lunes, 30 de septiembre de 2019

RIQUEZAS Y TENTACIONES

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Sólo Dios puede librarnos de nuestra esclavitud, nuestra condición humana, que nos esclaviza y nos somete y nos empuja a buscar los puestos de mayor relevancia, de mayor rango y mando y, por supuesto, los más importante. Eso nos hace más fuerte, más poderosos y nos permite estar por encima de los demás. Es condición humana y ya los apóstoles lo sufrieron en sus propias carnes cuando se disputaron, los hijos de Zebedeo - Mc 10, 35-45 - los primeros puestos.

La consecuencia son los enfrentamientos y las luchas entre los hombres, familias, grupos y comunidades. Nacen los odios, las venganzas y luchas internas por acaparar el poder y mandar sobre los demás. Todo lo contrario a lo que Jesús nos ha propuesto, el amor. Un amor que nos invita a servir, a ser humildes y a no considerarnos mayores que nadie. Y esto nos exige una constante lucha contra nosotros mismos, contra nuestro propio orgullo, contra nuestra propia ambición y nuestro deseo de ser más y poder sobre los demás.

La cuestión está en mirarnos a nosotros mismos y el tratar de descubrir nuestros deseos de ambición y de poder. La clave está en la humildad y en sostener una actitud de servicio, de no sentirnos más que el otro y de no ambicionar los primeros puestos. Jesús nos lo describe y nos lo expone muy sencillamente: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Todo queda muy claro. Se trata de limpiar nuestro corazón de toda inmundicia, de toda mala intención y de todo deseo de poder y riqueza. Se trata de abrirnos a una actitud de compartir, de disponibilidad de todas nuestra riquezas, tanto espirituales como materiales, al servicio de quienes más lo necesitan y sufren carencias de todo tipo y a las que nosotros podemos aliviar.

domingo, 29 de septiembre de 2019

INDIFERENCIAS Y PECADOS

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Lc 16,19-31
El rico epulón no había cometido nada aparentemente malo, pues no hacía nada que perjudicara a los demás. Sin embargo, ese egoísmo en pensar solo en tu bienestar, en tu gozo y felicidad te señala como indiferente ante los problemas de los demás. No es ningún pecado ser rico y, de hecho, Jesús tuvo amigos muy íntimos de cierta economía estable y destacada. Lázaro, Marta y María fueron algunos de esos amigos.

¿Qué hay de malo ser rico? Supongo que nada. Lo mismo sucede con esas personas que dicen yo no robo ni mato ni algo mal a nadie. El pecado se esconde en esas oportunidades y ocasiones en las que tú puedes aliviar el dolor de otros. No se trata de que tú banquetees, sino de que Lázaro estaba en tu camino y no te preocupó sus sufrimientos. El problema es tu indiferencia al sufrimientos de los demás. En esa actitud se esconde tu pecado. Tu tiempo, tu vida y tu dinero no te pertenecen. Son regalos de Dios para que los administres y los compartas con los que más lo necesitan. Porque, si a otros le faltan, a ti se te han dado para que los compartas.

La indiferencia es un pecado que se esconde en las apariencias y se justifica con muchas falsas razones que disimulan su responsabilidad. Nada justifica nuestra indiferencia ante el dolor de los demás. Quizás, será mejor aceptar nuestra responsabilidad, reconocer nuestros pecados y nuestra impotencia en no tener la valentía y la disponibilidad de afrontarla. No podemos mirar para otro lado cuando hay mucha gente sufriendo. Es verdad que no podemos solucionarla, pero si aliviar a algunas, las que Dios, como el caso de Lázaro a aquel rico, ha puesto en tu camino.

Somos pecadores y muchas veces fallamos ante nuestras responsabilidades. Tampoco pretendas arreglar el mundo. Somos unas simples gotas en el inmenso océano y poco podemos hacer. Es misión de todos aliviar el sufrimiento del mundo, pero eso no justifica que tu parte, la gota con la que tú formas parte de ese océano haga lo que le corresponde.

sábado, 28 de septiembre de 2019

UNA CRUZ EN EL HORIZONTE


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Lc 9,43b-45
Una mala señal sería no ver la cruz en tu horizonte, porque, eso significaría que tu meta la buscas en el bienestar y la felicidad de este mundo. Y eso es un mal signo y un camino equivocado. ¿Te das cuenta? Has puesto en tu horizonte una meta finita, caduca y que con los años está condenada a desaparecer. ¿Y luego qué? ¿No experimentas que tu ambición es pobre y de poca cosa? ¿Cómo aspirar a algo finito cuando tienes la oportunidad de aspirar a lo más grande, la felicidad eterna?

La cuestión, te estarás preguntando, es creértelo. Y tienes razón, esa es la cuestión, porque yo no te puedo dar esa fe para que te lo creas. La fe es un don de Dios, pero, puede ponerte en camino y pedírsela, porque Él ha venido a eso, a salvarte y quiere dártela. Pero, necesita que tú le busques, lo desees, te fíes de Él y la quieras recibir. Lo demás correrá de su cuenta. Ese es el principio. Recuerdas tus primeros pasos con tus padres. ¿Te fiabas de ellos aunque no entendías nada, no? Pues, haz lo mismo, con mucha más razón, con Jesús.

Ahora, no trates de esperar que tu vida vaya a cambiar en lo material. Las cosas seguirán de la misma forma o, quizás peor. Todo, en ese sentido, dependerá de ti, de tu trabajo, de tus esfuerzos y de tu disponibilidad a hacer las cosas bien y con sentido. Jesús no es una caja mágica ni un amuleto que lo tocas y te va a solucionar tus problemas, tus deseos y proyectos. ¿No crees que eso sería injusto, fácil y no cambia tu corazón? Jesús te pide, y entérate de una vez, que aceptes tu cruz. Tal y como Él la ha aceptado. Los apóstoles, sus más íntimos amigos no se enteraron hasta muy tarde. No tardemos tú y yo más tiempo. 

