hay que estar muy bien preparado y vigilante. Ahora, en este momento, escribo y reflexiono, pero, al siguiente instante, ¿qué ocurrirá? Quiero significar y llamar la atención sobre la vida, mi vida en este caso. Depende de un hilo y en última instancia de Dios. Porque, Dios puede respetar la vida y dejar que su plazo venza o permitir que continúe. Así lo hizo durante su Vida pública con Lázaro, con el hijo de la viuda de Naín, con el hijo del jefe se sinagoga o con el siervo del centurión. Dios, nuestro Padre, es Señor de la Vida y de la muerte.

Pero, esa ahora está solamente en sus Manos. Nadie la conoce y eso nos exige estar en constante espera, porque, puede ser en este instante, o después, en otro momento o más adelante. Jesús, nuestro Señor, nos lo dice ahora y hoy y nos advierte para que no nos durmamos como ocurrió con las cinco doncellas necias: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

Y velad significa que tengamos la alcuza de nuestro corazón llena del aceite de la fe. Una fe que no se puede dar  porque es personal e intransferible. Solamente se puede testimoniar pero no se puede transferir ni dar porque es intransferible. De modo que, cargar nuestra alcuzas de esa buena aceite que simboliza nuestra fe es totalmente imprescindible y necesario. Y eso se consigue, primero pidiéndola y permaneciendo en el Señor por medio de su Palabra, de la oración y, sobre todo, por la frecuencia de la Eucaristía., donde la fortalecemos y recargamos para sostener encendido nuestros corazones y estar preparados a la llamada del Señor.

Estar vigilantes es vivir como si cada momento fuese el último de nuestra vida y la hora del encuentro con Dios nuestro Padre. 

jueves, 29 de agosto de 2019

JUAN EL BAUTISTA

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Mc 6,17-29
El Evangelio de hoy nos presenta la figura de Juan el Bautista. Un personaje importante en el Plan de salvación que ha pensado Dios. Un Personaje central en la historia de la salvación hasta el punto que Jesús, el Mesías prometido dijo de él que no había hombre más grande nacido de mujer. Un Personaje nacido para y con una misión específica claramente definida desde el vientre de su madre. Es, incluso, desde ahí donde tiene el primer encuentro con Jesús, el Hijo de Dios y Mesías prometido. Advertido de su presencia se sobresalta todavía en el vientre de su madre y se llena de gozo y de alegría. Juan ha nacido con la misión de preparar el camino al Señor y durante toda su vida cumple con esa misión.

No sabría entender, y menos explicar, el misterio de su nacimiento y la respuesta y compromiso de su vida completamente entregada a esa misión. Juan fue llamado desde el vientre de su madre, y destinado, para proclamar la cercanía del Reino de Dios y la presencia del Mesías enviado ya entre nosotros. Y eso es lo que hace durante toda su vida: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos. Detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo, ante quien no soy digno de postrarme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

Su decidida respuesta y el extraordinario testimonio de su vida hace de Juan el Bautista un personaje único que se entregó en cuerpo y alma a dar cumplimiento a la misión para la que fue creado y gestado en el seno de Isabel, su madre, la prima de María, la Madre de Dios. Su vida es un constante testimonio que anuncia la presencia del Mesías entre nosotros y al que prepara el camino para su irrupción pública en el pueblo elegido.

Proclama la verdad y advierte a aquellos que con sus ejemplos de vida se apartan de los mandatos del Señor. Esa actitud y compromiso le pasará factura y le costará la vida en este mundo, pero, ganará la importante, la que todos nos gustaría ganar. Reflexiónemos ante esta verdad y mirémonos en ella con la actitud y el deseo de también nosotros cumplir con nuestra misión.

miércoles, 28 de agosto de 2019

SÓLO IMPORTA LA MIRADA DE DIOS


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Mt 23,27-32
Es muy peligroso y nos lleva a engaño el vivir aparentando una cosa y luego ser otra. Vivir de una forma en el exterior y de cara a los demás y ser de otra en tu intimidad cuando estás a la espalda de los otros es llevar una doble vida ante Dios. Una vida, donde te manifiesta de una forma delante de Dios y otra donde postergas a Dios a un lugar secundario en tus relaciones con los demás. Esas son las apariencias que escondes a la mirada de Dios erróneamente, porque Dios ve en todas partes de tu ser y de tu corazón.

Es, pues, de necio y muy peligroso tratar de vivir en la apariencia de ser una cosa y resultar que eres otra. Y no debemos nunca olvidar que Dios es mi público, porque, Él me ve en todas partes y sabe las últimas intenciones de mi corazón. De todas manera lo menos importante es quienes estén delante de ti, porque tus obras deben de ser siempre realizadas con la mayor dedicación y esfuerzo ya que Dios siempre está presente. 

Nada importa porque en cada instante de tu vida Dios ve en lo más profundo de tu corazón. Luego, estés donde estés, o hagas lo que hagas, actúa siempre de la mejor manera posible sin olvidar que tu público es siempre Dios. Él siempre estará mirándote y ve todo lo bueno y malo que puedas hacer hasta la última intención que anida en tu corazón que, al final, es la que da sentido y responsabilidad a tus obras. Por lo tanto, es de necio ocultar tu intención porque Dios la conoce profundamente, incluso la que ocultas debajo de la alfombra.

Es bueno reconocerlo y saber que ante nuestro Padre Dios nada hay que ocultar, sino todo lo contrario, reconocer nuestras debilidades y buscar en Él la asistencia y el auxilio de su Espíritu, para orientar nuestra vida y aceptar nuestra condición pecadora y su Infinita Misericordia.

martes, 27 de agosto de 2019

¿TENGO LIMPIO MI CORAZÓN?