Se trata de aceptar tu camino, que nunca será mejor ni menos que el de tu Maestro. Seguir a Jesús es tomar tu cruz, la tuya de cada día y, cargándola y soportándola, seguir esforzándote en vivir al estilo de Jesús. Tu cruz que se concreta en ese hermano que no soportas; en ese hijo que te cuesta aceptar y estar a su lado; en esa esposa o esposo que no comprendes y que te preocupa; en esa parroquia, grupo o comunidad donde hay gente que dan mal ejemplo o que cuestiona tu vida...etc.

Ahí es donde te quiere probar Jesús y donde quiere ver la calidad de tu amor. Ahí es donde Jesús se identifica contigo y te tiende su Mano para darte esa fe que ya estás probando y abandonándola en Él. Ahí es donde Jesús te está anunciando que Él pasó por el mismo trance y perdonó a todos los que le crucificaron. Ahí es donde te espera y te busca Jesús y es donde tú tienes que buscarlo. No lo busque en otro lugar ni trates de tocarlo en una imagen, sino tócalo en los hermanos y búscalo en la Eucaristía para que te de fuerzas y fe.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Y TÚ, ¿QUÉ DICES?

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Lc 9,18-22
Hay opiniones para todos los gustos. En estos últimos días se viene hablando de la identidad de Jesús en el Evangelio y sobre quien es, y encontramos opiniones diversas. Desde quienes le rechazan o le ignoran, hasta los que creen en Él y le siguen. Pero, ahora no se trata de ver lo que dicen los demás, sino de ver lo que opinas y dices tú. Te llega a ti la hora de tomar una decisión. 

¿Es Jesús para ti un líder, un hombre inteligente y poderos o el Mesías esperado? Decir Mesías es identificarlo con el Hijo de Dios, el esperado y enviado por el Padre. Esa es la cuestión y la que tú, y también yo, debemos aclarar en lo más profundo de nuestros corazones. Porque, de esa decisión dependerá el rumbo que tome nuestra vida.

Si Jesús es el Mesías esperado mi vida está salvada. Pedro, dijo: «El Cristo de Dios» ¿Y tú qué dices? Posiblemente, Pedro, que acompaña a Jesús ha ido presenciado el estilo de vida de Jesús, escuchando sus Palabras y observando sus Obras. Pedro ha ido comprendiendo que el Dios Padre que Jesús nos presenta y nos proclama es un Padre Bueno, un Padre que nos ofrece la salvación y la libertad. Un Padre Dios que nos ama y nos busca para ofrecernos compartir su Gloria eternamente. 

Pedro ha ido convenciéndose de que ese Jesús al que acompaña y ya ha decidido seguirle es el Mesías que el pueblo de Israel esperaba. Pero, Pedro ha estado cerca de Jesús, le ha seguido y le ha escuchado. Quizás, fijándonos en Pedro, también nosotros debemos seguir a Jesús, escuchar su Palabra y ver las maravillas que va haciendo en nuestros corazones y abriéndoselos, dejar entrar al Espíritu Santo, que nos guiará hasta Él y nos irá revelando todo lo que no entendamos y lo que nos falta por entender a lo largo de nuestras vidas.

jueves, 26 de septiembre de 2019

¡QUIÉN ES JESÚS?

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Lc 9,7-9
La pregunta tiene miga y Herodes se la hizo en su tiempo, pues lo que oía de Jesús le interpelaba y le movía a conocerlo. Hoy, esa misma pregunta sigue vigente y muchos continúan haciéndoselas. ¿Quién es Jesús? Pero, lo grave del asunto es quedarse sólo en la pregunta. Quizás eso fue lo que le sucedió a Herodes con referencia a los Magos de Oriente que buscaron darle respuesta y se lo pusieron por obra.

Hoy ocurre lo mismo. Hay mucha gente que creen en un Dios hecho a su medida. Un Dios que ellos mismos van forjando y creando. Un Dios desconocido y abstracto que sólo ellos configuran y modelan. Un Dios que creó el mundo y todo lo que en él se contiene, incluido el hombre. Pero, un Dios que ellos se crean y se imaginan atendiendo a sus necesidades, ideas, razonamientos y proyectos. Un Dios que van conformando a su manera e intereses.

Un Dios que no les interpela ni les compromete. Un Dios al que ellos, de alguna forma, dirigen y acomodan a sus conveniencias. Un Dios que reducen a cumplimientos y consumo de sacramentos. Un Dios al que le hablan, pero también son ellos mismos los que se responden. Un Dios al que no escuchan sino se escuchan. Y ese no es el Dios que Jesús nos ha revelado, ni tampoco el que nos ha enseñado. Jesús nos ha hablado y revelado un Dios Padre Misericordioso que viene a salvarnos.

Y ese Plan se realiza en el Hijo, el Mesías enviado para proclamar el año de Gracia y la Buena Noticia de Salvación. Jesús, el Señor, se presenta como el enviado del Padre y, voluntariamente se entrega a una muerta de Cruz para pagar por nuestros pecados y rescatar, por la Gloria de Dios, nuestra dignidad, perdida por el pecado, de hijos de Dios. 

Un Dios, nos enseña Jesús, que establece una alianza con cada uno de nosotros y la imprime en nuestros corazones. Un dios que nos presenta un camino y un proyecto que se concretan en Jesús, Camino, Verdad y Vida.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Y TÚ, ¿TE CONSIDERAS DISCÍPULO?

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Lc 9,1-6
La cuestión que te plantea hoy el Evangelio versa sobre tu compromiso de bautismo, porque al ser bautizado has contraido un compromiso como hijo de Dios. Y ese compromiso de hijo te exige desde tu libertad a dar a conocer a tu Padre. Es lo normal, cada hijo gusta de presentar a su padre y de hablar de él. Cuanto más cuando se trata de un Padre especial, Inifinitamente bueno y que quiere ser Padre de todos y salvarlos de la esclavitud del pecado.

Por eso, todos los bautizados hemos contraido el compromiso de proclamar la Buena Noticia que Jesús, el Señor, nos ha revelado y transmitido. Y lo hacemos desde la coherencia de nuestra fe. Tal y como decíamos ayer. Cuando tienes fe vas dejando una estela de tu obrar y de tu realidad, porque, tu fe ilumina tu vida y deja la huella de tus obras. Porque, cuando tienes fe se enciende tu corazón e ilumina por donde transitas y respiras.

Tú eres también discípulo y, por y con la Gracia de Dios, recibida en tu bautismo, puedes, desde el lugar que ocupas en este mundo, dar testimonio, desde tu fe, que el Señor, el Hijo de Dios, ha venido a salvarnos y con su muerte de Cruz ha pagado el rescate para devolvernos la dignidad de hijos de Dios. Y eso lo transmites, por tu fe, desde el acontecer de cada día en tu trabajo, en tu familia, en tu comportamiento y relación con los demás, en tu forma de actuar desde la honradez, la justicia y la solidaridad. Tú también eres discípulo y el Señor, que nos ha elegido y nos llama, espera que tú y yo le respondamos.

martes, 24 de septiembre de 2019

SANGRE Y VÍNCULOS

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Lc 8,19-21
Nos llama la atención oír como muchos cristianos, sobre todo los que están integrados en comunidades específicas, se llaman hermanos. Nos extraña y nos tienta la risa e incluso el ridículo. Nos suena a falsa e hipocresía por un lado, pero, por otro, quizás sea una reacción a que nos interpela en lo más profundo de nuestro ser y nos descubre nuestra incoherencia respecto a nuestra fe y a esa hermosa oración que rezamos todos los días, el Padrenuestro. Porque, si somos de los que rezamos el Padrenuestro, ¿no nos confesamos hijos de un mismo Padre y, por supuesto, hermanados por el vínculos de la fe? La clave es creerlo. Por lo tanto, las dudas o rechazos nos molestan cuando escuchamos con alegría confesarlo a otros. 

Jesús, al ser avisado de que su Madre y hermanos le buscaban, exclamó: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen». Todos sabemos que venimos a este mundo en familia y nacemos relacionados donde hemos nacidos. Nadie nos ha pedido permiso ni ha contado con nosotros, sino que nacemos en el lugar que nos ha tocado nacer. Ahora, en estos tiempos modernos, algo ha cambiado y, al parecer, se pretende cambiar la ley natural. Muchos son hijos del laboratorio y de los avances científicos que, sin ninguna autoridad manipulan la vida y amenazan con destruirla. 

Pero, dejamos este tema para otro momento y nos introducimos en los vínculos humanos que nos hermanan por la sangre, pero que no por ello establecen siempre una fraternidad desapegada de egoísmos y apoyada en la disponibilidad generosa. De hecho, percibimos muchas familias rotas y desestructuradas que incluso llegan a enfrentarse. Sin embargo, Jesús aprovecha ese momento para establecer verdadero vínculo espiritual desde la fe. Somos hermanos porque nos une la fe en un mismo Padre y, porque, su Amor, nos relaciona amorosamente hasta el punto que es ese amor mutuo el que nos salva.

Es decir, se trata de que si no llegamos a considerarnos hermanos en el mas sentido estricto de la palabra no hemos entendido ni comprendido nada del Mensaje del Señor.

lunes, 23 de septiembre de 2019

LA LUZ ILUMINA TU VIDA

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Cuando cierras los ojos experimentas una oscuridad que paraliza tu vida. Tu corazón continúa latiendo, pero eres incapaz de moverte y menos de orientarte. Entonces empiezas a valorar la luz y te das cuenta que sin luz se hace muy difícil encontrar el camino de la felicidad, que todos, conscientes o no, buscamos en el recorrido de nuestras vidas.

Sin embargo,  hay otra Luz que es imprescindible y totalmente necesaria y sobre la que apoyo mi humilde reflexión. Es la Luz que orienta y da verdadero sentido a la vida, incluso dentro de la oscuridad que la invidencia física somete a muchos. Porque, el camino de nuestras vidas necesita una Luz sobrenatural que nos ilumine, nos oriente y nos dé sentido. Una Luz que es capaz de levantarnos en los momentos que, por circunstancias de nuestra propia vida, queda sometida por la adversidad, por tus propias apetencias y por tu condición humana pecadora.

Es la Luz de la Salvación que has recibido en tu bautismo y que, abierto tu corazón a la acción del Espíritu Santo, ilumina tu vida y la orienta hacia la esperanza que la alimenta y la fortalece. Porque, sabes que llegará la enfermedad, el sufrimiento, la fatiga, la debilidad, la apetencia y el pecado. Y sólo esa Luz desde el Espíritu Santo dará sentido y esperanza a tu vida orientándola y levantándola para ponerla, en la lucha de cada día, que la sostenga y le dé la perseverancia hasta el final de tu camino.

domingo, 22 de septiembre de 2019

HOMBRE RICO - HOMBRE POBRE

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Lc 16,1-13
Sin lugar a duda la pobreza te da cierta ventaja respecto a alejarte de la soberbia, porque, un pobre parece que pierde el derecho a ensoberbecerse. La soberbia parece ser propia de los ricos y, muy raramente, está en manos de los pobres. Por eso, y consecuencia de ello, está muy cerca y en manos de los pobres la humildad, y, por el contrario, del rico, aunque también tiene derecho, se aleja más.