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La pregunta que todos tenemos en nuestros labios subyace en nuestra conciencia y despierta nuestro corazón. Realmente, ¿tengo limpio mi corazón? Cada día se libra una batalla dentro de mí en el esfuerzo constante por mantener limpio mi corazón. Y lo hago en la medida que me esfuerzo en vivir en la verdad, en la justicia y la misericordia. Es la lucha de cada día y la coherencia que me exige mi fe.

Porque, no basta cumplir con los ritos y las prácticas de piedad, sino que, paralelamente, mi vida interior, y principalmente en mi corazón, donde se cuecen todas las batallas, debe ir en sintonía con la vivida en el exterior. De ser de otra forma lo que transmito son puras apariencias que en lugar de dejar un buen testimonio escandalizan y alejan de Xto. Jesús.

Es pues de vital importancia sostener el equilibrio exterior e interior. Es decir, vivir sin mentiras y sin doble vida. Vivir sin apariencias, sino en la autenticidad de transmitir lo que realmente eres y crees. Si bien, eso no significa que no te reconozcas pecador y aceptes tus pecados cada día. Precisamente, tal y como dijo el Papa Francisco refiriéndose a la fidelidad y tratándola de definirla: "la fidelidad es la debilidad bien acompañada". Es decir, reconocerme débil, pecador y necesitado de ir bien acompañado.

No por cualquiera sino por alguien que pueda orientarme y acompañarme espiritualmente por el buen camino que no es otro que aquel que conduce a un encuentro con el Señor. No cabe ninguna duda que ir de la Mano del Espíritu Santo es lo más indicado, pero también necesitamos recibir buenos consejos de alguien que aquí abajo nos pueda ayudar y orientar.

Vivamos, día a día, en el esfuerzo de sostenernos limpio tanto interiormente como exteriormente transmitiendo una fe coherente y auténtica injertados en el Espíritu Santo y apoyados en la comunidad y el asesoramiento espiritual.

lunes, 26 de agosto de 2019

TU EJEMPLO PUEDE MATAR

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Mt 23,13-22
No sólo depende de la capacidad de tu amor sino que también tendrás que responder de tu buen o mal testimonio ante los demás. Porque, tu buen o mal ejemplo puede influir en acercar o alejar a otros de Dios. Son esos momentos los que te descubren tu verdadera fe porque, en ellos, experimentas tu fidelidad. Una fidelidad que es el resultado de reconocerte débil y necesitado de compañía espiritual que te auxilie y te asesore espiritualmente. De eso, me atrevo a decir, deben ser consciente los sacerdotes y también los obispos en cuanto orientar a sus sacerdotes en sus diócesis.

Y es que la cosa es muy seria, porque, no sólo está en juego tu salvación sino también la de aquellos que guardan una relación contigo y necesitan ser informados, evangelizados y orientados por el camino que lleva al encuentro con el Señor. Esa es la cuestión y nuestra responsabilidad. No se trata de hacer proselitismo sino de proponer un camino aceptado desde la libertad.

El Evangelio de hoy nos descubre el enfado de Jesús a este respecto sobre todo con aquellos que dan mal ejemplo y testimonio para otros desorientándolos y apartándolos de la cercanía con Jesús. Por eso, Él les dice estas duras palabras:«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él». 

La cosa no está para broma ni para tomárselo de forma irresponsable e indiferente. Y desafortunadamente suele ocurrir así. Por todo ello, conviene reflexionar con seriedad y responsabilidad.

sábado, 24 de agosto de 2019

UNA INVITACIÓN A LA SALVACIÓN

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Has sido creado no para luego morir sino para vivir eternamente. Esa es la apuesta por la Vida para la que Dios te ha pensado e invitado. Una Vida Plena y Eterna junto al Padre. Ahora, para ello tendrás que aceptar, no sólo la invitación al Banquete sino también llevar el traje apropiado. Es decir, el plan de Dios que te ha propuesto en su Hijo Jesucristo. Un plan, no sólo proclamado por Él con su Palabra, sino vivido y testimoniado con su Vida entregada a una muerte de cruz.

Jesús, el Hijo encarnado en Naturaleza humana, es el Camino, la Verdad y la Vida, y, Él en los tres años de su Vida pública compartida entre nosotros, nos ha dejado claramente señalado el camino que su Padre Dios nos ha propuesto, no sólo para aceptarlo, sino también para salvarnos para toda la Eternidad. Ese camino es estrecho, nos lo dice claramente, y muy difícil y nos exigirá sacrificio y lucha cada instante de nuestra vida. Seguirle exigirá renuncia, dolor y esfuerzo constante y cargar con nuestra propia cruz.

No se trata de sufrir sino de aceptar el dolor como prueba y demostración de nuestro amor y fe. El camino y recorrido de nuestra vida es la oportunidad para, no sólo afirmar nuestra fe, sino para demostrarla doblegando, por la libertad que se nos ha dado, nuestras posiciones y pecados entregándonos a la Voluntad de nuestro Padre Dios y, por su Gracia,  viviendo según y en su Palabra.

¿Y TÚ, ACEPTAS LA INVITACIÓN A CONOCER A JESÚS?

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Jn 1,45-51
Con frecuencia solemos poner dificultades a todo lo que nos dicen o nos invitan. Siempre encontramos algún reparo para justificar nuestro rechazo u obstáculo. Hay un cierto instinto de ponernos en guardia y a la defensiva a la primera de cambio. Es como si sintiéramos alergia a las invitaciones, incluso hasta las realizadas por algún buen amigo. La desconfianza está siempre flotando a nuestro derredor.