Conocedor de esto Jesús, enviado por el Padre, se acerca a los pobres, porque son los pobres los que están más cerca de la humildad y, por supuesto, de la aceptación a permitir la conversión de sus corazones. Y es que, para convertirse y abrir tu corazón al Padre tienes primero que dejar entrar la humildad en tu corazón, y eso ocurre cuando tú corazón abraza la pobreza, que no es tanto y cuanto al dinero se refiere, sino a la pobreza de tu espíritu que se reconoce pecador y necesita de la Misericordia de Dios.

De ahí lo que dijo Jesús: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios -Mc 10, 25-. Se trata de despojar nuestro corazón de toda ambición y poder y en su lugar poner el Corazón de Jesús. Es cuestión de creerlo y de pedirlo; es cuestión de, abierto a la acción del Espíritu Santo, permitirle que vaya modelando nuestro corazón al estilo de Jesús e irlo transformando en un corazón como el Suyo.

sábado, 21 de septiembre de 2019

RECONOCERME ENFERMO ES PEDIR LA ASISTENCIA DEL MÉDICO

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Mt 9,9-13
Hasta que no te reconozcas enfermo no tendrás ninguna intención de buscar al médico. Eso manifiesta que sólo los enfermos necesitan y buscan médicos. Y Jesús, sabiendo que sólo los que se reconocen pecadores necesitan de médico, proclama que ha venido a curar y salvar a los enfermos.

Nuestra naturaleza humana se resiste a relacionarse con los pecadores. Nos mueve el separarnos y distinguirnos y no queremos juntarnos con los marginados, los pobres y los pecadores. De modo que, cuando vemos a Jesús comer con publicanos y pecadores le criticamos. «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Es eso lo que los fariseo le echan en cara a Jesús. No les parece bien que quien se proclama el Mesías e Hijo de Dios se siente a la mesa con publicanos y pecadores. No lo entienden ni les cabe en sus cabezas. Esos, publicanos y pecadores, son indeseables y malditos y no considerados hijos de Dios. Esa era la mentalidad de aquella gente y, por lo tanto, no comulgaban ni entendía lo que hacía Jesús.

Pero, eso fue lo que sucedió y de ello no podemos estar pendiente. La cuestión ahora es, ¿y tú qué piensas al respecto? Posiblemente dirás que estás de acuerdo con Jesús, pero, ¿eres coherente con con lo que dices y piensas? Porque, bien lo sabes, una cosa es decirlo y otra muy diferente vivirlo. Por un lado va la palabra, pero, por otro lado va la vida. Es decir, también tú, a pesar de confesar estar de acuerdo, los esquivas y no los quieres a tu lado.

No es fácil ser coherente con tu palabra y eso puede convertirse en una buena ocasión para crecer y avanzar en tu coherencia. Cuando tu corazón es sincero empiezas a darte cuenta y a reconocerte pobre, pequeño y con necesidad de humildad. Experimentas que es el Señor quien se sienta también contigo a tu mesa y junto con los que compartes, preferiblemente con los pobres y pecadores. Porque son ellos los verdaderamente necesitados de salvación.

viernes, 20 de septiembre de 2019

TRANSPARENTES PARA DEJAR PASAR LA LUZ

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Lc 8,1-3
Abrir mi corazón para llenarme de Dios es mi primer paso. Luego, iluminado por su Gracia, ser lámpara que alumbra el camino por donde trascurre tu vida. Porque, si la Luz entra en ti y no se irradia a los demás es signo de que algo falla.

Lo normal que que la Luz ilumine y alumbre todo a su derredor, y si no sucede así la deducción es que no es verdadera luz o está contaminada por la sombra del Maligno. No se pone una lámpara -Mt 5, 15- debajo de...

Y es esta reflexión, que hoy me hago, la que me interpela y me pregunta: ¿Soy yo lámpara que deja pasar y transparentar la luz, que primero alumbra mi corazón, y, luego, ilumina a los demás? O, ¿por el contrario es una luz que entrando en mí se queda dentro y no alumbra a los que me rodean? Desde esta realidad percibo la condición débil y pecadora de mi frágil naturaleza humana, pero, también, la impotencia propia de sostenerme sólo por mis fuerzas. 

Me doy cuenta que seré luz en la medida que me deja invadir por tu Gracia, Señor, hasta el punto de que la derrame abundantemente en los demás y por todos los lugares que mi vida transite. Y eso es lo que persigo, quiero y me mueve a ir detrás de Ti, Señor. Y te sigo, como hicieron los apóstoles y las mujeres que te acompanarón en tus visitas de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad.

jueves, 19 de septiembre de 2019

¡SEÑOR, PERDONA MIS PECADOS!

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Lc 7,36-50
Con frecuencia utilizamos las invitaciones para conseguir favores con los que obtener algún beneficio, o para darnos la satisfacción de desprestigiar o ridiculizar a alguien que nos molesta o irrumpe en nuestra vida y nos interpela. De cualquier manera, nuestros egoísmos son la causa de muchos enfrentamientos y de rupturas que nos impiden crecer en el amor.

Precisamente, el Evangelio de hoy nos relata un episodio donde un acomodado fariseo rogaba a Jesús que fuese a su casa a comer. Sus intenciones no parecen buenas y menos cuando, a la primera de cambio, duda de Jesús cuando piensa que ignora la situación de aquella mujer que le enjuga, seca y perfuma sus pies llenándolos de besos. Doy por hecho que conocemos ese relato evangélico - Lc 7, 36-50 -  y si me equivoco les invito a que lo lean de manera reflexiva. Nos toca de lleno y nos abre muchos interrogantes que nos conviene escrutar y reflexionar profundamente.

¿Dónde está la altura de mi amor? Porque, si es de poca altura estaré más cerca del fariseo Simón que de aquella mujer pecadora. ¿Y cuál será mi actitud, arrogante, suficiente o humilde reconociendo mis pecados? Necesitaré la reflexión de cada día sobre mis actitudes y obras, así como el seguimiento y reconocimiento de mis pecados, porque en ese ejercicio iré, por la Gracia de Dios, encontrando, creciendo y mejorando la calidad de mi amor.

Reconocerme pecador es estar en una actitud orante y de alabanza dando gracias al Señor por el perdón de mis pecados. Porque, sólo Él me puede librar de mis egoísmos y esclavitudes que me someten y me enfrentan a los demás.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

BOCA CALLADA

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Lc 7,31-35
No es fácil mantener la boca callada. Y digo esto refiriéndome a la crítica y a las murmuraciones, sobre todo, cuando emitimos juicios sobre la conducta de los otros. Y es que siempre  tenemos algo que decir sobre los demás menos de nosotros. Es como si estuviésemos anclados en nuestras propias ideas y convicciones de forma inamovible, de modo que sólo vemos los errores o defectos de los demás. Nuestra coherencia brilla por su ausencia, pues, para nosotros no existe, pero sí la tenemos presente en los demás. Nuestro ojos miran para afuera y nunca para adentro.

De esta manera y en esta actitud orgullosa y suficiente los judíos de esa época, contemporáneos de Jesús, criticaron a Juan el bautista por su vida austera y sobria. Pero, también a Jesús porque comía y compartía muchos momentos con publicanos y pecadores. Y esta manera de actuar no es sólo de ayer, sino que continúa vigente hoy. Nos cerramos a la Iglesia y criticamos muchas actitudes de sus miembros y justificamos nuestra actitud confesando que creemos en Dios pero no en su Iglesia.

La incoherencia se pone de manifiesto, pues, si decimos que creemos en Dios, ¿por qué no cumplimos sus mandamientos? Son mandatos de Dios, no de la Iglesia. Queda al descubierto que son auto traiciones que tratan de distorsionar la realidad y justificar nuestras actitudes. Hablamos y criticamos a los otros, pero nosotros nos mantenemos al margen como inmaculados y haciendo lo que nos place sin tener ningún compromiso.

Mientras, los hijos de la sabiduría abren sus corazones al Señor y dan la razón a Jesús. ¿Y nosotros? ¿Permanecemos en la incoherencia criticando todo lo que hacen otros de forma negativa sin mirarnos a nosotros mismos? Tratemos de reflexionar con serenidad y coherencia nuestras actitudes.

martes, 17 de septiembre de 2019

LO CONTRARIO A LA FE DEL CENTURIÓN

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Lc 7,11-17
Cada vez que leo este Evangelio me surge la misma pregunta: ¿La gente que estaba en aquel entierro creyó? Es un interrogante que siempre me planteo, porque presenciar un milagro de estas características debe marcarte para toda tu vida y originar un cambio en tu vida. De no ser así diría que no lo entiendo o que el Maligno ciega tu vista y tu mente. 

Y algo parecido debe ocurrir hoy cuando la gente se queda tan tranquila ante la experiencia de la muerte. La Palabra de Dios debe servir para alertarnos y despertarnos. No estamos de paso en esta vida. Hemos sido creados por Dios y no para morir al cabo de un tiempo, porque no somos animales, sino que tenemos alma y capacidad para darnos cuenta del Amor Infinito de nuestro Padre Dios. Su Hijo, nuestro Señor Jesús ha venido a este mundo para decírnoslo y rescatarnos de la esclavitud del pecado para salvarnos.

Por lo tanto, sigue en pie mi sorpresa y mi capacidad de asombro al no comprender como es posible que la gente no responda ante esta promesa de Jesús de parte de su Padre. Porque, lo que nos dice Jesús es lo que realmente palpita en mi corazón y lo que realmente deseo. Y eso no me pasa a mí sólo sino a todos. Dentro de nosotros hay una aspiración a la felicidad y eternidad. Luego, ¿por qué entonces no creerle a Jesús que ha vencido a la muerte, no sólo en Él sino también en los que ha resucitado?

Y digo que fue todo lo contrario a lo que sucedió con el centurión porque él si supo darse cuenta que Jesús, por lo que había oído, que Jesús tenía el favor del Padre Dios y lo que decía se cumplía. Por eso reclamó su intervención desde donde estuviese para que sanara a su siervo. Por qué, entonces, no tratamos de pensar serenamente y reflexionar al respecto. ¿Acaso no nos importa esa posibilidad que tenemos de vivir eternamente en plenitud de felicidad?

lunes, 16 de septiembre de 2019

LA FE ALIMENTA TU CONFIANZA

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Lc 7,1-10
Cuando te sientes enfermo acudes al médico. Entiendes que necesitas la presencia del médico para que, observándote, pueda dictar un diagnóstico y así curar tu enfermedad. Lo que nunca podrás entender que sin verte pueda curarte. Eso fue lo que ocurrió con aquel centurión que, sintiéndose indigno de que Jesús le visitara le pidió que desde donde estaba curase a su siervo. 

No se puede suplicar una actuación así sin una gran fe. Detrás de esas palabras se esconde una fe profunda y confiada. Manifiesta que Jesús es el Hijo de Dios cuando viéndose él un simple subalterno tiene a sus ordenes soldados que le obedecen y hacen lo que les pide. Por tanto, Jesús, el Hijo de Dios, del que él no es digno de que entre en su casa, podrá curar a su siervo sin necesidad de entrar en su casa. No extraña que Jesús se haya sorprendido y haya dicho:«Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande».