También es importante el origen de donde nos viene la invitación, pues dependiendo del lugar ponemos o no dificultades, objeciones e impedimentos. Sin embargo, el caso que hoy nos ocupa y nos presenta el Evangelio se desmarca de esa tendencia negativa. El invitado hace caso al amigo y accede a conocer al que se le presenta. Es el caso de Felipe y su amigo Natanael. Éste, aconsejado e invitado por su amigo Felipe  accede a acercarse a Jesús, y su encuentro con Él tiene su impacto y le toca su corazón. Lo que acontece en ese encuentro ya lo saben a través del Evangelio - Jn 1, 45-51 -.

Ahora, la pregunta que debemos interiorizar es: ¿Me dejo yo invitar y correspondo a esa invitación? ¿Me acerco al Señor y le escucho? Porque, posiblemente me suceda a mí como ocurrió con Natanael si estoy abierto y disponible a acercarme y escucharle. En caso contrario no tendré esa oportunidad. Creo que la primera y única conclusión que debo aplicarme es la de mirar para mi interior y observar cual es mi actitud y mi cercanía con el Señor. Natanael ya respondió a esa llamada del Señor, pero, ahora me toca a mí responder. Es mi tiempo y mi hora, y no puedo justificarme postergándola para otro momento. El tren no pasa a cada momento, y este tipo de tren es el más importante de nuestra vida.

La respuesta la tengo yo, pues Dios la ha dejado en mis manos dándome la libertad para elegir, pero, esa opción pasa primero por acercarme al Señor y escucharle. Sólo de esta manera tendré la oportunidad de conocerle y, conociéndole, actuar en consecuencia. El tiempo es oro y cada instante perdido no se vuelve a recuperar.

viernes, 23 de agosto de 2019

UN AMOR AUTÉNTICO ES LO QUE IMPORTA

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Mt 22,34-40
Tendemos a formulas muchas leyes y para cada situación concreta nos inventamos leyes y maneras de interpretarlas que no significa que sea mala, sino que, quizás no es lo esencial y principal. En este contexto y forma de ver las leyes, los judíos tenían su vida apoyada en la Ley de la Tora, como Ley revelada y con muchos mandamientos con los que a veces dudaban del cual era el principal. Es por lo que también, sin descartar una segunda intención, aquel doctor de la ley quiere arrancar de Jesús una respuesta a esa cuestión planteada.

Y Jesús responde con naturalidad, seguridad y firmeza:  «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».

Debemos dejar claro que nuestra vida está centrada en el Amor, y lo está porque nuestro origen es el Amor y, precisamente de Él venimos. Dios es Amor y Él nos ha creado. Sin embargo, sucede que nosotros hemos manchado ese amor por el pecado y, por la Gracia y Misericordia de nuestro Padre Dios, hemos sido rescatados por los méritos de su Hijo Jesús al entregar voluntariamente su Vida en una muerte de Cruz.

Por el Bautismo, Dios, borra nuestro pecado y volvemos a recuperar nuestra dignidad de hijos recibiendo las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. Es, entonces, cuando estamos en la actitud de vivir en el Amor verdadero para poder amar como Jesús nos ha amado y nos ama. Y, no hay otro mejor modo de hacerlo que amar al prójimo, pues sólo así y de esa forma podemos demostrar y demostrarnos que realmente amamos al Señor.

jueves, 22 de agosto de 2019

CON LOS OJOS VENDADOS

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Mt 22,1-14
Es fácil constatar que vamos ciegos por el mundo. La realidad se nos muestra clara y nos descubre como el mundo nos somete hasta el punto de dejarnos ciegos y esclavos de sus tentaciones y seducciones. Y es que, a pesar de "erre que erre" no terminamos de darnos cuenta que el mundo nos tiende una trampa hasta el punto de esclavizarnos, someternos y vendarnos los ojos. Porque, da abrirlos todo queda a la vista, pues la felicidad que tanto buscamos no se encuentra en este mundo.

Sí, es verdad. Este mundo es una buena oportunidad y un camino a través del cual podemos encontrar el camino, valga la redundancia, para llegar al Reino de Dios. Un Reino de amor, justicia y paz. Por eso, tomar conciencia de esa oportunidad que presenta nuestra vida en este mundo, es abrir los ojos, quitarnos la venda y descubrir que quien nos invita al Banquete de la Vida Eterna es el Rey, no sólo de este mundo, sino del Universo tanto visible como invisible.

Rechazar o cerrar nuestros ojos a esa realidad es negarnos a nosotros mismos y cambiar nuestra invitación a ser felices plenamente y a la Vida Eterna por un mundo caduco y de muerte. Se hace necesario y urgente abrir los ojos a esa invitación al Banquete Eterno. Una invitación para la que tenemos que estar preparados y bien ataviados con el traje de la Gracia y abierto y disponible a la acción del Espíritu Santo en actitud de dejarme modela según la Voluntad de mi Padre Dios.

miércoles, 21 de agosto de 2019

AMOR MISERICORDIOSO

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Mt 20,1-16
Nuestra justicia es limitada y entiende que no da más sino en la medida que es correspondida. Es decir, diríamos que nuestro amor, porque es humano, está sujeto a dar según recibe. Por eso, es lógico que nuestra justicia quede sujeta a nuestro trabajo y no podamos entender que quienes hayan trabajado sólo una hora puedan recibir el salario correspondiente a una jornada.