Ahora, lo que importa es plantearnos nosotros nuestra fe. Podemos también nosotros preguntarnos: ¿Es mi fe como la de aquel centurión, o, por el contrario es una fe que duda y se muere? Esa respuesta no la puedes dar sino tú, y nadie podrá responder por ti. Y la prueba de ella serán tus obras y el camino de tu vida.  La fe no se puede esconder porque vive dentro de ti y orienta tu vida y mueve tu corazón. Sus obras son su respiración y su compromiso su consecuencia.

Nuestro Señor Jesús está presente en nuestras vidas. Primero, porque lo dijo Él - Mt 18, 20 - y segundo porque vive en cada uno de nosotros y nos acompaña en el camino de nuestra vida. Por lo tanto, si está presente también puede actuar en cualquier momento y desde dónde se encuentre, porque sigue los pasos de nuestra vida y conoce todos nuestros secretos y necesidades. Sólo espera que le pidamos, como el centurión, que intervenga en ella.

domingo, 15 de septiembre de 2019

DIOS VIENE EN TU BÚSQUEDA

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Lc 15,1-32
No es cuestión de desesperarte. En el camino estás propenso a perderte y, desorientado, es un laberinto donde se hace difícil encontrar la salida., pero Dios está siempre pendiente de ti. Ha venido a salvarte y estará siempre buscándote. Pero, te ha creado libre y dejará que tú decidas. Por lo tanto, está en tu mano el no alejarte de su presencia y estar visible para que acuda en tu ayuda. Eso exige una constante inquietud de búsqueda y de esfuerzo.

Dios viene en mi búsqueda, pero, ¿en qué actitud estoy yo a esa búsqueda por parte de Dios? ¿Soy egoísta y miro solo por mí? ¿Me busco a mí mismo sin importarme los demás? Me identifico con el hijo menor de la parábola del hijo prodigo? ¿O me parezco más al hijo mayor? Realmente, ¿me gustaría ser como el padre? Tomar conciencia del don de la libertad que Dios me ha dado me exige una actitud de esfuerzo y una respuesta a la iniciativa que Dios tiene en cuanto a buscarme y tenderme la mano.

Necesito indagar interiormente en mi corazón y reflexionar sobre mis apetencias, sobre la búsqueda de mis intereses y la actitud de pensar sólo en mis egoísmos. Salir de la casa del Padre y, recibida mi herencia, gastarla de forma egoísta buscando individualmente mis satisfacciones y placeres me hace verme como el hijo menor. Pero, también, aparentar con mis cumplimientos y guardar una envidia celosamente alimentada por el deseo de juzgar a los demás mirando sus debilidades y pecados excluyéndome yo de ellos, es tomar la actitud del hermano mayor. Porque, la conversión la necesitamos todos, publicanos y fariseos.

El mejor camino es mirarme en el Padre. Ese Padre paciente, comprensivo, amoroso y, sobre todo, misericordioso que tanto al hijo menor como al mayor les anima a convertir sus corazones desde el amor y la fraternidad que genera la paz y el gozo eterno.

sábado, 14 de septiembre de 2019

HEMOS SIDO RESCATADO DE NUESTRA CONDENA

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Jn 3,13-17
No es cuestión de juicios sino de rescate. No es cuestión de merecimientos sino de misericordia, porque, ni tú ni yo merecemos la salvación. Así que el juicio ya está dictado. A pesar de buenas obras y, entre comillas, nuestros méritos no alcanzan la altura para merecer nada y menos la salvación. Pero, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo, que con su Muerte, entregada voluntariamente, nos ha rescatado y dado la dignidad de hijos de Dios. Algo que ahora no podemos entender y que, algún día entenderemos por la Gracia de Dios.

Es maravilloso y algo tan grande que se nos escapa de nuestra mente y nuestro corazón. El Amor y la Misericordia de nuestro Padre Dios, dignidad, como ya hemos dicho, por la Muerte de nuestro Señor Jesús, Hijo del Padre, nos da la oportunidad de alcanzar la salvarnos. O dicho de otra manera, pone en nuestras manos la elección de optar a la Salvación o de renunciar a ella. Eres tú quien decide, pues Dios te da esa libertad para que puedas elegir y optar a la salvación o no, pues, su Hijo, nuestro Señor, ha pagado con su Vida, en una Muerte de Cruz, por ti y por mí.

Desde ahora, esa Cruz es nuestra esperanza y nuestra salvación, y, también, nuestro destino. Nuestro camino no estará exento de cruces que, en, con y desde Jesús podemos soportar y superar sin desviar nuestra mirada de Él, porque, Él es el único Camino, la única Verdad y la única Vida. Él no ha venido a juzgarnos, pues nuestro juicio sería un juicio de condenación, sino todo lo contrario. Ha venido a Salvarnos y a darnos la oportunidad, por la fe en Él, de alcanzar la Salvación.

Sin embargo, no podemos permanecer impasibles y pasivos. Nuestro camino está plagado de cruces que intentarán apartarnos de Dios y que, injertados en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, y auxiliados en Él, tenemos la garantía de salir victorioso. Por eso, debemos adentrarnos en el camino de nuestra vida confiados en la Palabra del Señor, que nos promete que todo el que cree en Él tiene Vida Eterna.

viernes, 13 de septiembre de 2019

MÍRATE Y BUSCA EN TU CORAZÓN

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Lc 6,39-42
Eres pecador, pero no porque tú lo confieses, lo creas y lo reconozca, sino porque tu naturaleza humana, débil y frágil, está sometida a las tentaciones, placeres y carne de este mundo tentador. Por tanto, a pesar de tus esfuerzos y exigencias no podrás vencerte ni vencer tu condición pecadora. Y eso te exige mucha reflexión y mirada interior para adentrarte en lo más profundo de tu corazón para descubrirte pecador y, de esta manera, dar el primer paso para limpiarte, por la Gracia de Dios, la viga que te impide ver la mota en el ojo ajeno.