Sin lugar a duda, no entra en nuestra cabeza esa forma de justicia ni nuestro pobre intelecto está preparado para poder comprender esa forma extraordinaria de amar hasta el punto de no exigir ninguna contrapartida o condición al respecto. Es una amor sin limite e infinitamente misericordioso. Se descubre que sólo Dios puede amar de esa forma. Por eso, nos es difícil entender como nuestro Padre Dios nos puede amar de esta forma sin merecerlo.

Es imposible para nosotros que, sin merecer nada, se nos ofrezca gratuitamente compartir la Gloria de Dios sin exigir nada a cambio. Porque, lo que se nos está exigiendo es lo que nosotros también queremos. A todos nos gustaría ser el hombre perfecto o la mujer perfecta. Todos nos gusta mirarnos en aquellos que son generosos, dados al bien común, serviciales y hombres y mujeres de bien, que viven en la verdad, justicia y buscan la paz. Tal es así que los distinguimos con honores y los ponemos como ejemplos a imitar. Sean ejemplos de ello los galardonados con diferentes premios y honores como el Nobel de la paz y otros.

Pues bien, nuestro premio es único. Se nos invita a compartir la Gloria con nuestro Padre Dios y Vida Eterna junto a Él. Es lo más grande y lo que todos, conscientes o no, buscamos. Es lo que nos está descubriendo y revelándonos el Señor hoy en el Evangelio. Nos dice que él es Inmensamente bueno y que por su Infinito Amor  quiere regalarnos el salario, por supuesto inmerecido, de la Vida Eterna. ¿Hay algo más grande y deseado?

Es para, si nos paramos y meditamos serenamente, quedarnos perplejos. ¡Qué grande es el Señor! Es indudable que no nos entra en la cabeza por nuestras carencias y limitadas capacidades, pero es realidad su Infinito Amor Misericordioso, porque es lo que me dicen mis perplejos ojos y me lo revela su Palabra y el testimonio de sus apóstoles. Ha entregado su Vida en su Hijo, el Señor, hasta morir en la Cruz por mí, que no lo merezco ni he trabajado lo necesario para ganarme el salario recibido. 

¿Y yo, correspondo a ese Infinito Amor? ¿Trato de amar de esa misma forma? Porque, ese es el camino de perfección, seguir al Señor hasta, por su Gracia, llegar a amar como Él nos ama.

martes, 20 de agosto de 2019

NO TODO VALE PARA EL REINO DE LOS CIELOS

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Sin lugar a duda, todos estamos llamados a entrar en el Reino de los Cielos por la Misericordia de Dios. Indudablemente, no por nuestros méritos, sino por la Infinita Misericordia de Dios. Y esa Infinita Misericordia de Dios, inmerecida, nos da derecho a acceder al Reino de los Cielos, pero no de cualquier manera. Hay un camino marcado y señalado por el Señor. Precisamente, a este respecto nos lo aclara Jesús diciéndonos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

En este camino, el de nuestra vida, nos encontramos con muchos peligros y obstáculos. La ambición por las riquezas es el más peligroso, pues ellas nos llevan a posterga al Señor y a las personas a un segundo plano y poner como prioridad de nuestra vida los bienes materiales y las riquezas como primeros objetivos e intereses principales. Y Jesús, nuestro Señor, que nos conoce mejor que nosotros, nos lo advierte: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos».

Cuando el Señor nos dice estas palabras tan fuertes es porque son un peligro difícil de superar. Nos lo advierte y nos previene contra ellas. Y no porque en sí las riquezas sean malas, sino porque nos tientan a ponerlas en el centro de nuestro corazón y desalojar al Señor a un lugar secundario, que terminará desapareciendo de nuestra vida.

Por lo tanto, todo lo que nos ofrece nuestra vida no es válido para el Reino de Dios. Tendremos que saber elegir bien para que el Reino de Dios crezca entre nosotros y ocupe el centro de nuestro corazón. Tenemos que injertarnos en el Espíritu Santo para que nos auxilie a discernir bien el camino que tenemos que tomar y de los peligros que tenemos que alejarnos o desalojarlos de nuestros corazones. 

Lo verdaderamente importante es dejar crecer el Reino de Dios entre nosotros y para eso se hace necesario permanecer en el Señor y no perder de vista que al final recibiremos el ciento por uno. Será muy importante fiarnos de la Palabra del Señor y creer en ella. Nunca ha fallado porque el Señor tiene Palabra de Vida Eterna.

lunes, 19 de agosto de 2019

INQUIETUD TRASCENDENTE

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Mt 19,16-22
El problema que presenta el mundo es la parsimonia de una quietud inquietante. Me explico, una indiferencia o mal resignación ante la muerte con la que el mundo nos marca. Sabemos que destino nos espera. No sabemos de qué manera o cómo y cuándo va a llegar, pero, si sabemos con certeza y plena seguridad que llegará. Y, ¿cuál es nuestra respuesta a esa certeza?  Con sorpresa y perplejidad, la indiferencia o la pasividad envuelta en papel de resignación.

¡Hermanos, estamos llamados a la vida eterna y plenitud de gozo y felicidad! Ese es nuestro verdadero destino y para eso hemos sido creados por nuestro Padre Dios. Luego, ¿qué esperamos? ¿Acaso estamos dormidos por las caducas, disparatadas opciones que el mundo nos ofrece? Pues, ¡despertemos! Ayer, nuestro Señor Jesús nos alertaba y advertía de ese pasotismo y tedio que pueda apoderarse de nuestros corazones. Pongámoslo a arder y activémoslo en correspondencia y sintonía con la Palabra de Dios.

Estemos pues inquietos y busquemos ese Reino de Dios que Jesús, el Hijo predilecto y amado del Padre, nos revela y nos promete en el nombre del Padre. Él ha venido a enseñarnos el Camino, porque, sólo Él es la Verdad y la Vida. Sólo Dios es Bueno y si Él lo es, es, valga la redundancia, porque también es Hombre y Dios a la vez. Muchos, de forma quizás inconsciente advertían en Él esa doble Naturaleza, la Humana y la Divina.

¿No te das cuenta del mensaje, de la advertencia? Nada está primero en el Reino de Dios que Dios mismos. Jesús nos enseña precisamente ese camino. Muchos, entregándose al servicio de los demás, y hacen bien, se olvidan de que Dios es lo primero y, a la menor tempestad el mástil que apuntala su fe se tambalea y, quizás sin darse cuenta, queda en las manos del príncipe de este mundo. Sí, hay que servir, pero sin dejar primero de servir a Dios. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es el punto de apoyo para luego, en, con y por Él servir a los demás.

Tenemos que tener mucho cuidado porque tan malo o peligroso es servir sin estar agarrados al Señor, como agarrarse al Señor y no mirar para los que necesitan el servicio. Ahí está la clave, sin dejar al Señor tomar fuerza, fortaleza, sabiduría y capacidad para servir a los hermanos. Podríamos recordar el pasaje del encuentro del Señor en casa de su amigo Lázaro y reflexionar sobre lo que dijo Jesús a Marta con respecto a María. 

domingo, 18 de agosto de 2019

UN CORAZÓN ARDIENTE

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Lc 12,49-53
La Buena Noticia es siempre una novedad porque siempre es actual y joven, pero, también tiene siempre quienes la rechazan y se oponen a ella. Diríamos que se establece una guerra entre la mentira y la verdad. Los que viven en la mentira o en lo antiguo y establecido se oponen a que renazca lo nuevo, lo joven, la novedad de la Buena Noticia. Y eso origina enfrentamientos y guerras.

Es de esa guerra ardiente del amor de la que nos habla Jesús en el Evangelio de hoy. Una guerra que nace del fuego del amor y del Espíritu. El fuego del bien, de la verdad y de la paz. En ese sentido quiere Jesús significar que le gustaría que el mundo estuviese ardiendo. Un fuego de amor que busca la justicia, la paz y la fraternidad entre todos los hombres.

Pero, eso lleva su tiempo y, por ahora, hay un camino de cruz. Un camino que tenemos que llevar sobre nuestras espaldas. Él lo pasó ya en su Pasión entregando su Vida y salvándonos con su Muerte. Pero, ahora es nuestro tiempo, nuestra vida, y la tenemos que entregar también aceptando nuestra cruz por el bien, por la verdad, por la justicia y por la paz. Y lo hacemos ante un mundo que sabemos lo que busca y cómo lo busca y que está dispuesto a conseguirlo por lo medios que sea.

Eso trae las consecuencias que el Evangelio de hoy domingo describe al final: ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.

sábado, 17 de agosto de 2019

UN CORAZÓN DE NIÑO

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Mt 19,13-15
Por naturaleza somos desconfiados y nos cuesta creer. Con los años nuestros corazones se han ido endureciendo y abrirlos en actitud de disponibilidad nos cuesta mucho. Se vuelven tierra dura e impenetrable donde hasta al agua le cuesta abrirse camino.. Necesitamos ablandarlos, renovarlos y abonarlos con tierra nueva y buena para que en él germine la buena semilla y dé frutos.

Se hace necesario un corazón nuevo capaz de confiar y de creer. Un corazón capaz de vivir intensamente la Buena Noticia de salvación. Un corazón confiado, sencillo, humilde y dispuesto a abrirse al amor del Padre y, desde Él. a los demás hombres y mujeres que le rodean. Necesitamos un corazón de niño que confía y cree. Porque, así somos desde niño y así tenemos que volver a transformar nuestros corazones, endurecidos por el transcurrir del tiempo, si queremos acoger y aceptar el Reino de Dios y encontrarnos verdaderamente con el Señor.

Las actitudes para acoger el Reino de Dios se fundamentan en una abandonada confianza y una fe ciega y confiada en la Palabra de Dios. Y decimos ciega porque nuestra capacidad intelectual nunca podrá alcanzar a comprender tan alto misterio, pero si puede razonarlo y comprenderlo con los ojos de la fe. Estas son las actitudes que presentan los niños y que de mayores hemos perdido al endurecer nuestros corazones. Regresar a nuestro origen primero y adoptar una actitud como si de un niño se tratara es vital para poder entrar en el Reino de los Cielos.

Por lo tanto, la cuestión es abrir nuestros corazones con toda confianza y en una actitud de disponibilidad abiertos a la fe. Una fe que recibimos del Señor. Pero, sin olvidar que es una propuesta que el Señor nos hace y eso corresponde a un esfuerzo que nosotros tenemos que hacer. Se trata de volver a ser como niños.

viernes, 16 de agosto de 2019

MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN

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No todos están llamados al matrimonio. Realmente es una vocación porque su misión tiene sus exigencias y sus compromisos. La familia está detrás de esa vocación matrimonial y ella constituye la Iglesia domestica que reunida forman la Iglesia. De su vocación sacramental la Iglesia espera todo, pues de ellas salen tanto las vocaciones sacerdotales y consagradas como las laicas.