Porque, sólo cuando estás limpio podrás ver, desde la Luz del Espíritu Santo, la mota en el ojo del otro y ayudarle a quitarla para poder ver. La medida de tu exigencia marcará la medida de tu amor. Será directamente proporcional a la exigencias que tú mismo te impongas. De otra manera, tanto te exiges, tanto amas. En y desde esa actitud necesitas la reflexión de cada día para afrontar la lucha diaria contra el mal que se esconde y vive dentro de nosotros. Un mal que contamina nuestra naturaleza humana y le impide ver ocultándole la realidad y anteponiéndole la vida delante de sus ojos e impidiéndole ver.

Exígete mucha humildad para ver esas vigas que se levantan ante tus ojos y te impiden ver las motas en los ojos de los otros. Sólo desde el Espíritu Santo somos capaces de descubrirnos pecadores y limpios poder también ayudar, por la acción del Espíritu, a descubrir en otros las motas que les impide ver la verdad. De esta manera podemos convertirnos, por la Gracia de Dios, en guías de otros y ayudarles a encontrar el verdadero camino que nos auxilie y nos convierta.

jueves, 12 de septiembre de 2019

POR ENCIMA DE NOSOTROS

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Lc 6,27-38
Las Palabras de Jesús en el Evangelio de hoy definen claramente la única y verdadera actitud del cristiano. No hay otro camino sino el de negarte a ti mismo tal y como hizo Jesús: - Flp 2, 6-11 - Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, una muerte de cruz.

Me pregunto, ¿hay dolor mayor? ¿Hay humillación mayor? Y esa es nuestra meta, despojarnos de nuestra mentalidad humana, de nuestra cultura humana que valora y concibe el amor como un intercambio de bienes, de favores y de intereses para llegar a concebir un amor dado gratuitamente y sin ninguna contraprestación. Experimentamos que nos es imposible para nosotros, pero posible para Dios, realizado en su Naturaleza Humana en su Hijo nuestro Señor Jesucristo.

Y posible para nosotros si actuamos adheridos a él y abrimos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo. La cuestión es creer que Jesús está con nosotros y que actúa en nosotros. Convenía que Él ascendiera al Padre para que bajase a nosotros el Paráclito - Espíritu Santo -  a dirigir nuestra vida, ¡claro, con nuestro permiso! y a darnos la capacidad, la fortaleza y todo lo necesario para , como hizo Jesús, darnos gratuitamente a los demás.

El primer paso es la fe. Esa fe que recibimos en el Bautismo y por la que esperamos alcanzar la salvación. Pedimos la fe y, dado este paso, ponernos en sus Manos. Pero, no nos confundamos, no se trata de hacer grandes cosas ni imitar a otros que han alcanzado esa santidad. Se trata de dejar que el Espíritu Santo haga en ti y en mí, es decir, en cada uno de nosotros su acción y, abandonados a Él dejarnos conducir por el camino de la verdad, la justicia y el amor.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

EN BUSCA DE LA MEJOR RECOMPENSA

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Sin lugar a duda, todos buscamos una recompensa escondida en nuestra manera de actuar. Es algo innato como si de un instinto se tratara que no podemos reprimir. Pero, hay dos maneras de buscarla, la primera, de forma individual y egoísta, y la segunda, mirando al bien y alivio de los demás, sobre todo los más desfavorecidos y necesitados.

Es incuestionable que la primera, aunque a simple vista parece más atractiva y prometedora, sobre todo de acuerdo con nuestra naturaleza humana, sus consecuencias posteriores serán malas y de perdición; la segunda, a pesar de presentarse más complicada, no apetecible y bastante estrecho su camino, es el mayor Tesoro que podemos encontrar y que nos hace plenamente feliz.

Ahora, la respuesta se centra en ti y en mí. ¿Qué opción de búsqueda elegimos? ¿La primera o la segunda? De eso dependerá el ritmo y resultado del caminar de nuestra propia vida, porque, nuestro caminar será según la opción que hayamos elegido. Porque, si se trata de la primera, buscaremos placer, comodidades, dinero y todo los que nos ofrezca satisfacciones y bienestar. Es el camino por la puerta ancha donde todo vale con tal de encontrar tus propias satisfacciones. En este camino sólo cuentas tú y tu bienestar. Los demás son mirados como objetos para tu propio provecho.

La segunda se presenta con más difícultades. El camino se estrecha y los problemas no se reducen a los propios tuyos sino se extienden también a los que están a tu lado. Ello te invita a compartir con los otros sus desdichas y sufrimientos y a llorar con los que lloran, a padecer hambre y sed de justicia con los que luchan por un mundo vivido en la verdad, a sufrir y soportar el odio, las exclusiones y todo tipo de afrentas por mantenerte fiel a las enseñanzas de Jesús.