Formar una familia exige unas condiciones especiales que no todos pueden ofrecer. Esas condiciones pasan por perder parte de tu individualidad e integrarte en el otro u otra para formar entre ambos la unidad conyugal bajo la gracia del Sacramento matrimonial injertados en Xto. Jesús. Y esa no es tarea fácil, pues presenta muchas dificultades que nacen del propio ser de los mismos contrayentes.

Casarse no es simplemente vivir bajo el mismo techo, ni siquiera estar juntos, sino compartir lo que se es y lo que se tiene. Unirse en santo matrimonio es dejar de ser tú para ser nosotros. Comienzas a darte cuenta que ese paso presenta muchas dificultades y que no estás preparado para afrontarlo tú solo. Necesitas la ayuda del Señor que, para eso lo has invitado a tu matrimonio al pedirle a la Iglesia el sacramento matrimonial.

Ese es el secreto, abrirse al ofrecimiento que nos brinda el Señor en el Sacramento. Jesús viene a nuestra presencia. Nos lo ha dicho: cuando dos o tres se reúnen...-Mt 18, 19-20- y viene para auxiliarnos, para fortalecernos, para alumbrarnos, para darnos toda la capacidad que necesitamos para vencernos y permanecer unidos.  Viene, si nos abrimos a su Gracia, para ablandar nuestros corazones e irnos transformando según su Voluntad, que no es otra que buscar nuestro bien y nuestra unidad.

Necesitamos superar nuestros egoísmos, nuestras apetencias, nuestras individualidades y todo aquello que tiende a separarnos y a destruir nuestro amor. Porque, ¿qué es realmente amar? ¿Cómo realmente me han queridos mis padres? Pensemos, ¿cómo será entonces el amor de mi Padre Dios?

jueves, 15 de agosto de 2019

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS

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Lc 1,39-56
Celebramos la Asunción de María, Madre de Dios. Porque, si fue la madre del Hijo, es decir, del Dios hecho Hombre, es la Madre del Dios encarnado en Naturaleza Humana durante su paso por este mundo y en el que entregó su Cuerpo y su Sangra para ganar para todos los hombres el perdón y la Misericordia del Dios Padre. Por eso, decimos que María es Madre de Dios y también Madre nuestra
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María es Madre de la Persona de Jesús, que es Divina. Una Divinidad sola en la que coexisten dos Naturaleza, la propiamente Divina, y también la Humana. Y María es Madre de esa Persona en cuanto a su Naturaleza Humana y durante ese tiempo terrenal en el que vino a salvar a todos los hombres y mujeres. Por lo tanto, Madre de Dios también, puesto que Jesús, no sólo tiene Naturaleza Humana sino también Divina. Y es un gran honor que el Señor, desde ese instante de su Muerte en la Cruz nos la ha dado como también Madre nuestra.

Hoy celebramos su Asunción a los cielos en cuerpo y alma. Y la veneramos como a una Madre que intercede por nosotros y que nos alumbra y muestra el camino para llegar a su Hijo. María es la antesala de nuestro encuentro con Jesús, porque, ella fue la puerta de entrada en este mundo donde el hombre estaba sometido al poder del mal. María ha dado a luz al vencedor de la muerte para traernos la vida. Y a ella le pedimos su intercesión para que también nosotros nos abramos a esa luz que, por medio de ella, ha llegado hasta nosotros.

María se ha fiado y ha creído en el Señor. Y todo se ha cumplido en el tiempo. Creamos también nosotros en la Palabra del Señor y abramos nuestros corazones para que la Palabra germine en nosotros y demos también a luz a un nuevo corazón y a un hombre nuevo que, como su Madre, María, crea en la Palabra del Señor.

miércoles, 14 de agosto de 2019

LA ORACIÓN DE Y EN LA COMUNIDAD

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Sabemos por experiencia que compartir es desnudarse ante Dios pero en la presencia de los demás. Y eso duele porque exige un despojamiento de tus sentimientos y sentir más profundos en tu relación con los otros. Porque, de esa relación es de la que vas a ser examinado propiamente por ti mismo ante Dios. San Juan de la Cruz ya lo decía: "En el atardecer de tu vida serás examinado del amor". Por lo tanto, tu oración a la luz de la comunidad será muy importante y de gran ayuda.

Significa que te estás presentando ante los demás tal como eres y despojándote de tus caretas y apariencias en las que vives escondido. No es lo mismo cuando lo haces individualmente y sólo ante Dios. Eso no significa que no tenga valor, al contrario, lo tiene y muy grande, pero delante de los demás tu propia conciencia y corazón te descubre que tiene más valor. Sin discusión, ese compartir comunitario te exige más humildad; te exige más disponibilidad; te exige más coherencia y te exige más autenticidad. Mientras que cuando estás tu solos la tentación te brinda la posibilidad de esconderte en tus apariencias.

Sobra decir que tu oración debe estar apoyada en la verdad, ser sincera y auténtica. De lo contrario todo se convierte en más mentiras revestidas de disfrases y ocultas tras diversas caretas. Posiblemente, sucede que todavía no nos hemos dado cuenta, y lo digo por propia experiencia, del gran valor y privilegio que nos ha sido dado en la oración comunitaria, porque, precisamente, en ello se hace presente nuestro Señor Jesús. Él nos lo ha prometido, y ya sabemos y conocemos el valor de su Palabra.

Él nos ha invitado a que le pidamos, luego, ¿cómo no nos va a escuchar y a responder? Si así no fuese sería un falso e hipócrita. Y dudarlo es como si lo estuviésemos afirmando. Otra cosa es que no lo comprendamos y que no sepamos entenderlo, pero nos fiamos de su Palabra y, por eso, estamos a su lado y le pedimos de forma individual pero también, y muy importante, de forma comunitaria. Es bueno confiar y valorar ese gran regalo de la oración comunitaria, que no significa que la individual no sea importante, sino que, cuando lo hacemos dos o más reunidos y en su presencia, tiene mucho más valor. Amén.

martes, 13 de agosto de 2019

SENCILLOS Y CONFIADOS COMO NIÑOS


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Mt 18,1-5.10.12-14
Mientras eres niño no te planteas grandes cosas. Eres pequeño y, por lo tanto, sencillo y todo lo dejas en manos de tus padres terrenales. Te sientes incapaz de procurarte tus necesidades, pero no te agobias ni te sientes triste por ello porque para eso están tus padres. Esa confianza agradecida y plena en tus padres es la que Jesús pide para ti cuando ya has crecido. 

Ser como niño es, así como ellos tienen esa simplicidad y confianza en sus progenitores, también tú tenerla en tu Padre Dios. Es confiar plenamente en Él tal y como los niños confían en sus padres. Y para eso hay que luchar día a día contra el endurecimiento de nuestros corazones. Porque, la vida nos lo va endureciendo y haciéndolo impermeable al amor de Dios.

Ser como niños es no buscar los puestos privilegiados ni aspirar a los más altos, sino todo lo contrario. Es simplemente aceptarse y conformarse con ser hijo de Dios que es lo más grande a lo que podemos aspirar. Es confiar en que tu Padre que te ve te dará todo lo que necesitas para ser feliz. Y esa es la Voluntad del Padre, no tanto que seas pequeños, sino que aspires a lo pequeño, a ser sencillo y pequeño, es decir, humilde.

Tener pendiente de que todo lo que somos lo hemos recibido de Dios y que de la misma manera que lo hemos recibido debemos compartirlo es abajarnos y abrazar la humildad de experimentarte uno más entre todos y, por lo tanto, considerarte pequeño y vivir en actitud de humildad ante los demás pensando que siempre recibiremos de Dios todo lo que necesitamos y somos.

lunes, 12 de agosto de 2019

TAMBIÉN EN LAS OBLIGACIONES DEL MUNDO


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Mt 17,22-27
Hay momentos algo confusos en los que nos sabes como actuar ni que actitud tomar. Vivimos en una sociedad con obligaciones y derechos y tanto en los unos como en los otros debemos saber estar y actuar. El pasaje de hoy nos muestra una escena diaria de Jesús con sus apóstoles y nos invita a reflexionar sobre su relación con ellos y también con las obligaciones de la sociedad de su tiempo.

Mi primera reflexión es comprender como la masa tiene que ser fermentada por la levadura. Una buena y limpia levadura que llene a esa masa de buenos criterios y actitudes que la hagan crecer en verdad, en justicia y amor fraternal. Lo ha dicho Jesús, el Reino de Dios es como... -Lc 13, 18-21- y eso necesita mucho del concurso del Espíritu Santo. Mejor, diría que sin Él no podríamos nunca fermentar esa masa que es la sociedad en la que vivimos. Fermentarla de los valores que Jesús nos enseña con su Palabra y con su testimonio lleno de amor y misericordia.

También percibo esa familiaridad cotidiana de los apóstoles con Jesús al describir el Evangelio un día cualquiera de la actividad de Jesús en medio de sus apóstoles. Y me imagino que hoy pasa lo mismo. Esta forma de intuir mi relación con Jesús me lleva a preguntarme: ¿Cómo es mi relación con el Señor? ¿Me dejo impetrar de sus Palabras y me abro a su Espíritu? Trato de comprenderle, pues en su momento sus apóstoles no le entendían. ¿Me ocurre a mí lo mismo?

Y todo ello me compromete a situar mi vida de la misma forma que Jesús hizo en su tiempo. ¿Trato de cumplir con mis compromisos sociales y cívicos referidos a los impuestos establecidos? ¿Me interpela mi testimonio respecto a mis obligaciones y compromisos sociales ante la mirada de los que me rodean? Pero, en este contexto al que debo de dar una respuesta desde la Palabra de Jesús que me interpela, experimento también que el Espíritu Santo me acompaña y me auxilia y me asiste y a Él me dirijo para que me dé esa capacidad de discernimiento para, no hacer lo que a mí me parece, sino lo que realmente es bueno para que mi testimonio esté en consonancia con mi fe y según la Voluntad de Dios.

domingo, 11 de agosto de 2019

ESPERANDO PREPARADOS

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Lc 12,32-48
Todos los días son de espera, de espera constante porque a cada instante todo puede cambiar. Es verdad que pronto nos acostumbramos a hacer colas. Cola para la compra, cola para el cine, el autobús, el médico...etc. Cola para casi todo. Pero, esas esperas digamos que entran en el ruedo normal de la vida. No se puede atender a dos a la vez y uno tiene que esperar que termine el otro. Pero, por encima de esa espera corre el tiempo de nuestra propia vida. Y esa espera no está programada, puede llegar en el momento más inesperado.

La espera en el argot cristiano significa tiempo de preparación y vigilia ante la venida del Señor. Y es que no sabemos cuando llegará y eso nos descubre que puede sorprendernos. Luego, para evitarlo necesitamos estar siempre preparados. Diríamos esperando preparados. Y esa preparación consistirá en sostener siempre nuestra lámpara encendida y con la alcuza llena de aceite, decíamos el otro día. 