Al final de ese camino, que siendo desagradabe se hace en lo más profundo de tu corazón gozoso, se esconde ese maravilloso Tesoro que que promete nuestro Señor. Por eso, Jesús llama ya bienaventurados a todos aquellos que creen en Él y, confiados en su Palabra, se atreven en su Nombre a entrar por la puerta estrecha.

martes, 10 de septiembre de 2019

DISPONIBILIDAD Y CONFIANZA

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Lc 6,12-19
Cuando empiezas una misión estás apoyado en la confianza de aquel que te ha enviado. Jesús se retira a orar a su Padre para pedirle luz y fuerza a fin de elegir a sus más cercanos colaboradores, a los que llamará apóstoles, para que le ayuden a proclamar la llegada del Reino de Dios. Es la misión a la que ha sido enviado y la que empieza a preparar junto a el grupo elegido. Un grupo que no elige en base a sus capacidades y preparación intelectual, sino en función de su disponibilidad y confianza.

Jesús lleva tiempo con mucha gente y de entre ella elige a doce personas. Son sus apóstoles y los escoge no mirando las virtudes o su saber, sino su disponibilidad para entregarse a la misión y su confianza en Él. Jesús sabe que de la preparación y enseñanza se encargará, por ahora, Él. Más tarde seguirá el Espíritu Santo, que les irá revelando todo lo necesario y dándoles sabiduría y fortaleza para que puedan llevar a cabo su misión.

También, cada uno de nosotros ha sido elegido en la hora de su bautismo y su respuesta dependerá de la medida de su disponibilidad y confianza en el Señor. No debemos tener miedo por nuestra frágil preparación y pobres cualidades. Será el Espíritu Santo quien nos dará las capacidades y las virtudes necesarias para responder a la Voluntad de Dios y a nuestro compromiso de bautismo. Pero, para ello necesitamos primero abrirnos al Espíritu Santo y dejarnos modelar por su Gracia. Él irá auxiliándonos, fortaleciéndonos y dándonos la sabiduría que necesitamos para cumplir la misión que nos ha sido asignada. 

Una misión que consistirá en dar testimonio de que Dios es nuestro Padre y ha enviado a su Hijo a rescatarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte.

lunes, 9 de septiembre de 2019

¿ESTÁ EL BIEN DEL HOMBRE POR ENCIMA DE CUALQUIER LEY?

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Lc 6,6-11
La cuestión sigue en el alero y, planteada ya desde Jesucristo, hoy sigue vigente y planteando el mismo interrogante: ¿Está la ley al servicio del hombre o el hombre sometido y al servicio de la ley? Hoy, en la actualidad podemos incluso plantearlo de otra forma, pero siempre en los mismos términos: ¿La economía al servicio del hombre o el hombre sometido a la economía?

A pesar de que Jesús planteó esta cuestión en su época y en su mismo pueblo liberando al hombre de la ley y sometiendo el sábado al servicio y bien del hombre, todavía hoy sigue vigente el mismo problema entre los hombres, y al parecer el mundo se inclina por dar prioridad a la economía. Precisamente, en el Evangelio de ayer domingo, Jesús nos deja claro que seguirle exige posponer todo lo demás y eso significa posponer familia, bienes y, por supuesto, dinero.

El Señor viene, enviado por su Padre, a poner la dignidad de la persona humana por encima de todo lo demás y, para ello, nos exige someter la ley al bien del hombre. Esta actitud manifiesta que el bien del hombre y su salvación deben ser lo primero. Es lo que marca el Plan de Dios que se inicia en el nacimiento, encarnado en Naturaleza humana, del Mesías prometido, el Hijo de Dios, en el vientre de María, Madre de Dios.

La ley debe quedar sometida para alivio del hombre y para el bien de su salvación. La muerte del Hijo de Dios en la Cruz está ofrecida para que el hombre alcance  el perdón de sus pecados y la Misericordia de Dios. Por eso somos salvados, nunca por nuestros méritos. Sigamos, pues, su Palabra en una buena actitud y abierto con plena disponibilidad a la acción del Espíritu Santo.

domingo, 8 de septiembre de 2019

JESÚS PRIMERO Y YO DETRAS

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Lc 14,25-33
Seguira a Jesús no es elegir algunas cosas sí y otras guardarlas para mí. Cuántas veces decimos, esto no lo dejo porque lo necesito y dejamos ese tiempo para nosotros. Me doy cuenta de lo difícil que es optar por Jesús, porque hay muchas cosas que pongo delante y que me son difíciles de dejar. Es entonces cuando descubre la necesidad que tienes de adherirte al Señor y de dejar que Él obre en ti. 

Conviene abrir todo nuestro corazón, no un poco nada más, sino totalmente, para que el Espíritu Santo haga su obra como Dios quiere. Y eso implica y exige entregarte totalmente. Ayer vi la pelicula de la madre Teresa de Calcuta y se vieron reflejada todas estas opciones. Abandonó todo, incluso a ella misma, para entregarse a Jesús. Percibes entonces cuan lejos estás del Señor y te experimentas decepcionado y, por supuesto, pecador. Pero, al mismo tiempo, no te desanimas. Reconoces tu pequeñez, tus pecados y tu esclavitud y te pones en Manos del Señor. Él te convertirá y hará de ti un buen hijo.

Quizás, el problema sea que tú quieras ser como Teresa de Calcuta y el Señor tiene otros planes para ti. Quizás, tú quieres que el Señor te dé tres talentos y Él sólo te ha ofrecido uno. Quiero decir, al menos así lo siento desde la disponibilidad al Espíritu Santo, que tengo que conformarme con lo que el Señor me da y para lo que me quiere. Igual solamente tengo que obedecer y no mandar ni tomar decisiones. No a todos los quiere el Señor en el mismo trabajo o que hagan las mismas obras.

Sí, eso es seguro, a todos nos quiere con locura y a todos nos dará la plena felicidad, la que nos corresponda hasta el punto que no desearemos más. A mí lo que me concierne ahora es ponerme en tus Manos, Señor, y dejar que tu Espíritu convierta mi pobre corazón en un corazón como Tú quieres y semejante al Tuyo. Eso espero y eso te pido.