Nuestro destino es el Cielo, porque allí encontraremos lo que tanto buscamos aquí, la Vida Eterna y plenitud de gozo y felicidad. Por lo tanto, lo primero es saber para lo que tendremos que estar preparados, pues eso nos ayudará a permanecer vigilantes en nuestra preparación. No podemos perder de vista nuestro destino y nuestra meta. Necesitamos tenerla siempre grabada en el corazón para sabernos en esa actitud vigilante, que no es otra que la de tener siempre presenta al Señor en nuestro corazón.

Y nuestros ejercicios, parodiando un símil, consistirán en sostener nuestra fe con nuestras buenas obras. Se trata de ir dando todo lo que hemos recibido para bien de los demás. Si hemos recibido mucho, mucho hemos de dar. No podemos contentarnos con dar la que da otro o lo que nos parece justo, sino todo lo que tenemos, porque todo lo hemos recibido de Dios gratuitamente y gratuitamente, valga la redundancia, tendremos que darlo. De no ser así podemos ser sorprendidos en una de las vigilias de nuestra vida y perder el único y verdadero Tesoro. 

sábado, 10 de agosto de 2019

VIVIR PARA DAR FRUTOS

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Por experiencia nos sabemos tentados e inclinados de forma egoísta a las pasiones, a las satisfacciones y a atesorar bienes y riquezas. Buscamos ser mejores que otros y nos sentimos esclavos de un deseo de vanidad y avaricia. Tratar de interrumpir esas inclinaciones nos resulta misión harto difícil, por no decir imposible, y nos someten a una batalla a muerte cada día. 

Queremos casi siempre responder de otra manera a esos impulsos animalizados humanamente y egoístas, pero se nos hace cuesta arriba. Pablo lo expresaba muy bien cuando decía que no hacía lo que quería y sí lo que no quería - Rm 7, 15 -. Ante esta realidad se nos presenta la disyuntiva de morir a nuestros egoísmos o vivir para ellos. Tú eliges. 

Creo que esa es la clave y la batalla que se nos presenta cada día. Porque, mucha atención , cada día libramos una batalla diferente que no tiene nada que ver con la del día anterior. Partimos de cero y empezamos un nuevo día con sus tentaciones, dudas, retos y desafíos en respuesta al seguimiento del Señor. Creo que ahí está escondida nuestra respuesta al sígueme al que te invita Jesús. Supongo que esa fue la elección de aquel joven rico a la invitación de Jesús a seguirle. Posiblemente, prefirió quedarse instalado en sus cumplimientos ante de emprender un camino lleno de inseguridades y riesgos que comporta seguir al Señor. Pero, un camino garantizado y apoyado en su Palabra de Vida Eterna.

Ahí, supongo, descansa también nuestra cuestión, dejar todo y abandonarnos en Manos del Señor o optar por nuestras seguridades y comodidades. Cuestionar nuestro tiempo y ponerle condiciones o dejarlo todo en Manos del Señor y entregárselo totalmente. Se trata de ponernos en actitud de servicio a los demás por amor y respuesta a Jesús. No resulta nada fácil porque eso nos presenta una lucha a muerte cada día. No hay descanso. 

Una lucha que consiste en ir muriendo a nuestro yo, a nuestros egoísmos para dar nuevos frutos consecuencia del amor en el servicio a los demás. Un morir para resurgir a una vida nueva que esconde la plenitud de gozo y eternidad.

viernes, 9 de agosto de 2019

ESTAR PREPARADO

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Mt 25, 1-13
Sin darnos cuenta nos estamos preparando cada momento de nuestra vida. Nos cuidamos de comer saludable; nos cuidamos de hacer ejercicios; nos cuidamos de tomar el descanso necesario; nos cuidamos de aprender para desempeñar un trabajo que nos procure el sustento diario y constantemente nos estamos preparando para vivir mejor. Cuidamos nuestro rostro y procuramos tener la mejor imagen. Y hasta nos hacemos un seguro para prever lo inesperado y estar preparado. Toda la vida estamos preparándonos para que no nos pase nada y superar el peligro o la tragedia.

Sin embargo, ¿nos preparamos para estar en gracia de Dios? ¿Nos preparamos para que cuando llegue el esposo, tal y como nos describe esta parábola, tener nuestras lámparas bien asistida de aceite?  Queda muy claro que necesitamos estar preparados para alcanzar el Reino de Dios. Aunque es proclamado y ofrecido a todos, no se entra de cualquier manera. Se exige tener fe, pero no una fe adormecida o apagada, y eso nos puede ocurrir cuando nuestra lámpara se queda sin aceite y se apaga.

La fe hay que cuidarla, porque se puede tener, pero puede quedarse adormecida, instalada, cómoda y, poco a poco irse apagando. Y una fe que no alumbre y que no permanezca encendida deja de ser fe. Pero, nos preguntamos, ¿cómo la encendemos? La respuesta queda enseguida descubierta. Al igual que la lámpara se encienden con aceite, nuestra fe la encendemos con nuestras obras. Obras que van expresando y descubriendo que nuestra fe está viva, late, y se manifiesta en el trato con los demás y en el servicio a los demás.

Una fe que es personal y no se puede dar sino compartir, pues es un don de Dios, pero sí la podemos pedir y cuidarla con nuestras obras de cada día en relación con los demás. Porque, nuestras obras son como  el aceite para la lámpara. Sin obras nuestra fe se apaga, por tanto, tratemos de sostener nuestra fe viva, encendida con obras que encienden nuestros corazones y los mantienen llenos del Amor de Dios.